Ave que dormitas entre las ramas
del árbol
obséquiame con el canto de la
madrugada.
Desde mi ensueño entrecortado
y mi somnolienta cama
me complaces con
el barullo de tu aleteo ligero
cuando vas por la vida
cual laboriosa abeja
de rama en rama.
La existencia despierta a la luz del día
con el anguloso brillo de la aguja,
que apunta en el veleidoso reloj el momento
en que se despabila
despeinado el Sol de invierno.
Esta siempre de muy buen talante,
por supuesto,
como promesa de la continuidad
de la vida.
¡Cantas tan animoso que pareciera
que no padeces la falta de tibieza
por el jugueteo de tu canto
que rima con el estridor
de los nocturnos grillos con,
admirable sintonía!.
¿Acaso no sientes la frialdad de la madrugada?.
Tu canto febril se asemeja
a la carcajada de un niño que juega
con sus amigos rondas añejas.
El árbol dormido despierta a mi lado.
Guardian natural,
verde compañero silencioso;
me tranquiliza tu persistente florear,
tu comprensiva presencia taciturna,
que mira con beneplácito mi existencia.
Verte crecer es un placer para los sentidos
aún cuando
cansadas tus hojas crujen secas.
Son de una extrema sofisticación tus nidos
que hacen gala de sabiduría
al aferrarse a las hojas de las ramas
brindando refugio y abrigo
a las aves
que llenan el ambiente de
sonoro colorido mi calle gris.