My Father, Poseidon

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Una maldición, como las que su madre suelta muy seguido, se escapa de los labios de un niño mientras se limpia la sangre que se escurre por sus brazos. El líquido oscuro se torna más claro en el instante que toma un poco de agua del río y lo rocía por toda su extremidad. Duele, pero no se permite llorar. Sería como dejar que el bastardo de Todoroki gane.

Sonríe al recordar cómo lo dejó. Sí, las heridas que el heterocromático le hizo no son nada comparadas con las que él tatuó en su piel. Espera que por fin se de cuenta de una vez por todas que él es el líder de todos los mocosos de la aldea. El Alfa.

—Salió tanta sangre de unos cuántos rasguños de nada.

Observa con una sonrisa los pequeños cortes en sus antebrazos. Nota que sus garras están afuera, por la previa pelea, y las contrae con facilidad; su cola aún sigue crispada pero no le da importancia.

«Maldición, tengo hambre», piensa el híbrido mientras se incorpora y busca rápidamente una excusa que darle a su madre sobre las marcas rojas en su piel «¿La vieja bruja habrá cazado algún jabalí?», de repente, sus lobunas orejas cenizas se ponen firmes, moviéndose en diferentes direcciones. Hay un sonido extraño que proviene de la orilla a seis metros de él. Olisquea el aire y sonríe al reconocer el olor, puede incluso sentir el sabor metálico en su paladar.

Sangre.

Las pupilas en los ojos del menor se dilatan hasta volverse una línea vertical, tan fina que se pierden en sus iris granate. Cree que es uno de esos tontos venados que se acercan a la orilla para saciar su sed, aún sabiendo que pueden ser atacados por detrás.

Camina en cuatro patas hacia su objetivo y mueve la cola, ansioso, al observar un cuerpo inerte sobre una de las rocas. Frunce el ceño. Aquél no es el venado que él creyó cenaría con ganas; es sólo un insulso humano.

Gruñe al ver que no es algo comestible. Está por dar media vuelta, debe avisarle a los viejos que hay otro humano merodeando por el territorio de los híbridos de lobo, cuando percibe un nuevo olor.

Pescado.

Se acerca más a la deprimente escena y entiende la razón de tantos olores mezclados en un sólo lugar. Un niño, al parecer de su misma edad, está inconsciente sobre el borde de una roca y un gran pedazo de madera tiene inmovilizandas sus piernas, seguro forcejeó por varios minutos lastimándose en el proceso. «Qué estúpido» lo ignora y busca el pescado entre las maderas. Nada. Inspira hondo y vuelve a fijar su mirada en el niño de piel morena y cabellos, extrañamente, verdes.

Camina nuevamente hacia el cuerpo y, sin importarle que podría estar liberando a un mortal intruso, toma el borde de la madera y la levanta con facilidad hasta dejarla caer al agua; lo que ve lo paraliza.

Su padre siempre le habló sobre las diferentes criaturas que habitaban en ese enorme bosque. Los dragones, bestias de cuatro patas que presentan algún tipo de arma de aliento como el fuego, hielo o ácido, son las mejores de su repertorio. Sin embargo, aquél niño de piel bronceada y cabello verdoso en la parte superior pero con una cola de pez llena de escamas entre platinas y verdes que reemplazan sus piernas, era una rareza.

La extraña extremidad se mueve ligeramente y, al volver su mirada al rostro del niño, lo encuentra despierto; los enormes orbes fijos en él. El pequeño cachorro se bloquea al ver aquellos par de iris esmeraldas que destellan miedo, curiosidad y, sobre todo, amenaza.

Se levanta de la roca en el acto al percibir el peligro en todo su pequeño cuerpo. Trata de buscar su voz pero siente su garganta seca. El silencio los envuelve por varios segundos.

«¡Como si me dejara vencer por esa cara bonita!», el cachorro de híbrido de lobo aprieta los dientes y, echando mano de toda su fuerza animal, abre la boca para preguntar quién demonios es.

Es ahí cuando el mitad pez se mueve a una velocidad inhumana y se zambulle al río, su pequeña y frágil aleta con gotas de sangre son lo último que logra ver.

Levanta su brazo

—¡Oye! ¡Espe...!— calla repentinamente al observar con más detenimiento su antebrazo.

Los cortes han desaparecido.

Eleva la mirada y sólo encuentra a las calmadas aguas que golpean débilmente las enormes rocas llenas de musgo de la orilla. Escucha un silbido y sabe que es su madre. Debe volver.

Observa por unos segundos más por donde desapareció aquella criatura y, tras sacudir su cabeza al sentir sus mejillas calientes por rememorar aquella belleza en su mente, se pone en cuatro patas e inicia su carrera a la aldea de los suyos.

Una pequeña cabeza emerge del agua en cuanto el mitad lobo desaparece entre los matorrales. Inclina la cabeza. No entiende porqué su sentido de peligro no se activó cuando siempre lo mantiene despierto, aunque de todos modos salió huyendo. Mira hacia atrás. La carabela que se hundió junto a los humanos y en la que estuvo atrapado por varios días, ha desaparecido en las profundidades del mar.

Una sonrisa torcida se instala en su angelical y engañoso rostro. Nunca debieron de capturarlo a él. No es un simple tritón. Es el hijo de Poseidón, el rey y dios de los mares. Quien se atreva a tocarlo con sucias intenciones, dolor y desgracia acompañará a su vida; pero, si su corazón no está manchado por la ambición y el poder, la vida eterna le será dada en recompensa.

Vuelve a mirar el lugar en el que el niño con orejas y cola lo liberó. Frunce el ceño. Está muy seguro que la bendición ha recaído sobre él; un niño. Recuerda las duras palabras de su padre advirtiéndole que no saliera a la superficie sin importar que una maldición recayera sobre su captor porque había, aunque pequeña, la posibilidad de que un alma bondadosa lo ayudara. Un alma que recibiría un castigo injusto.

La bendita vida eterna sólo era una fachada de la otra maldición. No había ningún premio. Las dos opciones, capturarlo o ayudarlo, llevaban a la misma suerte.

Lo piensa. Podía simplemente dejar todo como estaba y regresar a casa, al fin y al cabo, él nunca le había pedido ayuda a aquél niño; pero al recordar la pureza que vio destellar en esos iris granate, su conciencia lo martiriza.

Suspira y, después de meditarlo, con una sonrisa vuelve a sumergirse.

Debe regresar a casa, recuperar fuerzas y alistar todo. Mañana debe lidiar con ese niño y obligarlo a meterse al agua, acercar su rostro al suyo y darle, para su mala suerte, su primer beso; quitándole en el proceso la vida eterna que se le fue otorgada.

Era, en efecto, un plan muy simple. Si se tratara de un humano. Pero la realidad era que ése niño de nombre Katsuki, era un híbrido. Y uno muy terco.

Fin

LEYENDAS [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora