Mi no tan querido Hyde:
Somos como esas parejas que han estado juntas por tantos años que ya no soportan estar en la misma habitación sin armar un conflicto o gritarse por cualquier insignificancia. En un principio estábamos enamorados (entiende, esto es una metáfora, no es que te haya tenido ese afecto), tuvimos ese "romance", porque yo sufría del síndrome de la princesa rescatada de la torre o del dragón (elige tú cuál prefieres), te debía admiración por haber salvado a mi mente de la total destrucción que significó la muerte de la abuela y la violencia psicológica del hogar, donde mi universo de emociones fue brutalmente silenciado por la sombra ineludible de Padre y su fiel secuaz, Madre. Todo se estaba desmoronando, y apareciste tú. ¿Te creé o fuiste una invención espontánea y anónima? ¿Escuchaste mi grito de ayuda y naciste desde el vacío?
Todo acto requiere un precio, una transacción. Para crearte, a cambio perdí mis emociones. Desde ese momento perdí la capacidad de sentir la alegría (al menos, la sana... la perversa aún la tengo), de conmoverme por el resto, en fin, algunas ni siquiera alcancé a saber como se llamaban. Me quedan solo el miedo, la ira y, a veces, unos altibajos de euforia y depresión.
No te aburriré con los detalles, sé que entiendes menos que yo sobre este asunto de las emociones humanas.
Ah, el romance de los primeros años, el príncipe que me había rescatado de la destrucción absoluta. Pero, con los años, entendí que no te había sacado de un cuento de hadas, que tenías un insaciable apetito por el dolor ajeno, por explorar los terrores y traumas más tóxicos de las personas, para luego estrujarlos hasta conseguir el amargo néctar del sadismo. Me hacías ver, tomabas el control, te sentabas en el trono y yo me quedaba en una esquina, viendo cómo arrasabas con todo, viéndote agarrar a tus presas y arrancarles el cuello a mordiscos. Luego, cuando te cansabas, cuando te aburrías, tenía que volver a sentarme yo, a limpiar el desastre, a trapear la sangre, esconder los cuerpos.
Con los años, me cansé, te quise exterminar, busqué todos los medios para exorcizarte, fue inútil.
Ahí nos dimos cuenta, en este sistema se creaban constantemente pequeñas personalidades, pequeñas como bacterias, ensayos de identidades que duraban horas, días, a veces semanas. Ahí empezó la carrera armamentista entre nosotros, Hyde. Quién consumía más almas errantes dentro de nuestra mente compartida.
Finalmente, empatamos, nos convertimos en un mosaico de todas las personalidades que devoramos. Pero nuestra esencia persistió. Me convertí en el adulto responsable que siguió los estudios y encontró trabajo, tú, la bestia que acechaba los campos por la noche y seguía arrancando gargantas entre los árboles. Y como siempre, dejabas todo a medias y te largabas, dejándome a mí aparecer en medio de un lugar que no tenía idea dónde quedaba, aparecer en una habitación desconocida, en el andén del metro, en una calle oscura a las 3 de la madrugada, a veces ni siquiera terminabas de sacar los colmillos del cuello de tu presa y me hacías aparecer ahí, aún hincándolos.
A veces durabas días ocupando nuestro cuerpo, a veces no aparecías por semanas. Ahora, apenas duramos minutos.
Ni siquiera sé si soy tú o yo mientras termino de escribir esta carta,
Jekyll.
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Disociación: Carta a mi no tan querido Hyde
General FictionCarta a la parte de sí mismo que encarna lo malo, lo perverso, lo disociado, lo que no nos gusta ser o ver.