Capítulo 1

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SIRELLE.

En el vasto y espléndido imperio de Kérberos —madre de los cuatro reinos—, la capital se erguía como un monumento de riqueza y poder absoluto. Las torres, donde habitaba la nobleza, se alzaban con arrogancia hacia las nubes, como si quisieran rozar las manos de los dioses que nos protegían. Sus cúpulas doradas resplandecían bajo la cálida luz del sol, lanzando destellos casi cegadores sobre las calles empedradas, adornadas con mosaicos de plata que intensificaban todo el brillo que probablemente se veía desde el reino más lejano.

Los nobles, envueltos con sedas traídas de tierras muy lejanas, caminaban con una seguridad de alguien que conocía la clase de poder que les otorgaba sus apellidos. En su andar, habían sonrisas cínicas, la mayoría de ellos intentando fingir que poseen un corazón humilde, usaban la excusa de que "la vida debería ser igual de dura para los que gobiernan". Solía amar la frase, hasta que me di cuenta que sus métodos se basaban en simplemente dejar de lado sus ostentosos carruajes para caminar a donde lo necesitaran.

Pero más allá de todo esto, yacía una realidad oculta, escondida en los rincones oscuros del reino. Allí, en las sombras más peligrosas, habitaban los pordioseros, almas condenadas a una vida llena de miserias, sin esperanza de redención. Eran los olvidados, los que ocupaban el último peldaño de nuestra jerarquía. Muchos de ellos, según lo que me había enseñado mi padre, eran descendientes de traidores, sus nombres mancillados por crímenes en contra de la corona —gran parte de ellos desconocían las atrocidades causadas por sus ancestros—. Estos hombres y mujeres, marcados injustamente por un pasado del que ellos no formaban parte, estaban destinados a perecer en la oscuridad hasta que no existieran rastros de sus linajes. Otros eran víctimas de enfermedades dañinas e incurables, aquellos cuyos cuerpos habían sido maldecidos con dolencias eternas, sin esperanza de tener una vida larga y próspera.

Mientras observaba las pequeñas flores que adornaban el balcón, pude imaginar por un momento. Mi mente creaba una clase hechicero sabio, con una barba extensa y blanca como la nieve, y, también un hada con alas brillantes, tanto como el amanecer de la primavera, capaces de conjurar un antídoto para cada una de las enfermedades que estaban acabando con la vida de personas inocentes.

Sería maravilloso siquiera verlos.

—Sirelle. —pronunció mi padre a mi lado, de manera repentina.

Adiós burbuja de ensueño.

Mi espalda se enderezó y, no pude evitar sentir un escalofrío recorrer mi espalda al escuchar mi nombre salir de su boca. 

Desearía que la sensación fuese más placentera.

Giré sobre mis talones, observándolo, y preparándome mentalmente en el proceso. La diferencia de altura, como de costumbre, era evidente, recordándome un poco lo insignificante que me sentía a su lado, tanto en privado como ante todo el imperio.

—¿Has meditado sobre lo que te propuse, Sirelle?. —cuestionó, enfatizando mi nombre como lo hacía siempre. 

Tragué saliva, sintiendo como el miedo crecía en mi pecho.  

—Emm...

¿Qué tenía que meditar?

Alcé mi cabeza para encontrarme con esos ojos verdes que me observaban implacables, esperando alguna respuesta que no poseía. 

—Si...—mentí, intentando huir del regaño.

Dio un paso hacia mí, abandonando la orilla del balcón. 

—¿Y? ¿He de llamar a la persona encargada para cambiar el color de tu cabello?

Oh, eso...

La conversación que tuvimos durante el desayuno llegó a mi cabeza como una oleada cruel, obligándome a apretar la tela de mi vestido cuando sentí el nudo formándose en el centro de mi garganta. 

Beyond The Crown (Más Allá De La Corona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora