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Antes de regresar, decidimos que era más seguro si Anna y Alsa se quedaban allí, con el resto, nosotros nos encargaríamos de terminar lo que faltaba y de cumplir como un Géminis, vamos, que haríamos el paripé mientras ellas desconectaban de Ghinorman durante unos días. Sin embargo, antes de poder entrar en mi casa, allí se encontraba de nuevo, sentado delante de la entrada trasera, con Morgan entre sus brazos. Por el momento, Nasser no había recaído en mi presencia, solo se dedicaba a acariciar al gato y a mirarlo con sus ojos azules.

– ¿Qué hace aquí a estas horas? –Nasser se sobresaltó lo que provocó que Morgan saltase de sus brazos, dejándolos vacíos.


– Me dijiste que podía venir a ver a Morgan –. Seguía sentado, arrastrando sus dedos por el suelo mientras formaba patrones que no llegaba a descifrar del todo–. Y que también podía venir a verte. A ti.


– Le dije que sí a Morgan, nunca respondí cuando preguntó lo segundo.


Me coloqué a su lado pero sin sentarme, solo me quedé allí de pie preguntándome que podía causarle tanto interés a Nasser Vernacci para salir de su casa tan tarde. Como él seguía jugando con sus dedos, me permití un momento para observarlo desde aquella altura, aunque sin la sensación de superioridad que me había inundado la última vez. Ahora que lo veía bien –aunque casi se lanzaba la oscuridad de la noche sobre nosotros– pude observar que sus pestañas también tenía ciertos reflejos plateados, como su cabello, que este, aunque era extraño, resultaba encantador al mismo tiempo, lo que me hizo preguntarme si había nacido con el pelo negro –como sus hermanos– y si allí tendrían a alguien del gremio para teñírselo. De pronto sus ojos se alzaron en mi dirección y chocaron de frente con los míos, tan sosos y anhelantes de vida. Aparté la mirada, como si hubiera hecho algo malo – que en ese entonces pensaba que en cierto sentido así era.


– Pero eres la única persona que no me humilla ni me insulta cuando salgo a la calle –farfulló–, eres el único que me deja jugar con su gato. También, aunque a veces te noto incómodo, todavía no me has echado de tú calle por ser quien soy.


Volvió a esconder la mirada y a centrarla en los estúpidos patrones sin sentido que repetía una y otra vez. Me molestaba. Esa actitud de víctima me molestaba.


– Nasser –se giró sorprendido cuando me escuchó pronunciar su nombre–, si quieres jugar con Morgan puedes venir a mi casa. Muchas veces puede que yo no esté, pero él sí. Además, parece que te adora –dije sonriendo–. Incluso si no tienes nada que hacer también puedes venir.


– No sabía cómo decirte que dejaras de tratarme con honoríficos, pero parece que tú mismo has salvado esa distancia –giré la cabeza tocándome distraídamente el pelo, y sonriendo de nuevo.


Hasta que la oscuridad nos comió por completo, permanecimos en aquella pared, él sentado jugando con Morgan –que regresó con la barriga llena a reclamar atención– y yo apoyado, de pie, alternando la vista entre las estrellas y él.


– Aún no sé cómo te llamas –se quejó antes de irse.


– Soy Yim.


– Sigo pensando que eres un Tauro bastante peculiar Yim, ninguno había sido tan amable conmigo nunca –volvió a sonreír y, esta vez, en lugar de sentir que me encontraba por encima de él por engañarlo algo se aplastó contra mi estómago, cerrándolo.

– Nasser –su rostro dubitativo bajo las estrellas me dijo que no era el momento para revelarle mi signo–, deberías irte. No eres un Aries cualquiera.

Se despidió de mí y lo vi alejarse por la callejuela pero hasta que su espalda no se perdió entre la penumbra no entré en mi casa. Una vez dentro, apoyé las manos sobre la mesa y suspiré abatido. Maldito Morgan. Maldito sistema de castas. Maldita sonrisa.

GêmeosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora