Introducción

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Me paseé nervioso por la habitación. Sabía que en cualquier momento vendrían por mí y me llevarían ante ella. No era la mejor de las situaciones, lo admitía. Había salido airado de cosas peores, sin embargo, esa vez no tenía ninguna escapatoria. Tenía que cumplir con mi deber, aunque algo me decía que no sería la primera ni la última vez que me vería en una situación similar. Luego de horas de estar allí dando vueltas, la habitación se me antojaba sofocantemente brillante por su ostentosa decoración dorada, y me hacía sentir recluido. El papel tapiz era tan anticuado que hice una nota mental para pedir que lo cambiaran por algo que vaya más con mi estilo particular y elegante. Después de todo, pasaría más tiempo allí de lo que me gustaría.

Escuché pasos a través de la puerta proveniente del pasillo y tragué saliva. Ni siquiera me alteré o me sorprendí cuando la abrieron después de dos toques.

–Es hora, te están esperando en el salón de audiencias–me dijo el guardia con voz firme.

Asentí con la cabeza y lo seguí hacia el pasillo, donde se encontraban cuatro guardias más que me hicieron caminar entre ellos por todo el oscuro y largo corredor. Estaba nervioso aunque intenté por todos los medios no aparentarlo. Sabía que lo que me esperaba sería tan gratificante como una patada en las bolas. Luego de pensar en ello, me regañé a mi mismo por el uso de tal vocabulario. No debía de recurrir a tales frases justo ahora, tenía que sacarlas de mi sistema y comportarme a la altura. Después de todo, era parte de algo más grande.

La sala de audiencias estaba casi desierta. Un par de guardias estaban a cada lado del trono y aguardaban en silencio, al igual que mis acompañantes. Nadie se movía, podía jurar que los latidos de mi corazón se podían escuchar en toda la sala, y una vez más me tranquilicé soltando respiraciones lentas por la nariz. Entonces, ella entró. Todos hicimos reverencia hasta que tomó asiento y me miró con sus grandes ojos penetrantes. Era indiscutiblemente hermosa, poseía una belleza tal que dominaría cualquier reino que se propusiera con tan solo una sonrisa devoradora.

–Me parece que ya sabes lo que tienes que hacer, no tengo que darte más explicaciones–me dijo con esa voz fría, tan divorciada de su amable rostro pálido.

–Así es, cumpliré con mi deber sin fallarle.

–Muy bien, puesto que como ya sabes, no hay espacio para los errores. Tu misión es clara, tráela ante mí.

–Así lo haré, lo juro por mi vida.

Me llevé el puño al pecho y la vi lanzarme una media sonrisa malévola. Todo estaba implícito en ella, sabía que debía cumplir con la misión que me fue encomendada o las consecuencias serían nefastas para mi, así que me incliné. Mostré mis respetos y de inmediato fui escoltado fuera donde me esperaba mi pequeño y selecto equipo, después de todo, no me dirigiría a la boca del lobo sin cuidarme las espaldas.

El otro lado de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora