La mejor cita con mi dentista.

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Salía de la universidad cansado, me dirigí hacia la parada del autobús, había tenido clases todo el día. Estaba totalmente seguro de que en ese semestre había envejecido por lo menos dos años, sentimiento que se veía reforzado por un incómodo dolor en una de mis muelas, el cual seguramente era mi cuerpo gritando y suplicando por descanso, por tener un momento de desconexión. En ese instante lo único que me mantenía en pie era llegar a mi casa, darme una ducha y morir horas más tarde en la camilla de mi dentista, la cuál, creía yo sería mi redentora, liberándome de una vez de este insoportable dolor.

Me subí al autobús, pagué con una montaña de monedas, recibiendo una mirada de pena por parte del chófer, y me senté en mi lugar preferido. Este lugar, al fondo del vehículo, podría contar mil historias si pudiera hablar, para mi, representó años atrás el sitio perfecto para descargar mi estrés universitario en una chica de la facultad de letras, hoy y desde hace tiempo, este asiento solo recibe mi cuerpo el cual sostiene sin queja hasta su destino.

Ya sentado ahí, recibiendo el sol del atardecer en mi mejilla inflamada, recordé aquellos tiempos en los que era divertido sentarse aquí, en cómo disfrutaba de la compañía de completas desconocidas, que, como yo, solo buscaban desconectar su mente un rato.

Guíe mi mente a recordar mis tardes con aquella chica de letras, a cómo sus manos recorrían mi cuerpo con un débil disimulo y en cómo yo susurraba a su oído mi satisfacción con su actuar; además de recordar la mirada de algunos estudiantes que participaban en el calor de la escena con sólo observarnos.

Mi imaginación se sumergió en ese recuerdo, detallando la cara de mi desconocida amante y encontrando en ese momento cierto parecido con la que sería hoy mi redentora. Detuve un momento mi pensar para darme cuenta de que en realidad ambas eran, más allá del rostro, físicamente totalmente distintas, sin embargo, mi mente encontró otra similitud involuntaria: a ambas las hubiera destrozado en ese momento.

Dejé de soñar despierto cuando el autobús pasó por un hueco en la carretera y me recordó mi miseria al sacudir y golpear mi rostro contra la ventana, empeorando el dolor se mi muela. Pensé que, en esos momentos en lugar de "destrozarlas", me hubiera encantado ser solamente el personaje secundario de una "historia" protagonizada por alguna de ellas, ya que mis energías no me eran suficientes para rendir como usualmente lo hacía.

Me vi de nuevo forzado a regresar a la conciencia de mi mortalidad cuando el vehículo paró en la calle donde se encontraba mi hogar, me levanté, le di las gracias al conductor y bajé del autobús camino a mi casa. En el tramo saqué mis llaves, y volví a tener el pensamiento del bus, ahora imaginé a mi dentista dándome el placer que tanto me hace falta, visualicé sus manos con guantes azules puestas sobre mi, dándome un buen tratamiento alternativo contra el dolor de muela.

Llegado a mi casa, entre rápidamente dejando mi mochila sobre mi escritorio. Decidí tomar algo para el dolor, no encontré nada más que un miserable paracetamol, el cual ingerí con la esperanza de recibir un mejor tratamiento más tarde. Me bañé rápido, omitiendo mi rutinario "liberador de estrés", comiendo después, con dificultad, una galleta para calmar el sonido de mi estómago mientras me vestía con ropa limpia. Poco a poco mi día mejoraba de cierta forma, el bañarse y ponerse ropa limpia es ciertamente algo que recarga un poco mis baterías.

Me vestí un tanto distinto a lo usual, la imagen de unos guantes azules desabotonando mi camisa me animó a vestir una prenda olvidada, mi pantalón fue uno de mezclilla, siguiendo mi pequeño ritual con mis medias y zapatos, finalizando con la aplicación de mi colonia favorita. Llamé un taxi ya que faltaba menos de media hora para mi cita, este llegó rápidamente.

Me senté en el asiento de atrás, tratando de digerir el día que había tenido y recordando una vez más mi fantasía con mi dentista.

No mentiré, desde ya hace muchas limpiezas dentales fantaseo con ella, el solo hecho de sentir sus manos tibias en mi rostro es suficiente para querer dejarme llevar. Su nombre es Mónica, calculo que tendrá unos treinta y cinco años, y ciertamente se encuentra en el pico de su atractivo, recuerdo especialmente su culo cuyo tamaño se ve resaltado por ese uniforme que me pone tanto.

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