Cuatro

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Amai soltó un soplido hacia arriba,como si hubiera querido apartar el mechón de cabello que le caía por delante del rostro, después se dió la vuelta y salió al balcón para buscar ropa seca. Encontró un pantalón corto y se lo puso ahí mismo,sin importarle quien la estuviera viendo. Daishinkan la siguió con la mirada mientras ella buscaba un bolso pequeño que se colgó al hombro.

-Ven,vamos a comprar algo de comer -le dijo y tomó las llaves de la casa de un plato sobre una mesa junto a la puerta-¿Qué esperás? Te dije que no cocinaria para tí.

Daishinkan levantó una ceja y tras una pequeña reflexión fue tras ella que lo miró de reojo, sin decirle una sola palabra más. Caminaron por la acera en silencio hasta que Amai subió sobre uno de esos cilindros puestos en el borde de la senda peatonal,para impedir los vehículos suban allí. La hilera se extendía por toda la avenida hasta donde alcanzaba la vista. Un paso a la vez y con gran equilibrio,Amai fue avanzando hasta que sucedió lo inevitable: perdió el balance. Sucedió justo cuando se aproximaba un vehículo,en dirección opuesta,a gran velocidad. Amai iba a caer hacia la calle,pero eso nunca llegó a suceder. La mujer simplemente terminó sentada en una banca en la acera. No vio que ocurrió,pero era obvio quien fue el responsable.

-Me salvaste-le dijo Amai y el Gran Sacerdote levantó un poco más el rostro,pues ella se puso de pie-Me salvaste ahora,pero...¿No pudiste hacerlo antes?

Daishinkan no respondió.

-Se supone que eres mi ángel de la guarda,pero todo este tiempo no has hecho nada por mí-le gritó con el ceño quebrado y tomándolo por la ropa,
obligándolo a pararse en la punta de los zapatos-Y ahora,con toda la desfachatez del mundo,vienes a pedirme que cuide de tí,como si te debiera algo,maldito infeliz... A mi no me interesa cuidar de un bastardo como tú ¿Me oíste? Y más te vale no volver a usar tus poderes sobre mí ¡A mi nadie me obliga a nada!

Algunas personas los miraban, pero nadie intervino.

Daishinkan se quedó perdido en su reflejo en los ojos de Amai. Él estaba mintiendo. No era su ángel de la guarda. No la conocía. Apenas si la observó unas semanas, aunque para él eso era tiempo suficiente para hacerse una idea de ella bastante profunda y amplia.Ciertamente desconocía las experiencias de vida que ella tuvo y que posiblemente eran el motivo de su enojo,pero sabía bastante de ella. Para sostener su farsa tenía que ser cuidadoso con lo que decía. Para obtener lo que necesitaba debía seguir mintiendo.

-Los ángeles somos un susurro en el oído,que ustedes deciden si oír o no. Intervenir de forma directa en sus vidas va en contra del libre albedrío-le dijo sin parpadear,sin mostrar una sola emoción y con las manos siempre en la espalda.

Amai lo soltó,pero no por voluntad sino porque había perdido nuevamente el dominio de su cuerpo. Dio un paso atrás y vio a Dai pasar junto a ella para seguir su camino,pero en esa ocasión fue él quien comenzó a andar sobre esos cilindros de concreto. Amai iba junto a él forzada a caminar.

-¿Se imagina que toda su vida fuera como este incómodo momento?-continuo el Gran Sacerdote-Si cada movimiento que usted,y todos hiciesen,
fueran por obra de alguien más...No habría voluntad. Usted es la única responsable de lo que ha vivido.

Daishinkan se detuvo y se giró a ella,para liberarla de su influencia. En represalia,Amai intentó darle un puñetazo,pero si esfuerzo el Gran Sacerdote dio un pequeño salto e hizo un giro sobre ella para caer del otro lado, ligero como una pluma.

-¿Mi responsabilidad?-le cuestionó y se dió una brusca vuelta hacia él para darle una patada,que por poco acaba impactando a una niña que salía de una tienda,sino es porque el ángel detuvo el golpe con uno de sus dedos-¿Ve a lo que me refiero? Culpa mía no sería el que usted hubiese lastimado a esa niña...

Daishinkan se disculpó con la pequeña y siguió su camino.

-Por favor no discuta conmigo y disfrute de mi compañía mientras la tenga-le dijo con una sonrisa gentil-Este lugar me parece agradable ¿Le parece si comemos aquí?

Amai se le quedó mirando sin saber ni que decirle. Odiaba que se le quedará mirando fijamente, la cohibia. Todo su enojo se esfumó y terminó siguiéndolo al interior del restaurante donde todo empeoró.

La gente los miraba y parecía comentar respecto a ellos. Es que contrastaban demasiado. Ella estaba ahí sentada con una camiseta rota,un pantalón corto, despeinada,tatuada y tenía en frente a un tipo que era la definición de la palabra elegancia. Era obvio que a la gente le llamaran la atención. El sitio también era un lugar que ella al que nunca hubiera esperado entrar. Nada de lo que estaba pasando le era agradable y,sin embargo,era incapaz de manifestar su molestia. En lugar de eso se quedó pensando un poco en las palabras que le dijo Dai. Ella no solía pensar demasiado,pero en esa oportunidad hizo una excepción. Su vida fue un poco complicada y en muchas circunstancias quiso una compañía especial,pero...

-¿Qué va a ordenar?-le preguntó Dai sacandola abruptamente de sus reflexiones.

-Lo que quieras esta bien-le contestó evitando la mirada del camarero.

-Duplique lo que pedí-le dijo el Gran Sacerdote al camarero-Es un lindo lugar ¿No le parece?

Amai sólo movió la cabeza diciendo que no.

-Oye...

-Dígame.

-¿Todos los ángeles son como tú?-le preguntó con cierta timidez-¿O yo saqué al más estirado?

-Todos somos diferentes-le contestó de forma amable.

No volvieron a hablar hasta que llegó la comida. Amai no tenía idea de que le sirvieron,pero parecía una costilla de cerdo. Olvidando que estaba en un restaurante,la muchacha,tomo la carne con la mano,pero antes de llevarla a su boca sus ojos se encontraron con los de Dai,que la veía con un reproche sutil en las pupilas. Con fastidio,Amai regreso la costilla al plato y se limpió con la servilleta para usar los cubiertos.

La comida fue silenciosa. Duro tres cuartos de hora al terminó de los cuales,el mesero les llevó la cuenta y entonces Amai descubrió que no tenia suficiente para pagar.

-Debería salir con más dinero. Nunca se sabe...

-¡Cierra la boca! ¡Fuiste tú el que se metió en este restaurante!-le gritó Amai.

-Usted no puso objeción y asumí que podía pagar-le respondió el Gran Sacerdote encogiéndose  de hombros.

-¡Pensé que tú pagarías!

-¿Cómo podría hacer eso? Yo no manejo dinero-le contestó Daishinkan.

El mesero ya había llamado al encargado y este estaba por llamar a la policía,cuando Amai decidió hacer lo único que se le ocurrió: intentar escapar. No lo logró y terminó en un calabozo en la comisaría. Daishinkan escapó durante el alboroto sólo para aparecer en la celda de la muchacha,a quien estuvo observando durante todo el engorroso proceso. Cuando se sentó junto a ella en la banca, Amai lo miró de reojo.

-¿Por qué no me delató...Aquel asunto?-le preguntó.

-Porque no tenía sentido... Tú eres un ángel. Me llamarían loca.

-Pero todos me vieron allí...

-Olvidalo-le contestó la muchacha y subió las piernas para abrazarlas-No es primera vez que estoy en un calabozo.

-Lo sé...¿Le molesta sí le hago compañía?

Amai se encogió de hombros y Daishinkan se sentó a su lado. Un rato después se durmió y ella,con cierta timidez,lo acomodó en su regazo. Él se sonrió con gusto y satisfacción.










Dulce compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora