Capítulo 3 - El ballet de las luces

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Otoño de 1890

«Para el puro todas las cosas son puras».

Aquellas palabras hacían eco entre las paredes de la mente de Albus. Como los rayos de sol que entran a la atmósfera y rebotan buscando una salida aunque sin éxito. Haces de luces como estrellas fugaces aparecían y desaparecían. 

Pequeños fragmentos de recuerdos se hacían con los sueños de Albus desde hace semanas. En ellos, regresaba de nuevo a aquel bosque; pero a partir de ahí siempre había alguna variación. 

El aire de repente se volvía más denso. Comenzaron a oírse graznidos procedentes de todos lados, cada vez más ensordecedores . Entonces aparecieron cuervos volando de un lado a otro, enloquecidos, precipitándose atropelladamente unos contra otros, o bien contra los troncos de los sauces sin ningún orden, algunos incluso cayendo muertos al suelo. Miles de cuervos negros como el azabache lo inundaban todo. 

La luz apenas se filtraba, era como si todo se hubiera apagado. Albus agitaba los brazos intentado zafarse de ellos, vulnerable. Su respiración cada vez era más arrítmica; el aire apenas se abría camino hacia sus pulmones. Notaba su cuerpo entumecido por los picotazos y ahora tan solo oía un fuerte pitido dentro de su cabeza, todo a su alrededor había quedado enmudecido. Estaba al borde de la locura. 

La ansiedad le abrazaba con fuerza. Sus piernas cedieron y éste calló al suelo estrepitosamente. Las heridas manchaban su palideciente piel de sangre. Entonces todo su cuerpo estalló en brillantes destellos de color blanco.

-¡Albus!¡Despierta!¿Estás bien? -a su lado, Aberforth agitaba a su hermano con energía. 

Al abrir los ojos, después de que su vista se acostumbrara a la oscuridad de la noche, Albus descubrió un enorme agujero en el techo de la pequeña habitación. Su hermano le miraba alterado. Se comenzaron a oír pasos apresurados en dirección al cuarto. 

-¿Qué ha pasado?¿Estáis bien? -los padres de los chicos respiraban entrecortadamente, acelerados por el enorme susto que se habían llevado al oír tal estruendo. 

Albus jadeaba, incapaz de articular ninguna palabra. Hay un momento en la vida de todo mago que es como cuando una chica se hace mujer; como su primera menstruación, solo que con la diferencia de que, en vez de provocar un río de sangre, origina una extraordinaria lluvia de miles de fugaces estelas de luz. 

Leyendas cuentan que, mientras más excepcional sea la explosión, más sobresaliente será el mago. Estas historias son muy conocidas, sobretodo por grandes magos, que cuentan con todo detalle su lluvia, exagerando el brillante esplendor de las chispas, aludiendo que su historia es la mejor de entre todas las conocidas. Algunos incluso han llegado a decir que las chiribitas eran del color del arcoíris; como un magnífico espectáculo de luces. 

Lo cierto es que la de Albus lo fue. Con el único resplandor de la luna iluminando la pequeña habitación desde lo alto del agujero del techo, miles de minúsculos rayos de luz danzaban por la estancia al son de la melodía de la noche. "El ballet de las luces", fue más tarde bautizado por el niño. 

-¡Ha sido Albus, mamá!¡Albus es mago! -gritaba Aberforth rebosante de júbilo. 

Los dos hermanos desde sus respectivas camas junto con Percival y Kendra con Ariana, la pequeña de la familia, sujetada entre sus brazos, contemplaron la majestuosa escena. Pequeñas motas brillantes flotaban aún en el ambiente, creando un juego de sombras como pocos; otras sin embrago, se acumulaban en la superficie de los muebles, haciendo parecer que cada uno de ellos había sido fabricado de las mismas estrellas. Brillantes copos de luz se amontonaban el los dorados finos mechones de los dos hermanos.

Aberforth saltaba sobre su colchón mientras Albus seguía paralizado. Esas horribles pesadillas que le perseguían cada noche desde aquel suceso en el bosque hace ocho años habían provocado la salida al exterior de toda su magia que se apiñaba por sus vasos sanguíneos. 

Toda la familia se fundió en un caluroso abrazo entorno a Albus. Una tímida lágrima recorrió las mejillas de Percival, el mago de la familia, orgulloso de ver cómo su legado, su sangre mágica, perduraría al menos una generación más. El riesgo que corres cuando formas una familia con un no muggle es que tus hijos nacen mestizos, por lo que, si no hay suerte, puede que toda la magia que ha estado acompañando a tu familia durante décadas, se consuma contigo. 

Aquel fue el primer atisbo de magia encerrado en el pequeño cuerpo de un niño de nueve años. Fuera de las fronteras de Mould-on-the-Wold, quedaba un mundo a esperas de ser descubierto.

Vida y Mentiras de Albus DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora