Los números en el tablero marcaban las 9:48 cuando la manecilla que indicaba la temperatura comenzó a subir. Una escandalosa estela de humo salía del capó cuando José detuvo el carro. Esteban, que venía inmerso en su lectura comenzó a refunfuñar apenas sintió una baja en la temperatura, tenían que estar en la convención a primera hora del próximo día. La carretera era un desierto de asfalto que sonaba conforme las gotas caían en ella. A lo lejos se hacía visible una pequeña casa de madera, blanca, con pintura bastante desgastada pero un jardín que rebosaba en colores y aún en la oscuridad de la noche brillaba de forma extrañamente hipnotizante.
José propuso llevar el carro ahí y esperar que los habitantes de tan pintoresca vivienda fuesen más parecidos a su casa que al promedio de personas de la zona. Esteban no estuvo muy de acuerdo con la idea, habían perdido ya bastante ese tiempo en la frontera entre México y Estados Unidos como para desear que el dueño de aquella choza les tendiera una mano amiga. Aún así, ante la falta de herramientas ayudo de mala gana a José a empujar el antiguo, pero bien cuidado, Mercedes Benz por los 500 metros que los separaban de la casa. Al llegar frente a la casa dejaron el carro en un tramo de tierra que había entre la orilla asfaltada de la carretera y la cerca de madera. Ambos se avecinan a la puerta que finalmente José hace sonar. Esperan unos minutos y no obtienen respuesta, José intenta de nuevo y al cabo de un tiempo la puerta se abre. Al otro lado pueden apreciar a un hombre viejo, con canas en el cabello y en su tupido bigote, piel tostada, complexión robusta y manos que revelaban un arduo trabajo cuando joven.
José se presenta y explica la situación, el hombre les indica que no tiene las herramientas necesarias para revisar el automóvil, y que la tarea se complicaría aún más bajo la lluvia, les invita a pasar la noche en su casa y propone al día siguiente encontrar una solución para el vehículo. José no permite siquiera a Esteban hablar cuando ya ha aceptado la invitación y se encuentra entrando por la puerta, que da a un espacio en el que conviven sala y comedor. Por dentro la casa tiene un aspecto bastante superior al exterior, las paredes están repletas de libreros en los que se exhiben no solo libros, sino vinilos, figuras de cerámica por cuyo detalle se puede intuir un gran precio, antiguas fotografías a blanco y negro. La sala está compuesta por un sillón de tela verde y dos sofás del mismo color, con una mesa de mimbre en el centro, en el que resalta un florero de porcelana blanco, con manchas azules que recordaban diversos momentos de la vida diaria en el campo y que lucía dentro de el un bello cartucho blanco.
El anfitrión se presentó como Martín y ofreció a los invitados tomar asiento mientras se recargaba en la pequeña mesa cuadrada de madera, pintada de un color blanco que por el paso del tiempo dejaba ver por retazos el color original de la madera. Mientras se sentaban, Esteban observaba detalladamente la casa, que para su sorpresa era bastante más acogedora de lo que revelaba el exterior. Martín preguntó a sus huéspedes si deseaban tomar algo, jactándose de tener varias botellas de maravillosa procedencia. José preguntó por algo de vino, a lo que Esteban se mostró de acuerdo, Martín caminó a la cocina tarareando una alegre tonada. José se levantó y ojeó cada libro, vinil y pintura que se encontraba en uno de los libreros de la sala. Si bien muchos de los libros eran ediciones de clásicos literarios, se sorprendió no solo de la calidad de los ejemplares sino de encontrar títulos que solo algunos que disfrutan de la filosofía y las artes tienen la dicha de conocer. Los libros del segundo estante en la esquina derecha resaltaban por el gran contraste con el resto de contenido en el librero. Se notaban bastante sucios, empolvados, como si no hubiesen sido siquiera tocados en años. Era una colección bastante rica no solo de libros, sino de pinturas y vinilos de un mismo artista. Un reconocido intelectual cubano que había apoyado la revolución y había muerto en condiciones misteriosas. En ese momento volvió Martín con las copas de vino, las colocó junto con la botella en la mesa de la sala, al lado del florero, tomó una silla del comedor y se sentó viendo a Esteban de frente.
-Entonces, ¿Son Mexicanos?
-Así es
Respondió Esteban asintiendo con la cabeza, mientras esto pasaba José retomaba su lugar en el sillón junto a Esteban y examinaba con el olfato el vino que les ofrecía Martín. Dio un trago y complementó la respuesta de Esteban.
-Yo soy de Oaxaca, Esteban de Puebla. Nos conocimos en la universidad.
Martín respondió con una sonrisa y preguntó la razón por la cual dos profesionales Mexicanos andaban en carreteras Estadounidenses a tan altas horas.
-Hay una convención en tallahasee comenzando mañana. Esteban es Ingeniero, yo escritor y no quisimos perder la oportunidad de conocer a grandes maestros en nuestras areas. Debimos llegar hoy, pero con los problemas del coche parece que deberemos atrasar nuestra llegada.
- ¿has publicado ya algo?
- aún no, mi primer libro sigue en edición y se tiene prevista la publicación en julio, si quieres te puedo hacer llegar una copia
-Muchas gracias, como ves soy aficionado a la lectura
-Precisamente eso observaba. ¿Es usted fanático especial de Octavio Moreno?
-Más que fanático amigo. Lo conocí en la Habana y nos hicimos casi hermanos, hasta que murió.
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Reflejos
RandomDos amigos rumbo a una convención deben hacer una parada inesperada donde conoceran a un interesante personaje.