Capítulo Uno

31 0 0
                                    

Capítulo Uno

     Silencio total en la clase. Las mesas vacías. Mochilas ya en la espalda pero todos aún sentados. El reloj hace sus últimos tictacs audibles cuando alguien del fondo empieza la cuenta atrás.
—Diez, nueve —En ese momento nos sumamos casi toda la clase, y contamos al unísono —Ocho, siete, seis —Por la puerta abierta de clase podemos escuchar a la clase de al lado haciendo exactamente lo mismo —Cinco, cuatro —todos estamos preparados para salir corriendo en cuanto acabe esta corta pero a la vez eterna espera —Tres, dos... uno.
     El timbre suena.
     No ha pasado ni un minuto y el patio ya está lleno de alumnos. Algunos salen corriendo por la puerta principal y por las laterales. Todos con la expresión más alegre que pueda existir. 
     Oscar, mi mejor amigo, sale por fin y nos vamos también. Hemos cruzado la puerta de salida del instituto, lo que significa que ya somos libres.
     No más levantarnos a las siete de la mañana, no más quedarnos hasta la una estudiando, no más domingos de deberes hasta arriba, no más frío, no más profesores... 
     ¡No más sufrimientos!
     Ya han comenzado Las Vacaciones De Verano.

—De cabeza a la piscina tío.
     Hemos quedado de ir esta tarde con Jorge y Santiago a la piscina nada más salir del instituto.
     Llevamos en las mochilas las toallas y tenemos puestos los bañadores, así que no hay problema.
     Vamos caminando a toda prisa, casi corriendo, y llegamos en cuestión de minutos a la puerta principal, donde nos están esperando Jorge y Santiago para entrar todos juntos.
     No hay apenas cola, hemos llegado pronto, pero teniendo en cuenta que esperábamos este momento hace semanas, llegamos en el momento esperado.
     Entramos a los vestuarios y nos quitamos las camisetas, los zapatos y los calcetines. Metemos todo a las mochilas, las dejamos en una taquilla y nos miramos los unos a los otros, con las manos vacías.
— ¿A la de tres? —Pregunta Santi
— ¿Qué tres ni que nada? ¡YA!
     Todos corremos tras el grito de Oscar.
     Cruzamos por el césped a toda prisa. Esto está prácticamente vacío pero, de los cuatro, creo que soy el único que se ha fijado. 
     Ni siquiera pasamos por las duchas obligatorias. Saltamos la valla que separa la piscina del césped y, sin pensarlo ni una vez, nos tiramos al agua todos, casi al mismo tiempo.
     Cuando subo a la superficie, me fijo en el socorrista. 
     No se ha levantado para echarnos la bronca por entrar de esta manera, ni siquiera ha puesto mala cara. Tiene una sonrisa que mezcla alegría y satisfacción y, cuando me mira, me hace una señal hacia detrás de mí, para que me diese cuenta de que Santiago está a punto de hundirme, pero reacciono tarde y veo las piernas de Jorge y Oscar por debajo del agua.
     ¿Salir de la piscina? 
     Es una idea que no se nos ha ocurrido a ninguno. Llevamos toda la tarde haciendo carreras; lanzándonos al agua de bomba, clavando, haciendo alguna voltereta... de todo, excepto aburrirnos y, muchísimo menos, pensar en el instituto.
     No pensamos salir de aquí hasta que el socorrista venga y nos diga:
—Chicos, solo quedáis vosotros. Vamos a cerrar en diez minutos.
—No importa. Saldremos cuando queden cinco —le responde Oscar.
     El socorrista sonríe y asiente.
—De acuerdo, cinco minutos más.
— ¡Gracias! —Gritamos los cuatro al unísono.
     Literalmente no queda nadie más que nosotros cuatro en la piscina, y se me ocurre una idea.
— ¿Damos la bienvenida al verano cómo se merece? —Les pregunto.
— ¿Qué hablas?
— ¿Qué dices?
—Cuatro mortales al agua simultáneas —Les respondo.
     Ellos se miran los unos a los otros como si buscasen la respuesta en los ojos del de al lado.
—Hecho.
     Salimos los cuatro de la piscina y nos preparamos frente a ella. Corremos y un poco antes del bordillo, damos el pequeño brinco que nos impulsa a cada uno a hacer la mortal y clavar en el agua.
     Este momento es el que ha dado inicio a mi verano.
     Este día ha sido agotador, y ello hace que duerma de un tirón esta noche.
     Me levanto a las doce del mediodía y, la verdad, me siento como nuevo. No hay nada como dormir doce horas después de un día como el de ayer. Aunque esta tarde saldré otra vez, pero solo con Santiago. Iremos en nuestros skates al skatepark que queda a media hora de aquí.
     Justo después de comer, recibo un mensaje de Santiago.
» ¿Todavía tienes tu skate viejo?
                               Sí, ¿lo necesitas? «
» Déjaselo a Oscar, yo le dejaré uno mío a Jorge y vamos todos juntos.
                                         Por mí vale «
» En el puente de siempre a las 16:30
                                           Allí estaré «
     Y en efecto, a las cuatro y media estamos todos en el puente con los skates, aunque yo llego un poco más tarde, como siempre.
     Los skates al suelo y nuestros pies sobre ellos. Nos damos impulso y vamos en fila los cuatro, a un lado de la carretera que, al ser principios de verano, está más vacía de lo habitual. 
     En veinte minutos llegamos, ya que vamos más rápido sobre ruedas, aunque antes no era así. Cuando Jorge y Oscar estaban aprendiendo a subirse a un skate, en vez de veinte minutos, tardábamos casi una hora.
     Cuando llegamos, nos sentamos a descansar un momento, y enseguida llegan dos chicas subidas en skates a practicar también.
     Sé que una de ellas se llama Isabel. Tiene el pelo negro, ojos oscuros y tiene un carácter un poco borde, aunque no tengo ni idea de quién es su amiga. Nunca la he visto por el instituto. Lleva al cuello un colgante con la mitad blanca de un Yin-Yang. Isabel tiene la otra mitad, y parece que es verdad que son opuestas. La otra chica es rubia, de ojos azules y parece muy amigable.
     Todo lo contrario a Isabel.
     Nos ponemos en pie después de cinco minutos viendo cómo suben y bajan la rampa del fondo.
     Santi es el mejor de los cuatro, así que él empieza a hacer trucos en la valla y en la rampa inclinada de atrás nuestro. Vemos como se mueve por todas las zonas del skatepark
     Cuando me veo más motivado, salgo y hago trucos y saltos un poco más fáciles que los que hace Santiago, pero no se me da mal. Mientras tanto, Oscar y Jorge hacen lo que pueden. Más bien hacen el tonto moviéndose de un lado para otro, pero nos la pasamos bien.
     Después de una hora haciendo trucos, Isabel y su amiga se acercan a nosotros.
— ¿Os vais a apuntar al torneo de skate? —Nos pregunta Isabel.
— ¿Qué torneo?
     Santiago parece tan extrañado como yo. No teníamos ni idea de que había ningún torneo este verano.
—El cinco de Julio se disputa un torneo en el skatepark del centro ¿No lo sabíais?
—Pues no, la verdad, pero nos apuntaremos.
—Eso está claro —Le respondo yo a Santiago.
—Nos vamos ya. Nos vemos en el torneo —dice Isabel mientras se marcha.
     No podemos esperar, son tales las ansias de participar, que cogemos los skates y nos dirigimos al skatepark del centro y, apartado, hay una urna en la que hay que echar las inscripciones que están al lado.
     La urna está bastante llena, lo cual me hace dudar un instante si apuntarme o no, pero Santiago está tan emocionado que rellena la ficha con los datos en unos segundos, así que dejo de darle vueltas y hago lo mismo. Metemos nuestras inscripciones en la urna y nos vamos. Solo quedan dos semanas para esto.
     Cuando llego a casa, tengo de nuevo un mensaje de Santi, recordándome que, a principios de Mayo, nos habíamos apuntado a un campamento los cuatro, que dura desde el uno de Julio, hasta el quince de agosto, y que coincide con el torneo.
     Se lo comento a mi madre, y me dice que es decisión mía. El campamento o el torneo.
     Creamos un chat grupal para hablar los cuatro. Obviamente, Oscar y Jorge van a ir al campamento, pero Santiago aún no está decidido, y yo tampoco. Si Santi va al campamento, iré yo también, pero si no va, no sé qué haré.
     Santiago nos pide unos días para decidirse y, la verdad, solo tiene una semana, así que ya puede decidirse rápido, y yo también.
     Cuando cae la noche, iniciamos una video-llamada grupal en el portátil los cuatro.
     Nos quedamos hablando hasta las dos de la madrugada, y quedamos de ir mañana al cine. Aprovecharé al máximo las vacaciones. Un día encerrado en casa será igual a un día perdido del verano.
     Me despierto al mediodía de nuevo. Mi cuarto está muy desordenado, así que organizo toda la ropa y recojo los zapatos que tengo desperdigados por el suelo, ordeno mi armario y, después de todo esto, mi habitación se ve amplia y luminosa.
     Después de comer, cojo mi skate y voy a dar una vuelta antes de ir a las puertas del cine, donde he quedado con Oscar, Jorge y Santiago.
     Le pregunto de nuevo a Santi si se ha decidido, pero aún no lo sabe.
     Entramos al cine y vemos la película que queríamos ver, y que acaba a las siete.
     Como aún es temprano, decidimos ir a por unas hamburguesas para comer algo, pero durante el día, he notado que Oscar y Jorge tratan diferente a Santiago. Tal vez están molestos porque igual escoge el torneo, en lugar de ir con ellos al campamento, y no tendrían por qué. Santiago es nuestro amigo desde hace unos años, y saben que practicar con el skate es lo que más le gusta.
     Elija lo que elija, su decisión repercutirá en la mía.

     Como, posiblemente, el próximo uno de Julio nos separaremos, invito a los tres a quedarse en mi casa esta noche.

     De camino, pasamos por la casa de cada uno para que cojan los sacos de dormir y los pijamas. Compramos unas cuantas pizzas y refrescos para cenar y, además, alquilamos un par de videojuegos nuevos. Con esto tendremos la noche resuelta.

     Al llegar a mi casa, pasamos todos a mi cuarto. Encendemos la televisión y enchufamos la consola para probar los nuevos videojuegos a la vez que nos llevamos porciones de pizza a la boca. Hemos comprado tanta, que incluso sobran trozos.

     En un momento de la noche, en el que Santiago le va ganando al videojuego a Oscar, se enfada y se encara con Santi. Siempre ha tenido muy mal perder, pero esto es distinto, no está enfadado por ganarle al videojuego, está enfadado porque sabe que acabará quedándose aquí, en la ciudad.

— ¿Te parecerá bonito no? —Le replica a Santi

—Relájate Oscar, ya ganarás otra partida. —Jorge intenta calmarlo, está muy alterado, pero no es por su mal perder, que también.

—Eso me da igual —le responde a Jorge y se dirige a Santi de nuevo — ¿Nos vas a dejar solo por un concurso que harán todos los años?

—Eso tú no lo sabes  —Le contesta Santiago que, al contrario de Oscar, está muy calmado. Su tono de voz es tranquilo, como casi siempre.

— ¿Y nos vas a dejar tirados?

     Tras esa frase, Oscar empuja de los hombros a Santiago, y este se defiende haciéndole lo mismo. Entonces intervengo, me pongo en medio de los dos y retengo a Oscar para que se mantenga alejado a Santiago.

—Max, no te metas, además, tú también estás tardando en decidirte ¿No crees?

—Dejad de discutir —Nos dice Jorge a los tres, como si Santiago y yo hubiésemos dicho algo.

     Me quedo mirando por unos segundos a Oscar, hasta que me giro y le contesto.

—Necesito un par de días para pensarlo mejor.

     El ambiente se ha quedado bastante tenso, así que decidimos acostarnos a dormir ya, a pesar de que son tan solo las once y media de la noche.

     Soy el primero en despertarme por la mañana, así que me dirijo al baño, donde me lavo la cara y me cepillo los dientes.

     Cuando salgo, Oscar está sentado en su saco, mirando al suelo y, cuando me ve, dirige la mirada hacia mí por unos segundos, pero vuelve a mirar al suelo de nuevo.

—Siento lo de anoche —empieza a hablar —pero me molesta que los dos os vayáis a quedar aquí.

—Yo todavía no sé lo qué voy a hacer. Necesito un poco más de tiempo.

—Pues tienes —hace una pausa para mirar su reloj y continúa —seis días.

     Suspiro y asiento con la cabeza mirando hacia el suelo. Seis días para decidir el rumbo de mi verano.

     El campamento al que nos hemos apuntado está en otra ciudad, al lado de la playa. A seis horas en coche de aquí. Si decido quedarme, me perderé muchas experiencias nuevas, aunque Oscar y Jorge estarían juntos, pero si decido irme, dejaré aquí solo a uno de mis mejores amigos.

     No solo tengo que pensármelo bien, sino que tengo que hablarlo con Santiago. No quiero que se sienta traicionado por irme, pero tampoco quiero que los demás se enfaden por permanecer en nuestra ciudad y participar en el torneo.

     Estoy confuso.

Summer SkaterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora