Caliente

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Luego de que la Sra. Elisa me ayudara a bañar y a vestir, Caleb llegó cambiado y listo para partir a la ciudad; a la misma ciudad donde se supone que debía haber llegado hace semanas atrás. Ahora no solo tengo que ir a solas con un desconocido descarado al hospital, sino hablar con mis padres y mi jefe sobre lo que sucedió. Tal vez mi jefe me permita quedarme luego de explicarle sobre mi accidente.

—¿Estás lista?

—Sí, lo estoy.

El mareo aún seguía presente en mi, por lo que me quedé sentada en la cama viendo hacia el suelo y tratando de disipar ese mareo de mi mente.

—¿Aún sientes mareo? — se arrodilló frente a mí.

—Solo un poco.

—Mentir no es bueno — se acercó poco a poco a mí—. Pon los brazos en mi cuello, yo te llevo.

—¿Cómo? — lo miré, pero el mareo me atacó de repente y me sostuvo por la espalda.

—Déjame ayudarte — me alzó en sus brazos y me llevó en ellos hasta el auto.

Sus brazos son muy cómodos. Estando en ellos, el mareo se esfumó en el aire. No podía concentrarme en otra cosa que no fuera en su olor. Al tener su rostro mucho más cerca, pude contemplarlo mejor. Sin duda alguna es un hombre muy guapo. La escasa barba lo hace lucir muy bien, pero me siento mucho más atraída a sus ojos.

No quería verlo a los ojos, pero no pude evitarlo. Nuestras miradas conectaron en solo segundos, los cuales bastaron para alterar los latidos de mi corazón. Su sonrisa me puso el doble de avergonzada y nerviosa. Me pilló observándolo más de lo que debería.

Al llegar al auto, me subió en el asiento del copiloto para luego bajar la silla y dejarla acostada. Los roces de sus manos en mi cuerpo, me causó muchas cosquillas. Nunca había experimentado este tipo de vergüenza.

—Ten mucho cuidado. Recuerda regresar antes que la tormenta — le dijo la Sra. Elisa a su nieto.

—No se me olvida, abuela — la abrazó por escasos segundos.

—Te deseo mucha suerte, Alicia.

—Gracias, Sra. Elisa.

Caleb subió al auto y empezó a conducir en completo silencio. No se sentía tan incómodo estar en su compañía como en un principio lo creí.

Al alcance de mis ojos solo estaba él y el techo del auto, por lo que me quedé viendo el techo y cientos de cosas pasaron por mi cabeza. ¿Por qué tuvo que sucederme ese accidente? ¿Por qué no puedo recordar más allá de unas extrañas palabras de alguna desconocida? Solo bastaron unos segundos de salir de mi casa para que todo lo malo me sucediera.

—Lo siento mucho — dijo él de repente, cortando el mordaz silencio que se había formado entre nosotros—. Me pareció buena idea bromear un poco.

—¿Y por eso tuviste que haber dicho esas cosas? — bufé avergonzada—. No había conocido a alguien más descarado que tú.

—Era broma, lo siento mucho — tuve la leve impresión que quería reír al carraspear—. En verdad lo siento. No volverá a pasar.

No quería mirarlo, la vergüenza me abrazaba en ese momento.

—¿Cuánto tiempo nos tomará llegar a la ciudad? — cambié de tema.

—Un par de horas.

De nuevo hubo un silencio, ahora sí un tanto incómodo. No sabía más de qué hablar con él, por lo que cerré los ojos, y al cabo de unos segundos, me quedé dormida.

La suave caricia en mi mejilla me estremeció por completo. Era tan delicada, suave e incluso amorosa, que no quería que se detuviera. La caricia se prolongó hasta mi cuello, dónde la yema de varios dedos descansaron en algún punto de aquella zona. Un tibio aliento más un leve gruñido, rozó y estimuló cada centímetro de mi piel. Todos los vellos de mi cuerpo se erizaron, e incluso sentí la piel arder bajo mi ropa.

Abrí los ojos de golpe, encontrando a Caleb aún conduciendo. Sentía la piel erizada, como si aquella respiración tibia y acelerada aún estuviera chocando contra mi piel. ¿Qué tipo de sueño ha sido ese? Últimamente mis sueños son cada vez más extraños.

—Que bueno que has despertado. Falta muy poco por llegar al hospital — su voz no se oía como de costumbre, era mucho más profunda y varonil.

Observé por la ventana, y efectivamente, los altos edificios de la ciudad se alzaron. Es una pena que no pueda contemplar la ciudad como me gustaría hacerlo, pero me da tanta tranquilidad y alivio haber llegado. Ahora podré saber cómo me encuentro realmente.

Tan pronto llegamos al hospital, Caleb me llevó hasta el interior del mismo en sus brazos. La vergüenza ante las miradas curiosas que nos daban era muy grande. No podía controlar los latidos furiosos de mi corazón.

Caleb se encargó de anunciarme y de hablar con las enfermeras, mientras mi enrojecido rostro se escondía en su pecho. Los latidos de su corazón eran muy fuertes y rápidos, casi igual de violentos a los míos. El calor que desprende su cuerpo, quema. ¿Será que está enfermo? Mientras caminaba por el pasillo que le había indicado la enfermera, toqué su mejilla y percibí lo caliente que se encontraba.

—¡Por Dios, Caleb, estás ardiendo en fiebre!

—¿Qué estás haciendo? — mi acción lo detuvo en seco, por lo que aparté la mano rápidamente de su rostro.

Se me hizo escuchar su pecho rugir.

—Estás muy caliente.

Tragando saliva, sonrió ladeado.

—Siempre he sido caliente — su fija mirada me cortó el aliento—. Digo, soy un hombre de sangre caliente. Es normal que mi piel siempre se mantenga tibia. O puede que sea una reacción natural del cuerpo.

—¿Eso que significa?

Se adentró a una habitación y me recostó en la camilla sin dejar de observarme, e ignorando por completo mi pregunta. Esa sonrisa me va a matar en cualquier momento, pero lo que clavó la daga en el centro de mi pecho, fue el roce de su mano al apartar un mechón de pelo de mi cara.

—Iré a dar una vuelta mientras el doctor te valora — bajó la mirada a mis labios, o esa fue la impresión que tuve—. Sí, mejor me voy —se marchó luego de aquel murmuro.

Oculto [En Físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora