Capítulo 7: Cegador

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Los rayos del sol eran fuertes y parecían inquebrantables, cegaban la vista de Altaira y la hacían fruncir su rostro, su mano no bastaba para cubrirla de aquella inmensa luz que los azotaba. Sin embargo, a Devak no parecía afectarle en lo absoluto. Sus alas aleteaban perezosas mientras que en su rostro se dibujaba una sonrisa, realmente el chico que había caído en Wrudia no era nadie comparado al que estaba ahora ahí, sosteniéndola y llevándola a un nuevo mundo.

Lucía más vivo que nunca, su piel era casi dorada y sus alas brillaban de una manera espléndida a pesar de que el polvo de estrellas había logrado chamuscar una que otra pluma dejando un contorno negruzco alrededor de las mismas, en sus ojos no había más que vitalidad; pura y real.

El viaje fue ligero y ameno, no cruzaron palabras, el silencio era más que placentero con la vista hermosa que se les regalaba. Una realidad paralela donde el sol no se encontraba en su sitio habitual, el salto entre dimensiones le causó mareos a Altaira pero no estaba dispuesta a comentar o siquiera quejarse al respecto.

—Está ahí, ¿lo ves?—. Devak interrumpió sus pensamientos, la chica enfocó su vista hacía donde él señalaba con sus ojos pero no vió nada. Negó con la cabeza en una muestra de confusión.—Te tomaba el pelo, sé que no se ve. Gannak está oculto a la vista de los de tu especie.

Altaira quizás pudo notar un atisbo de desprecio en su tono de voz pero optó por no decir nada. Realmente sentía que el oxígeno le era arrebatado bruscamente de sus pulmones.

—Es porque tienen alas—. Continuó el chico, como si quisiera explicarse y que no hubiera malentendido por su comentario.—Con Vram de su lado, en cualquier momento podría haber una disputa, fácilmente volarían hasta aquí.

—¿Y qué te hace creer que somos unos salvajes?—. Altaira quizás sí estaba un poco molesta.

—No es eso, pero debes admitir que Vram es... poco predecible. Penetrar estas tierras es casi imposible.

Ese casi dejaba mucho en qué pensar y en millones de posibilidades inciertas, Altaira no quiso seguir con aquella conversación y prefirió guardar silencio.

De un momento a otro el calor azotó su cuerpo, podía sentir cómo penetraba su piel hasta llegar a sus huesos y supo que habían llegado por fin. Se atrevió a regalarle una mirada a aquel paisaje que se presentaba ante sus ojos; todo parecía bañado en oro y cobre. Los suelos eran de mármol y las columnas se levantaban con fiereza hacía las nubes. El cielo nunca se había imaginado tan espléndido.

Las criaturas, los ángeles que paseaban por ahí, se veían despreocupados, tranquilos y pareciera que un aura de paz los rodeara a cada uno. Altaira definitivamente no pasaría desapercibida en aquel mundo, todos ellos con sus cabellos cobrizos, rubios, platinados. Sus pieles pulcras, limpias y finas. La chica solo contaba con piel traslúcida, unas cicatrices enfermizas, cabellos negros rebeldes y unos ojos que no transmitían nada mas que oscuridad. Las miradas no tardaron en posarse en ellos.

Devak la dejó en el suelo con delicadeza, como si temiese que se rompiera, Altaira se veía aturdida por el viaje pero tan fascinada por lo que sus ojos presenciaban.

Los observaban. La observaban. Aquellas hermosas criaturas tenían sus ojos dorados fijamente en la chica quien instintivamente se encogió en su lugar, desorientada y demasiado avergonzada. Devak se plantó frente a ella, cubriéndola con sus alas, impidiendo que cualquier ojo la viera. Casi protegiéndola.

Gracias.

El susurro se plantó en la mente de Devak quien no se inmutó pero no pudo evitar que un asentimiento le diera la señal a Altaira de que había recibido su mensaje. Indudablemente se sentía segura y Devak disfrutaba poder hacerla sentir así.

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