Capitulo uno

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La posición social no debe importar en un campo de batalla, tampoco en la vida cotidiana como algo de mera importancia en el trabajo, nuestro campo de batalla diario, a excepción de la pelea con miles de papeles que danzan en la melodía silenciosa e invisible del viento.

Alexa pareció nacer en paz, sin peleas ni algo que arriesgar en su vida. Lo tenía todo, pero todo no la tenía a ella. Como un bebe nacido debajo de la luz de un hospital acompañando el primer resplandor que con sus ojos miraría interferir en su débil visión. Una voluminosa montaña de presentes le esperaba en casa, después de un ajetreado parto que la vida le quita costosa.

A sus seis años tenía todo tipo de cosas, muñecas, ropas, finas y caras zapatillas en sus delicados pies. Pero a costo de todo eso, algo ignorante era. En un mundo que parecía de princesas y príncipes se le acostumbro al materialismo.

Alexa rebosaba de felicidad luego de haber sido invitada al cumpleaños de una de las hijas de un socio de su padre. Había sido una fiesta lujosa con platillos hechos por chef de alta escuela, las decoraciones parecían sacada de películas de Barbie y los vestidos hechos por diseñadores de artistas altamente conocidos. Todo gritaba lujos.

Estaba claro que ella no se quedaba atrás.

Ella lucía elegante, con un vestido celeste muy apegado a la temática de la fiesta a la que asistió. Era largo, pomposo con detalles brillantes en su falda, en la parte de atrás reposaba una gran chonga celeste que le daba estilo al vestido. Sus pies eran decorados por unos blancos tacones bajos, tenia incrustados unos brillantes diamantes que ni en sueños podría pagar una persona de un status medio, por algo fueron diseñados exclusivamente para ella, la niña de sus ojos. Simplemente hermosa.

Y es que con apenas seis años era tan competitiva con sus vestuarios deseando sobresalir por las demás.

--Tenemos que encaminarnos al auto, Carlos tuvo una emergencia de ultimo momento. ¿Quieren acompañarme?-- preguntó un muy comprensivo padre a su esposa e hija. Quienes asintieron después de todo, amaban estar junto a la compañía de aquel hombre.

Sin embargo, en el camino al estacionamiento, en un callejón oscuro encontraron a un vagabundo, quien vestía sucios harapos rotos que le hacia ver aquellas costillas eran la señal que tenia muchos días sin haber probado comida decente, lucia tan deprimente con una barba larga y sucia. Aquel hombre extendió sus manos hacia aquella familia adinerada que parecían ser la mas feliz del mundo.

--Señor, ¿puede regalarme una moneda? Lo que sea su voluntad, Dios le pagara—susurros débiles acompañaron al indigente. se veía débil y ojeroso, permanecía sentado en un cartón al lado de un basurero con olor podrido y orines propio de gente que hacia sin mas que decir en la calle, ignorando el letrero de "no orinar". 

El hombre los miraba con la esperanza de un poco de dinero para comer, para alimentar sus ruidosas tripas que a gritos pedían los nutrientes de algún alimento limpio. No contaba que la mirada de los dos adultos era de desprecio y asco absoluto. 

La pareja solo vio con asco a aquel hombre. Una sonrisita socarrona demostrando lo poco disimulados que podían ser, eran seres crueles con dinero cruel en sus manos. Las cosas toman apariencia de los dueños ¿no?

Una mirada dulce e inocente miraba la escena, pensativa, confundida por lo que había pasado.

--Este hombre debería estar muerto—pronunció con repugnancia la mujer, mirando con desdén al viejo pobre frente a ellos. Pero sin pensar que esa era lo que había aprendido la pequeña, impregnando en su memoria aquella frase tan mísera y llena de soberbia. —Vámonos de aquí.

Con una última mirada altanera despidieron al mayor tirado en el suelo de un callejón, dejando con vergüenza y rencor a aquella familia adinerada. "Dios lo pagara" dijo en sus adentros el hombre. Miró a la niña, dedicándole una mirada de lastima porque sabia que ella pagaría por cada uno de los errores de sus padres.

La inocencia de los niños los hace manipulables, son tan sumisos que aprenden de lo que sus superiores hacen sin importar si esta bien o no moralmente. De por si, los padres les da la visión de ellos del mundo a sus hijos y Alexa veía el mundo de sus padres sin cuestionarse el trato a los demás. Era una pequeña esponjita que busca del mundo, de lo que le enseñara aquel. Ella seria la consecuencia de cada uno de los errores de sus padres y eso lo aseguraba aquel indigente.

La inocencia de su mirada sería reemplazada por la soberbia de sus acciones.


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LOS AMO Y LOS VERE EN EL PROXIMO CAPITULO. 

Yerro del GallardoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora