Sobre la luna

9 1 0
                                    

Ardiendo como brasas se desarmaron una frente a la otra, los vestidos de niña flotaron por la habitación cuando ambas se hablaron con la mirada y lo decidieron sin palabras. Los zapatitos se quedaron bajo la cama (en guardia) y ellas se encontraron embobadas con la ilusión amorosa que provocaban sus ansías infantiles al mirarse las caras pintadas con las luces de la ciudad nocturna. Puedo, preguntó la niña dulce que evocaba pasiones inesperadas en Irene. Desnudas como estaban, cómo no iba a poder, y en lugar de contestar, fue Irene quién le dio vida al beso que no necesitaba permiso, al beso que se apretaba entre una boquita inexperta y la suya un poquito promiscua. Dulce, fue tan dulce que las ansías en Irene se desataron vivísimas y gravísimas. Abre la boca, susurró contra sus labios y a cambio recibió un suspiro que le agitó el alma de gusto, Así, tan buena, recompensaba a Seulgi con aquellas caricias sobre la cintura que la hacían temblar entre sus brazos. Muñequita linda, pensaba, más bella que cualquiera de sus delirios adolescentes. Dos añicos más niña que ella y se sentía toda una criminal a sus diecisiete años. Dios sabe como la beso con tanto cariño y después con cuánta hambre, con cuánto anhelo sus manos recorrieron el cuerpo todavía infantil, todavía pecoso, de lunares y ombliguito botado pa' fuera que decía sin voz, Bésame, Bésame tanto. Tócame, le había dicho sin aliento entre besos bruscos y húmedos, Pero tócame de verdad, susurraba sobre la oreja caliente de la niña tímida que nada sabía y todo le daba vergüenza. Entonces le había pedido la muy coqueta que le enseñara «cómo» y las manos (muy) inquietas de Irene (que no se queda nunca atrás porque el orgullo pica) se deslizaron despacio pintando los contornos de su cuello pálido, de sus clavículas finitas y de sus senos pequeños, a cambio, la escuchaba suspirar bajito entre caricia y caricia, entre beso y beso que iba pintando o manchando su piel enlunada.

Deseándola tanto, tan tentada ahí llevo las manos entre las piernas de su delirio, la tocó en lo más profundo y su voz evocó una sinfonía que lleno la habitación a sabor amor y sexo. Enloquecidas, adictas y amorosas.

Muñequita linda, diría al otro día, las dos bañadas del sol mañanero que se cuela por la ventana, abrazadas, desnudas, enredadas bajo las sábanas, felices, deseando que ese brevísimo instante de mirarse las sonrisas entre avergonzadas y felices, les durará para siempre.

Sobre la luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora