PREFACIO - EL SECUESTRO

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El nerviosismo se notaba en ambos detectives, sudaban frío y temblaban de miedo, habían creído jugar sucio sin ensuciarse las manos pero no contaron con la astucia de aquel, quién les había denunciado.

Alec Palmer llevaba veinte años en la fuerza policiaca en la división de narcóticos, la edad ya le pesaba, cuarenta y cinco años, y la salud no era nada favorable para él; Benjamin Taylor era un poco más joven en servicio y en edad, quince años en la policía y 30 años de edad. Él solo había sido solidario —y quizá algo convenenciero— con su amigo Palmer.

—Tranquilo Palmer, debes relajarte —pidió Taylor a su compañero y este solo asintió, con su esposa enferma más una hija adolescente y embarazada, Palmer se preguntaba si podría morir y dejar protegida a su familia, sabía que la respuesta como también sabía que lo que había hecho era un acto reprobable, tan bajo y ruin, haber arrastrado a su compañero a ello tampoco había sido la mejor de las ideas.

—Están de suerte —se escuchó detrás de ellos, se giraron sobre los asientos de piel en los que estaban.

Se encontraban en el despacho de Asuntos Internos, luego de una denuncia los dos habían sido suspendidos y había procedido la investigación llegando así su audiencia para darles su verdadera sanción.

—A pesar de las pruebas… Tomamos en cuenta sus años en servicio, así como sus logros y méritos hechos a lo largo de tantos años —la voz masculina usaba un tono de solemnidad mezclada con burla, aquello no fue pasado por alto por los acusados, Palmer apretó su mano contra la silla.

—¡Al grano! —secundó Taylor, en el rostro ajeno apareció una sonrisa ladina que denotaba el gusto de poder otorgar la sanción.

—Entreguen sus placas y paguen el adeudo del que se han hecho acreedores por el robo.

Alec pasó su mano por sus cabellos canosos y miró asustado a su compañero, eso era una fortuna.

—¿Y te crees que estamos de suerte?

El agente de Asuntos Internos soltó una suave carcajada sin dejar de mirarlos, era mucho más joven que ellos, que la gran mayoría en la estación pero tenía más poder que todos ellos, eso lo tenía claro y como lo disfrutaba.

—¿Acaso están yendo a la silla eléctrica o a pudrirte a una cárcel estatal? —arqueó una ceja denotando incredulidad. La respiración de Palmer se agitó, su hija en un mes tendría al que sería su primer nieto y el tratamiento de su esposa era cada vez más caro.

Ambos dejaron sus armas y placas en el escritorio así como firmaron sus respectivas renuncias dónde reconocían su crimen y culpa por su fechoría, Palmer rabiaba, él estaba seguro de lo que había hecho nadie lo sabía más que Taylor. Y si este estaba siendo también sancionado, ¿quién demonios había sido el soplón?

—¡Juro que tomaré a ese hijo…entre mis manos y lo azotaré!

—Calma Alec, piensa en tu Natalia y Lydia —intentó tranquilizarlo su compañero.

—¡Pues porque pienso en ellas estoy así! ¡Lo hice por ellas! —ambos guardaron un silencio—. Y te arrastré a ello…

24H (Gay) (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora