be careful of the curse that falls on young lovers

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be careful of the curse that falls on young lovers

Unas uñas largas trazaban líneas en la madera del pupitre donde Harry solía sentarse cada mañana. Manos pequeñas, piel bronceada y un olor a naranjas que llegaba hasta marear. Aquel muchacho era un omega. Era un omega que no parecía muy interesado en parar de torturar a su pupitre, y tampoco en escuchar a Harry. Las naranjas. A Harry le resultaba difícil concentrarse en algo que no fueran las naranjas. Nunca le había gustado esa fruta: le parecía amarga, prefería las mandarinas. Pero el olor cítrico no dejaba de resultar atrayente, y el que desprendía aquel sádico omega era tan intenso, tan claro, tan embriagador...

Ojos azules que miraban sin vergüenza a un alfa confundido. Grandes, descarados, impacientes y a la vez aburridos. Harry contuvo la respiración. Era tan pequeño, y aun así con tan solo una mirada era capaz de dejarle sin palabras.

—¿Querías algo?

Su voz sonaba aburrida y nacía de la parte más seca de la garganta. ¿Quería algo? Su mente estaba en blanco. En ese momento, por no saber, no sabía ni cuál era su nombre ni dónde estaba y mucho menos qué podía precisar de aquel omega de las naranjas. Pero aquellos ojos esperaban expectantes, a tan solo un segundo de aburrirse y volver a concentrarse en levantar la madera del pupitre sin piedad. Y mientras, Harry no paraba de oler, de oler, de oler. Nunca un omega había olido con tanta intensidad, y miró alrededor para intentar discernir si sus compañeros a su alrededor lo sentían igual o era solo él. Parecían tranquilos, pero quizá sabían disimular mejor.

En ese momento entró el profesor a la clase y Harry volvió más o menos en sí. Volvió como obligado, pero seguía afectado por el omega. Miró al profesor, luego al muchacho y por último a su pupitre, cada vez más destrozado por las uñas de su actual dueño. Harry supo que no iba a ser capaz antes de que el profesor empezara de clase de reunir en su cabeza lo que quería decir, encontrar la suficiente saliva en su boca para decirlo y averiguar cómo mover la lengua de forma apropiada, así que decidió sentarse en otro lugar, al lado de la ventana, a una razonable distancia de él. Pero aun así, su olor le embriagaba. Se inclinó sobre la mesa para que le llegara mejor a las fosas nasales.

—Señor Styles, ¿qué está haciendo?

Quizá se había inclinado demasiado. Quizá se había levantado un poco de la silla y había alzado la cabeza y entrecerrado los ojos, e inspirado por la nariz demasiado fuerte. Avergonzado por la risa general que despertó, se encogió sobre su asiento y decidió no mirar al omega. No mirarlo en absoluto. Pero, aunque no le mirara, sabia que estaba ahí, porque no podía dejar de olerlo.

—Bien clase, supongo que os habréis dador cuenta de que hay un nuevo alumno entre vosotros, y por lo que veo algunos ya habéis visto que es un tanto diferente... —El profesor se subió las gafas, que siempre se le caían por el puente de la nariz —. Señor Tomlinson, por favor, ¿quiere levantarse y presentarse ante sus compañeros?

Entonces Harry sí que miró. El omega dejó de castigar a su uña contra la madera. Sus dedos, finos y huesudos, comenzaron a retozar nerviosos entre ellos. Se rascó la nariz y se levantó con poca decisión. Todos los ojos estaban fijos en él, y en ese momento Harry se dio cuenta de que, si no se habían percatado antes, ahora todo el mundo podía olerle como él le oía.

—Soy Louis.

El omega miró al profesor. Él le instigó a continuar con una sonrisa y un gesto de la mano. Louis unió las manos tras la espalda y clavó la vista en la pared derecha del aula.

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