Prologo: Una Visión del Futuro

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Es cierto que los edificios se extendían hacia el cielo y tocaban las nubes, que la ciudad era un lugar donde el canto de los pájaros se veía totalmente opacado por la fanfarria de bocinas que recorría las avenidas, que las aceras estaban rebosadas de personas que corrían en todas direcciones, la gente solía llegar tarde a todos lados y por eso sus rostros casi siempre podían notarse tensos o nerviosos, acompañados de una leve sudoración que impregnaba la Urbe. Los autos embotellados en las grandes calles y algún malabarista en la esquina caminando entre los vehículos por dinero, el sonido de niños cuando salían de las escuelas, era algo normal en las ciudades, en las noches, las luces colmaban el cielo nocturno y los bares y restaurantes se encontraban repletos, algunas parejas adolecentes podían verse en las plazas o en los parques, caminando de la mano y prometiéndose amor, en algunos rincones podía oírse la música, a veces era música moderna, mientras que otras tantas uno podía oír el ritmo arrabalero de un tango y como la gente se amontonaba alrededor para oír el bandoneón, algunos intrépidos se animaban a bailar al compás de la música.  Las noches eran para fumar bajo la luz de la luna con los amigos.

Las ciudades estaban llenas de vida, pero eso ya ha cambiado, los edificios están derruidos y el cantar de los pájaros recorre las largas avenidas, la única fanfarria que puede oírse es la de algún tiroteo en la distancia, las aceras cubiertas de escombros y cuerpos en descomposición. Ya nadie llega tarde a ningún lado, porque ya no hay donde ir, las calles ya no están colmadas de autos o personas desesperadas por llegar temprano a trabajar, un leve olor a azufre y plomo impregnan la urbe. Los autos abandonados en mitad de la calle, la mayoría de ellos ya saqueados, son la prueba fiel de la desesperación de la gente, las voces de los niños le son totalmente ajenas a la ciudad, como si ya nadie saliese a jugar por las tardes y el silencio lo colmase todo. Las noches se extiende de manera oscura y lúgubre, ya nadie recorre los bares y menos aún las calles, incluso las plazas y parques están vacíos, ya nadie camina de la mano o susurra un “te amo”, la luz de la luna baña todo, como si la oscuridad pronto fuese a engullir las ciudades enteras y de estas no quedase más que el polvo de algún viejo mueble.

Las calles son testigos de las inertes metrópolis y como estas son consumidas por el olvido y el fuego. En el silencio, si uno presta atención, puede oír las pisadas de aquellos que deambulan sin rumbo, sin guía y que esperan algún estímulo para cobrar vida, pero también pueden ser las pisadas de aquellos que buscar vivir, que se ocultan de todo lo que se mueve y que ya han perdido la esperanza, porque el mundo ahora vive desesperanzado, y es que ¿Cómo puede tenerse esperanza cuando todo parece derrumbarse? Nadie los culpa, no se puede obligar a alguien a tener fe, fe de que todo volverá a ser normal, fe de que las ciudades volverán a alzarse y la humanidad lo hará con ellas.

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