Capítulo 35. Érase una vez, un niño...
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—Estás durando mucho para abrirlo —me quejo mientras me siento al lado de Aleksandr. Al hacerlo, tengo el sumo cuidado de no voltear el tazón que traigo conmigo.
Él sacude el regalo, dudoso, y vuelve a mirar a Anastasia que se encuentra tan desesperada como yo.
—No me has dicho qué es.
—A lo mejor si lo abrieras la pregunta se respondería sola —murmuro, entrando una fresa en mi boca. Cuando el ruso mi mira, sonrío inocentemente.
El ruso termina por quitar el lazo del regalo, y seguido de este, el papel, hasta que finalmente solo queda una caja. Al abrirla solo es visible confeti de colores dentro de esta. Tiene tanto que se desborda.
—Qué lindo regalo, confeti... —murmura él, tirando el confeti con una lentitud impresionante fuera de la caja.
No puedo evitar un gruñido por lo bajo.
Moriré de intriga si no termina de abrir el paquete ahora.
La que se desespera primero de nosotras dos es Anastasia, que se pone de pie y le arrebata el paquete de sus manos a Aleksandr.
—Te daré un empujón.
Cuando termina de tirar todo el confeti en el suelo, saca un portarretrato de tamaño normal y se lo entrega a Aleksandr en sus manos.
De su boca pude haber esperado cualquier expresión, quizás poco interés en el regalo, pero Aleksandr parecía demasiado interesado en el portarretrato, tanto que por un momento me propuse asomarme a ver qué era.
—¿De dónde la sacaste?
—La robé para ti. Sé que la extrañas mucho. Me lo ha dicho Ada.
El silencio de Alek me confirma que ese retrato removió algo en él, ahora solo tocaba adivinar si era en el buen sentido o en el malo.
—Ada no debería hablar tanto.
Anastasia lo único que hace es encogerse los hombros, y seguido de eso patea el confeti que está en suelo, incómoda al ya no encontrar qué más decir.
—Ya es tarde...
Alek suspira, colocando el retrato en una posición en la que solo logro ver una mujer de hermosa sonrisa.
—Ve a dormir —observo como Anastasia le regala una pequeña sonrisa a Aleksandr antes de irse, feliz. Sabe que le gustó el regalo, aunque no lo dijo.
Espero a que la puerta termine de cerrarse para volverme al ruso. Lo sorprendo viendo la foto, ahora fijamente y sin moverse. Cuando siente mi mirada en él, me extiende el retrato, dudoso de si dármelo o no.
Me tomo un tiempo para tomar el portarretrato, dándole tiempo a Aleksandr de retirarlo de mi alcance, pero como no lo hace, termino por tomarlo.
Este es extremadamente ligero, pues no tiene cristal, solo un plástico que simula ser uno. Cuando ya está en mis manos, detallo sus bordes llenos de brillantinas mal pegadas, corazones y lazos blancos. Quitando que todavía la ega estaba sin terminar de secar, me fijo en la fotografía.
En ella sale un Aleksandr mucho más joven, una Anastasia de unos dos años y la mujer que anteriormente había visto. En la foto salía sonriente, revelando unos dientes perfectamente cuidados y un brillo de pura alegría en sus ojos. Era muy parecida a los Vólkov en el físico. Cabellera negra, ojos azules, piel clara y labios de un rosa seductor, pero lo que parecía en ella diferente era que parecía feliz genuinamente y no de manera plástica, como la sonrisa que tienen todas las fotografías de esta casa.
Y quitando que ella parece realmente feliz, nada parecía fuera de lo normal en la foto, hasta que noté que Aleksandr estaba sonriendo. Repito, Aleksandr sonriendo.
Eso era nuevo.
También vi que en el fondo de la fotografía estaba la torre Eiffel, y junto a ellos, en la mesa del café llamado «Tante Helen», había vasos de café semi llenos y platos vacíos. Todo el ambiente gritaba "Una buena cafetería francesa".
—¿Quién es? —le pregunto a Aleksandr. Él ya no se encuentra a mi lado, sino arropado en la cama cual niño enfermo.
—Era mi tía.
Un nudo se instala en mi garganta cuando recibo su respuesta, y con miedo a que mi lado chismoso moleste al ruso, no decido preguntar sobre su muerte, aunque por la manera en que le habló Aleksandr a su padre, estoy seguro que algo tuvo que ver.
Me pongo de pie, y con el tazón en la mano, me paro al lado de Aleksandr para colocar el portarretrato encima de su mesita de noche.
—Descansa —murmuro e intento darme la vuela para ir a mi lado de la cama, pero Aleksandr me lo impide.
—¿Descansa? Te prometí algo.
No digo nada y acepto que Aleksandr me ayude a sentarme a su lado, pero dejo el tazón de fresas junto al retrato.
—¿Quieres la versión larga o la corta?
—La larga —respondo sin dudar. Quiero saber todo de él.
Aleksandr me acomodó de manera que mi cabeza quedara de una manera cómoda en su pecho, y cuando conseguimos una posición que no nos incomodaba a ninguno de los dos, Aleksandr empezó a hablar.
—Érase una vez, un niño... —Aleksandr se detuvo y aclaró su garganta, entonces empezó nuevamente—. Érase una vez, un niño que quería ser fuerte... Quería ser fuerte porque su padre así se lo exigía, y decía que, de no serlo, moriría en el mundo cruel en que vivimos. El niño solo tenía seis años y era muy inocente, así que intentó complacer a su padre en todo lo que podía.
Mientras más hablaba, el volumen del tono de voz de Aleksandr iba bajando cada vez más rápido, como si recordar doliera.
—Entonces creció... —continué por él, pero él negó.
—Antes de llegar a ser mayor, al niño todavía le faltaba mucho por vivir... Y también por sufrir.
Por su tono sabía que todo se le estaba yendo encima, y lo peor es que lejos de ser el hombre de hierro que aparentaba ser, era tan vulnerable como cualquier otro humano.
Me acomodé mejor en su pecho y seguí escuchando la historia de ese niño... La historia de Aleksandr Vólkov.
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Poker Face {A #1}
RomanceLibro I de la bilogía Azares: Poker Face. ♠ · ♦ · ♠ · ♦ · ♠ · ♦ · ♠ «Lo que pasa en Las Vegas, no siempre se queda en Las Vegas» · ♠ · ♦ · ♠ · Para Becka Foster su cumpleaños número dieciocho era la oportunidad perfecta de conquistar a s...