Querido Alejandro,
¿Recuerdas aquellos días en los que una mirada no significaba nada, cuando los besos sólo eran para curar heridas, cuando éramos felices?
Largas tardes de verano bajo un Sol impasible ante nuestro calor que se pasaban demasiado rápido, y la vuelta a casa parecía no tener fin, pero al día siguiente volveríamos a vernos.
El paso del tiempo no nos preocupaba; en realidad, nada lo hacía.
No recuerdo exactamente en qué momento decidimos ponerle nombre a nuestra amistad, pero siempre que voy a pasear por el parque me acerco a aquel árbol en el que todos nuestros nombres siguen tallados con la horrible caligrafía de Juan bajo el título de “Los niños perdidos”.
Era nuestra película favorita. Merche y yo siempre nos enfadábamos decidiendo quién era Wendy, y como ella era más guapa, siempre lo hacía ella, y tú de Peter Pan.
Nunca te dijimos la verdadera razón por la que queríamos hacer de Wendy.
Ahora que la nostalgia me ha invadido por completo me paro a recordar todas aquellas cosas aparentemente tan insignificantes, pero que han marcado tanto nuestra vida.
Fuimos creciendo más y más, tú, Juan, Merche, Víctor, Mónica y yo. En todo ese tiempo nunca nos separamos.
Íbamos juntos a todos lados, incluso convencimos a nuestras madres de que nos metieran en el mismo instituto.
Conforme crecíamos, las miraditas entre Merche y tú se hacían más evidentes, y cada vez iba sintiéndome más apartada.
Me miraba todos los días al espejo, preguntándome qué tenía ella que no tuviera yo, aunque las diferencias eran bastante evidentes. Yo aún parecía una niña, y ella en cambio hacía que todos se giraran cuando pasaban por su lado.
La primera vez que vi cómo os besabais me hice el primer corte, y a este le siguieron más.
Nadie conocía mi secreto, éramos tan amigos que seguro que habríais cortado para hacerme feliz, pero yo no quería eso. Sólo quería veros felices, y si eso me impedía serlo a mí, pues bien, merecía la pena.
Poco a poco fui distanciándome de todos, hasta el punto de que mi única relación con el grupo era el saludo por las mañanas y la despedida por las tardes.
Acabasteis acostumbrándoos a aquello, pero Mónica quería un por qué.
Cuando se me acercó yo intenté huir, pero ella me agarró de la camiseta, dejando mi vientre a la vista. Agaché la vista al instante, avergonzada, y cuando logré reunir el valor necesario para mirarla, sus ojos inundados de lágrimas y llenos de dolor y compasión me contagiaron sus sentimientos.
Nunca me habían dado un abrazo con tanta ternura.
Nunca me habían hecho sentir tan culpable por hacerle sentir a alguien así.
Ella también empezó a apartarse de vosotros. Tú te enfadaste muchísimo, y un día por los pasillos le chillaste unas palabras que siempre recordaré: “¡¿Por qué?! Ella ya ha demostrado que le importamos una mierda, no merece tenerte cerca. No merece habernos conocido.”
Aquel día me salté las clases, salí corriendo del instituto y al llegar a mi casa cogí aquel cuchillo que tantas veces había perforado mi pálida piel.
Las lágrimas surcaban mis mejillas como un río habría hecho al bajar de una montaña, solo que estas no iban a un mar donde se perdían entre tanta agua; estas llenaban mi corazón con angustia una vez más, pero esta vez se desbordó.
Las manos me temblaban, complicándome coger el cuchillo.
Cuando el metal tocó mi piel un escalofrío me recorrió el cuerpo.
Las primeras gotas de sangre ya iban dejando su huella por mi abdomen, y cuando estaba llegando a mi costado derecho, apreté más el cuchillo.
No se por qué, pero lo hice.
Un dolor agudo me hizo caer al suelo, donde apenas podía moverme.
El charco de sangre iba aumentando de tamaño, pero en mi mente sólo había sitio para ti, y para todo lo que habías dicho.
Una imagen borrosa de mis padres llamando a una ambulancia e intentando parar la hemorragia. Después todo estaba negro.
¿Recuerdas cuando desperté? Tú estabas allí conmigo, sonriendo, como si no hubiera ocurrido nada, como si volviéramos a ser felices.
Hola, me dijiste. Hola, te respondí. Luego te acercaste a besarme, pero yo me aparté.
No quería piedad, no quería que fuerais infelices por mi culpa, sólo quería volver con mis amigos.
Cuando llegamos a la universidad todos nos separamos y yo al fin encontré a alguien que me quería de verdad, aunque nunca he sentido por Mónica lo que sentí por ti.
Ahora, después de 60 años recibo noticias tuyas, aunque habría preferido que no hubieran sido estas.
Cuando Mónica llegó a casa aquel día y me encontró llorando desconsoladamente no entendió nada, pero al ver que sostenía la carta en la que se me comunicaba que habías muerto lo entendió todo, y su llanto se unió al mío.
Hoy es tu funeral, y como otras tantas veces, eres tú el que vuelve a reunirnos a todos.
Hoy veré a Merche junto con vuestros hijos.
Hoy veré la vida que un día quise tener.
Y la gente me llamará loca por escribirle a un muerto, seguramente me mirarán con pena, de la forma que se mira a una vieja que está llena de dolor hasta tal punto que le ha escrito una carta a uno de los dos amores de su vida, pero soy consciente de que tú no leerás esto, de que no sabrás por qué queríamos ser Wendy, de que lo del hospital fue porque te escuché decir aquello. Nunca sabrás todo esto, porque ya no estás, pero en realidad esta carta no es para ti, es para mi corazón, que no ha encontrado forma más irónica que contar sus penas en una carta, en la parte trasera de la misma carta que tanto le ha hecho sufrir.
Con mucho cariño,
Alguien con quien te reencontrarás pronto.
FIN.
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Nostalgia.
Short StoryQuizás, si me hubiera comportado de otra forma, mi vida habría sido muy distinta, pero las decisiones tienen consecuencias, y nuestro deber es aceptarlas. No quise arreglarlo, y perdí mi felicidad, pero hay otros caminos, cada uno con un final difer...