Capitulo 1

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La pulsera de dijes me pesa en la palma de la mano. La habré mirado mil veces,pero vuelvo a echarle un vistazo porque necesito que sea perfecta, necesito quearregle todo lo que haya que arreglar. Estuve contemplando la posibilidad decomprar una pulsera más elegante y delicada, más al estilo de Kimberly, peroesta tenía algo que me atraía, esos eslabones tan sólidos y fuertes, como nuestrarelación... la mayor parte del tiempo. 

Hace unos meses, cuando la encargué, la pulsera iba a ser un regalo paracelebrar nuestra graduación, no una excusa para pedir disculpas y hacer laspaces, pero últimamente Kimberly se ha mostrado muy callada. Distante. Comopasa cada vez que nos peleamos. 

Y, sin embargo, que yo sepa, no nos hemos peleado, de modo que no sé dequé tengo que disculparme. 

Suspiro con fuerza y miro mi reflejo en el espejo del lavabo del hotel,comprobando que los estantes estén vacíos. Con las cejas fruncidas, me paso losdedos por el pelo despeinado, intentando alisarlo como le gusta a Kim. Tras unpar de intentos fallidos, mi pelo y yo nos rendimos y dirijo mi atención porúltima vez a la pulsera. 

Los dijes de plata, relucientes, repiquetean al inspeccionarla, y el tintineo seentremezcla con los sonidos amortiguados de mi fiesta de graduación desecundaria que llegan desde el otro lado de la puerta. Tal vez, cuando vea a Kim,me explicará por fin lo que le pasa. 

O tal vez no, quién sabe. Tal vez se limite a darme un beso y me diga que mequiere, y al final resultará que el problema no tenía nada que ver conmigo. 

Me inclino un poco más para examinar los seis pequeños dijes, uno por cadaaño que llevamos juntos. Tuve una suerte increíble al encontrar a una persona enEtsy que me ayudó a diseñarlos, pues no tengo ninguna clase de talento artístico.El resultado final es algo más que una pulsera. Es la vida que Kim y yo hemospasado juntos. 

Recorro suavemente con el pulgar cada fragmento de nuestra historia, yalgunos de los dijes me hacen un guiño al reflejarse en ellos los focos del lavabo.Un conjunto de pompones de animadora de esmalte blanco y verde turquesa,casi idénticos a los que utilizó Kimberly como jefa de animadoras la noche enque le pedí oficialmente que fuera mi novia. 

Una pequeña copa de champán dorado, con burbujitas diamantadasresiguiendo el borde, recordatorio de mi elaborada declaración de amor, hacepocos meses. Antes de hacerla había robado con disimulo una botella dechampán del armario de mi madre para darle una sorpresa a Kim. Mi madre mecastigó para toda la eternidad, pero mereció la pena ver cómo se le iluminabanlos ojos a Kimberly cuando la descorché. 

Hago una pausa para examinar el dije más importante, el que descansa en elcentro exacto de la pulsera. Es una agenda de plata, con un cierre de verdad. 

En cierta ocasión, estábamos estudiando en la cocina de su casa después declase cuando ella corrió al piso de arriba para ir al lavabo. Yo saquédisimuladamente su diario de color rosa de la mochila y escribí «Te quiero» enlas tres primeras páginas en blanco. 

Ella se echó a llorar de emoción nada más leerlo, pero pronto las lágrimas seconvirtieron en acusaciones. 

—¿Has leído todos mis secretos? —gritó, señalándome con el dedo de unamano mientras con la otra apretaba con fuerza el diario contra su pecho. 

—Claro que no —respondí, girando el taburete hacia ella—. 

Pero he pensadoque sería... No lo sé. Romántico.Y entonces se abalanzó sobre mí. Yo dejé que me tirara al suelo, porque eraelectrizante tener aquella cara tan bonita tan cerca de la mía, y su enojo sedesvaneció por fin en cuanto nos miramos a los ojos. 

—Lo ha sido —dijo, y sus labios indecisos se encontraron con los míos.Fue nuestro primer beso. Mi primer beso.Con sumo cuidado, abro el pequeño dije y paso las delicadas páginas de plata,tres en total, donde se lee «Te quiero». 

Es probable que siempre tengamospequeñas discusiones, pero siempre nos querremos.Sonrío al ver los eslabones vacíos de la pulsera, los que esperan a ser llenadoscon la vida y los recuerdos que vayamos construyendo. Un eslabón por cada añoque pasaremos en la Universidad de Los Ángeles. 

Y después, le regalaré unapulsera nueva para llenarla también de recuerdos.La puerta del lavabo se abre de par en par y golpea con fuerza contra el topede la pared. Guardo rápidamente la pulsera en el estuche de terciopelo y los dijesentrechocan justo en el momento en que un grupo de chicos del equipo debaloncesto irrumpe en el espacio. 

Se oye un coro de «¡Kyle! ¿Qué pasa,colega?» y «¡Somos la promoción del 2020, tío!». 

Les sonrío y me guardo elestuche en el bolsillo de la americana. Al hacerlo, mis dedos rozan la petaca deJack Daniel's que llevo remetida en la cintura, parte importantísima de mi planpara convencer a mis dos mejores amigos de que pasemos del baile degraduación organizado por el instituto y nos larguemos a nuestro sitio preferido,junto al estanque, para celebrarlo a nuestra manera. 

Pero antes...

CONTINUARA

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⏰ Última actualización: Dec 13, 2021 ⏰

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