Lloró. Lloró y lloró hasta empapar el suelo bajo su mejilla. Se arrastró después hasta la ducha donde lloró un poco más para asegurarse de expulsar lo que pudiera quedar de la estúpida pastilla rosa de su cuerpo y así acabar de una vez con aquella espantosa alucinación.
Mientras dejaba que el agua se calentase hasta crear vapor en el baño, recordó retazos fugaces de la pesadilla que acababa de tener.
Tenía problemas. Eso no era ninguna novedad. Pero no creía que pudiese culpar de todo a lo sucedido en aquella playa.
Aunque si podía afirmar sin lugar a dudas que Aitana y él habían empezado a odiarse aquella noche.
Él había escrito una canción para humillarla, ella había decidido negarle con inquina.
Cualquier sentimiento dulce o tierno que quedase entre ellos se había esfumado por completo. No sentían el vago resquemor que se puede tener hacia una pareja a la que se ha dejado de querer. El odio era la única palabra adecuada para describir lo que había entre ellos.
La toalla con la que se secó olía a humedad y a tabaco y la dejó caer a suelo.
Se puso un pantalón del pijama que rescató del suelo del baño y se arrastró de nuevo hacia la cama.
Enterró la cabeza en la almohada. El odio llevaba ahí casi dos años, no dejaba demasiado espacio a otras emociones, aunque había logrado convertirlo en un zumbido constante en el fondo de su cabeza, una especie de ruido blanco al que no le dedicaba demasiada atención.
Se obligó a hacer que su respiración fuese más despacio.
Necesitaba descansar. Sin sueños. Sin pesadillas.
Pero cuando se despertó por segunda vez aquella noche había música en su habitación.
Sentada en una esquina de su cama, con un ukelele en las manos, Amaia tocaba la guitarra vestida con un traje de tul rojo.
- Ya era hora de que te despertases- no levantó la mirada de las cuerdas del instrumento
Pestañeó con hastío. Había perdido la capacidad de sorprenderse. Era evidente que aún quedaba droga en su sistema.
Luis pensó en replicar que, técnicamente, ella le había despertado con el puto ukelele, pero le pareció tan poco productivo discutir con aquel producto de su imaginación como lo era hacerlo con la Amaia de verdad.
Se apoyó en los codos y la miró. Aún le dolía muchísimo la cabeza.
- ¿Cómo funciona esto?
Amaia, la del ukelele, levantó la cabeza y le miró con una sonrisa brillante.
- Soy...
- El fantasma de las navidades presentes, sí, ya he pillado cómo va la historia.
- A nadie le gusta un sabelotodo Luis- la otra meneó la cabeza pero no dejó de sonreír- pero me alegró de que podamos saltarnos las explicaciones.
Se levantó y le tendió la mano. Luis, resignado acabó de levantarse de la cama.
- Nunca he entendido esta parte de la historia, la verdad, si son las navidades presentes....
Amaia empuñó de nuevo el ukelele y se encogió de hombros. Levantó la mano y la llevó a las cuerdas, cuando sonó la primera nota.
Cuando Luis volvió a abrir los ojos, comprobó sorprendido que seguían su habitación.
- ¿Qué ha pasado?- volvió a cerrar los ojos pero la situación no había cambiado cuando los volvió a abrir.
La mujer de rojo frunció los labios en un gesto travieso. Era una mueca que había visto cientos veces en la verdadera Amaia y, como todos los recuerdos de esa noche, le provocó un golpe de añoranza.
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Cuento de navidad
FanfictionLos fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras le hacen una visita un joven cantante.