—Cariño, por favor, hazme caso.
—¡No! Yo no quiero, ¡no quiero!
—Vamos, sabes que debes hacerlo.Seguían discutiendo. Él siempre escapaba como podía en el reducido espacio de su cuarto. Ella, con paciencia, lo seguía en todas sus andanzas sosteniendo en sus manos una pequeña píldora y un vaso de agua.
—¿Por qué debo hacerlo? Estoy bien así. ¡Estamos tan bien así! Yo no estoy listo para esto.
—No hagas que mi esfuerzo sea en vano.
—No debiste haberlo hecho.
—No fue fácil conseguir estos medicamentos…
—¡Lo sé! ¡claro que lo sé! ¡pero es que no debiste hacerlo! No pienso aceptarlo, no quiero perderte.
—¿De qué estás hablando…?
—¿¡Crees que soy tonto!? En cuanto tome esas cosas te irás de aquí, ¡eso ya lo sé! Ya pasó una vez, y no quiero que vuelva a suceder —su agresividad repentina la hizo retroceder con cierto temor, pero no dejó que eso le afectara. Lo conocía muy bien y sabía que por muy enojado que pareciera, él no la dañaría. Así que dejó las píldoras y el agua sobre la pequeña mesita de noche y volvió a él para rodear sus hombros con sus brazos en un intento de calmar aquel llanto lleno de frustración que lo había inundado. Las caricias comenzaban a hacer efecto, pues pronto su respiración se normalizó, permitiéndole volver a hablar—. No quiero perderte… No sé qué haría sin ti. Todo el mundo estará en mi contra, como la vez pasada. Si no hubieras vuelto esa vez…
—Esa vez el medicamento no fue tan eficaz, por eso tuve que volver.
—¿¡Lo ves!? No quiero tomar eso, me niego a perderte. ¿Te irás para siempre?
Un silencio escalofriante se hizo presente entre ambos y la tensión aumentaba. Ella bajó los brazos a punto de rendirse con la situación. Él, por otro lado, tenía una presión en el pecho que crecía a medida que iba imaginando un escenario permanente en el que ella ya no estuviera más ahí, con él.
—No lo entiendes.
—¿¡Qué no entiendo!? —él, a diferencia de ella, ya se había dejado llevar por la desesperación, lo que hizo que comenzara a gritar aún más fuerte—. ¿Que solo quieres darme eso para deshacerte de mí?
—¿Cómo puedes decir eso? Entiende que eres lo más importante para mí, y por eso es que quiero que estés bien. ¿No harías lo mismo en mi lugar? No creas que esto no es doloroso para mí también, pero es por tu bien…
—¿Por mi bien? ¿y qué es mi bien? ¿estar solo, sin ti y que todos me miren con pena por alguna extraña razón? Eso no es para nada estar bien.
—Me estás haciendo daño al rechazarlo.
—¡Tú eres la que me daña al exigir esto!
—Bien, ¿y cuál es tu idea? Haz que valga la pena el sacrificio que hice para conseguir esto. Además, no te vas a deshacer tan fácil de mí, cariño. Como sea voy a encontrarte, como sea voy a volver a ti.Quedándose casi sin opciones para que él aceptara, volvió a usar su tono dulce y apacible para intentar convencerlo de que tomar esas píldoras era lo mejor.
—No vas a poder deshacerte de mí tan fácil —repitió, sin alguna amenaza en su tono de voz. Se acercó de nuevo dejando sus manos en la nuca de él para masajear ahí—. Estés donde estés te voy a encontrar para estar juntos, y para entonces ningún medicamento va a funcionar para separarnos. No voy a olvidarte, pero por favor haz que este esfuerzo valga la pena. Yo lo hice por ti, para que tú estés bien, y si no lo estás, entonces todo fue para nada.
—Por favor, no me olvides… No olvides a este tipo que está completamente loco por ti —comenzó a derrumbar esas barreras de a poco. Su desesperación se reemplazó por una angustia profunda dentro de él. Sacó las manos de ella de su nuca con suma delicadeza y alcanzó las píldoras junto con el vaso de agua para luego sentarse en el borde de la cama. Ella no tardó mucho en seguirlo y ubicarse a su lado como un signo de su apoyo—. Vuelve a mí… No sé si pueda soportar tanto tu ausencia. Tienes que volver, por favor…
—Y así será, cariño. Voy a volver. Voy a volver y todo estará bien, estaremos juntos.
—No me gusta hacer esto.
—Lo sé, cariño. Pero es necesario. Yo ya hice esto por ti, no fue fácil encontrar estas cosas. Haz que valga la pena.
—Haré que valga la pena. Yo… te amo —su rostro estaba cubierto de lágrimas y se había quedado con la mirada perdida, decidido a aceptar aquel sacrificio, aquel acto de amor representado en las pequeñas píldoras—.
—Yo también te amo. Gracias por aceptarlo. Solo quiero salvarte. Déjame salvarte.Sin esperar más, él dejó las píldoras en su lengua e inclinó el vaso para beber de él. Ella, a su lado, le brindaba ese apoyo que necesitaba. Ella sabía que no le gustaba, pero solo quería lo mejor para él.
Se quedaron juntos, tomados de la mano, compartiendo el dolor de ese momento. Sin embargo, ese escenario no duró mucho, pues pronto el sueño se hizo presente. Se acostaron juntos, envueltos en un aura de angustia. Así pasaron la tarde completa y parte de la noche, en un sueño muy profundo por parte de él.
Para cuando llegó la mañana, la habitación estaba de lo más silenciosa. Él abrió sus ojos y estiró su cuerpo sobre la cama, notando de inmediato el gran cambio. Ella ya no estaba a su lado, despertó y ya no pudo verla dormir unos minutos más a su lado. Suspiró pesado y recostó su cabeza en la almohada otra vez, mirando hacia la mesita de noche.
Encontró algo extraño, aunque no era la ausencia de alguna pertenencia de ella. Al contrario. Allí había algo que antes no estaba. Se sentó un poco asustado y sin esperar más estiró su brazo para alcanzar aquel extraño objeto. Era una tarjeta, una pequeña tarjetita de presentación. Confundido, comenzó a leer lo que ahí decía.—Doctor Raimundo Rojas. Especialista en… ¿psiquiatría? Y salud mental —leyó en voz alta—.
Ahora se encontraba más confuso que antes. Creyó que tardaría más. pero no pudo seguir pensando en ello, ya que unas voces del otro lado de la puerta interrumpieron todos sus pensamientos. Reconoció de inmediato la voz de su madre, acompañada de la de un hombre, al parecer, mayor. No se quedó ahí, y movido por su curiosidad fue hasta la puerta, pegando su oreja para oír las voces más claramente y saber qué decían.
—Entonces, ¿puede asegurar que mi hijo va a estar bien? ¿ahora sí? —la voz de su madre sonaba ansiosa y preocupada—.
—En efecto, es un medicamento relativamente nuevo, pero ha dado el 100% de efectividad en todos nuestros pacientes, sin excepción.
—Ya no sé si confiar. Hace tiempo otros doctores dijeron lo mismo, pero mi hijo al tiempo volvió a tener las mismas alucinaciones. Esas cosas no hicieron efecto.
—Señora, no sé qué médico habrá sido, ni qué medicamentos, pero esta vez será distinto. Ninguno de nuestros pacientes ha presentado alguna alucinación en más de 6 meses. Podemos asegurar que esta vez ya no volverán a aparecer nunca más.No quiso seguir escuchando. Su cabeza daba vueltas y sentía la desesperación llegar a él con pasos agigantados. No alcanzó a llegar a su cama, y se derrumbó en el suelo de su habitación, rindiéndose ante lo abrumador de sus sentimientos. Nadie podía calmarlo en ese momento. No había consuelo alguno para él a menos que ella misma apareciera de nuevo por la puerta y lo abrazara otra vez. Pero sabía que esta vez era diferente. Escuchó decirlo al doctor. Ella no volvería a pesar de la promesa que había hecho antes de desaparecer. Ella ya no podía encontrarlo aun con su mejor esfuerzo. Ella ya no volvería, y esta vez, para siempre.