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La noche calló junto a la fuerte lluvia pronosticada en la tarde. Pero "ojalá todo se pudiera pronosticar para evitar desagradables sorpresas".

Pensó el azabache de 30 al ver a la mujer que hace un año se marchó junto a una prometedora boda. Y ahora cuando por fin siente o piensa que la va a superar, aparece mojada, con la cara inchada y llena de lágrimas junto a una carriola y una pequeña niña de un once meses afirmando que es suya.

-Perdóname, te lo ruego- rogó en voz baja para evitar que la bebe llorase -Perdón- repitió ahogando un pequeño grito y aventándose para el frente por el dolor que solo ella conocía.

-Llegas a mi casa, después de desaparecer por un año y con una bebe alegando que es mía- miro las hojas en la mesa y suspiro -Si no fuera por el examen de paternidad no te creería y te pediría que te largases de aquí- con amargura la miro y volvió a escuchar su rogar. -Tch, dormirás en la habitación de invitados con la niña- se levantó del sillón con ayuda de sus manos, camino lentamente y seguro a donde la niña estaba y sin darse cuenta sonrío.

De una u otra manera el conocer de la existencia de ese pequeño ser. Pensar que algo tan amargado como el había podido ayudar a crear algo tan hermoso junto aquella mujer. Qué ama por más que le cueste aceptar le emocionaba y provocaba un sentimiento en su pecho similar al de fuegos artificiales explotando.

La mujer sentada con una postura encorvada lo miraba tocar al infante. Sonreía por fuera mientras sentía como por dentro su corazón se retorcía. Si le hubieran dicho que describiera su sentir lo hubiera expresado como el agua que caía de una un trapo mojado cuando lo retorcías para exprimirlo.

-Misaki Ackerman- pronunció con cariño mientras lágrimas más calmadas rodaban por su cara. Respiro profundo y exhalo para poder hablar sin tartamudear por su emoción -Ese es su nombre- lo miro con una pequeña sonrisa.

-¿Me dejarás verla después de esto?- cuestionó sin mirarla.

-Cuando gustes podrás estar con ella- su sonrisa se esfumó y desvió su mirada del lugar -Le encantará estar contigo, lo aseguro- suspiro. Sintió náuseas y de la forma más decente que pudo se dirigió al baño a vomitar.

¿Cómo se describiría el amor de una madre?
La palabra en la que todos concordaríamos sería "intenso e inmenso"; la mayoría que no haya teñido descendientes siempre pondríamos un límite al sentimiento, y Mikasa era de este tipo de personas, hasta el nacimiento de su pequeña. Ahora si me hicieran la misma pregunta respondería sin duda alguna "mágico, sempiterno, inconmensurable e idílico".

Dos días duraron en esa casa, Levi se proponía a intentarlo de nuevo con la azabache. Se imaginaba un romance asombroso y una vida de en sueño que planeaba volver realidad, pero su corazón fue destrozado una vez más cuando al levantarse la mañana del tercer día con ayuda del alba y su alarma descubrió que lo único que quedaba en esa casa era el y la bebe.

Pensando que salió a comprar o a caminar espero, al notar que no llegaba la llamo y al realizar que no respondería se dejó caer al suelo. Golpeó la pared con ira nuevamente esa mujer había destruido su corazón y no solo eso, la desgraciada había abandonado a su hija.

-Maldita, como se atreve a dejarte- le dijo a su hija que gateaba por la sala. Suspiro, se levantó del suelo y camino donde la menor.

Llorar no serviría, y gritar solo asustaría a la niña. Su ojos ardían y y su labio temblaba, su semblante se achicaba y su pecho se comprimía. Otra vez pasaría por lo mismo, pero ya no estaría solo en esto.

-Babá- dijo la niña que gateaba donde el mayor -¡Babá!- repitió con entusiasmo la menor que había aprendido una nueva palabra. El mayor se agachó y la cargó.

Las últimas palabras de mamá Donde viven las historias. Descúbrelo ahora