Capítulo I

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La primera noche de Félix en su nueva vida podría describirse como estresante; apenas pudo conciliar el sueño durante un par de horas. No sabía el motivo de esto, pero lo que pudo notar fue que habín ruidos extraños que provenían del apartamento de al lado, el cual le pertenecía a un anciano retirado de nombre Eugene; sonidos que no lo dejaron dormir por gran parte de la madrugada por su inmensa similitud a un montón de crujidos, como si alguien estuviera pisando ramas o una cosa así. De todas formas, cerca de las 3:30 de la madrugada, consiguió ignorar aquellos ruidos y descansar un poco.

Despertó cuando la luz de atravesó su ventana hasta dar en su cara y abrió los ojos con lentitud, sintiendo en su cuerpo las repercusiones de no haber dormido bien la noche anterior. Gruñó bajo antes de apoyar los brazos sobre la cama y levantarse con dificultad, dando un largo bostezo en el proceso.

Mientras frotaba sus ojos con su mano izquierda, usó la sobrante para tomar su teléfono de la mesita de noche junto a su cama, y vio las 8 llamadas perdidas y 27 mensajes de su madre entre las notificaciones; ahora estaba en problemas. Desconectó el dispositivo de su cargador y lo desbloqueó para devolverle la llamada a su progenitora, esperando lo peor, pues si lo había estado llamando quizás ocurrió una emergencia.

— ¡Hola, hijito! — alejó su teléfono de su oreja al escuchar la voz cantarina y tierna de su madre gritar. — ¿Cómo estás? He estado llamándote desde ayer y no contestas; ¿llegaste bien a tu nuevo aparamento? Quiero saberlo absolutamente todo.

— Hola mamá, lamento no haberte llamado ayer; llegué un poco cansado del viaje hasta aquí y pensé en descansar antes.

— Bueno, eso es comprensible; pero cuéntame todo ahora. No puedo esperar para saber todas las cosas que te han pasado desde que te fuiste de casa, y más con la... situación. — su tono de pronto se volvió más serio.

— Cierto... pero aquí estaré bien; no tienes que preocuparte por eso.

— Eso espero, no soportaría que te ase algo cuando estás tan lejos de mí. ¿Sabías que ya han ocurrido tres ataques más desde que te fuiste?

— Eso es mucho; apenas me fui ayer.

— ¡Lo sé! Precisamente por eso me preocupaba que te fueras solo; debiste haberme dejado ir contigo.

— Mamá, ya no soy un niño; te aseguro que estaré más que bien, y me aseguraré de tener cuidado.

— Promételo, ¿sí? No vayas a salir de noche o esas cosas horribles podrían atacarte.

— Lo prometo, me quedaré en casa apenas se ponga el sol, pero... pensé que esas "cosas" también atacaban de día.

— Bueno, lo hacen, pero la mayor parte de los ataques han ocurrido de noche. — Félix se dio cuenta de que estaba preocupando demasiado a su madre, y que sus palabras en realidad no eran de mucha ayuda. Aún si no estaba del todo de acuerdo con toda esa situación y en el fondo pensaba que era una tontería, decidió darle la razón a su mamá para que ella pudiera quedarse tranquila.

— Tienes razón, me voy a asegurar de hacer todo lo que necesite durante el día; por algo los horarios de la universidad son hasta las 2:00pm.

— Hablando de eso, no olvides pasar por las instalaciones de tu universidad a dejar el papeleo restante de tu matrícula; las clases van a comenzar dentro de una semana y no queremos estar retrasados.

— Sí, pasaré hoy y voy a aprovechar para desayunar fuera en algún lugar; después pasaré a la tienda para tener algo de comida aquí y volveré antes del anochecer.

— Muy bien, entonces, no te molesto más. Recuerda llamarme para saber cómo estás, ¿de acuerdo?

— Sí, mamá, hablamos otro día.

— ¡Adiós!

Al dar la llamada por finalizada, suspiró con pesadez. En verdad amaba a su madre, pero a veces su atención podía llegar a ser exasperante; ella no soportaba tenerlo, aunque sea un poco, lejos por más de cinco minutos porque seguía viéndolo como a un bebé, y eso lo agobiaba. Sin embargo, no quería sonar igual a un malagradecido, y realmente apreciaba la preocupación de su madre, por lo que optó por la opción de no decir nada y seguirle la corriente con tal de verla feliz.

Su línea de pensamiento fue interrumpida por el sonido de su estómago exigiendo comida; mejor se apresuraba para salir a desayunar. Se levantó de su cama y caminó en dirección al baño, donde posteriormente tomó una ducha que se llevó todo su estrés y lo dejó listo para enfrentar el día que le aguardaba. Metió los objetos importantes como sus llaves y teléfono en su bolsillo, y puso los documentos que debía entregar a su futura institución en una carpeta para luego empacar eso en un bolso de la forma más cuidadosa posible; lo bueno era que no tenía demasiadas cosas que pudiera llevar y darle peso extra.

Salió de su apartamento, asegurándose de que todo haya quedado bien cerrado, y luego empezó a caminar en dirección al ascensor.

Crujido.

La atención de Félix se desvió completamente al escuchar un ruido extraño; esperó unos segundos por si el sonido volvía a aparecer, pero nada pasó. Comenzó a caminar de nuevo.

Crujido.

No dio ni dos pasos cuando el sonido se repitió; en esta ocasión más fuerte que la primera. De nuevo, aguardó durante un momento, tomándose su tiempo, y escuchó con cuidado si de dónde provino aquel ruido.

Crujido.

Reconoció el lugar del que pareció surgir; el apartamento junto al suyo, el de su vecino Eugene. Pero, ¿por qué vendrían crujidos de su apartamento si él es un anciano que no puede comer nada demasiado sólido? Decidió resolver el misterio por su cuenta, y dirigió sus pasos hasta la puerta de su vecino, donde el ruido era mucho más fuerte y claro con cada paso que se acercaba. Levantó su mano, y después de haberlo dudado por un segundo, golpeó suavemente la madera de la puerta dos veces.

Más ruidos extraños, ahora de cosas removiéndose y arrastrándose; luego pasos apresurados hacia la puerta. Cuando vio la misma empezar a abrirse de a poco, el pánico invadió su ser; ya no había vuelta atrás.

La vida normal de FélixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora