«Un solo paso me separa de la vida y la muerte». La joven Nyx Winchester, de sólo diecisiete años, se encontraba al borde de un precipicio. Las olas chocaban salvajemente contra las rocas pareciendo una enorme fauce ansiosa por tragarla. La espuma cubría parte del agua sucia del mar contaminada por los viejos barcos pesqueros del puerto de Ålo, en Noruega. Su pelo danzaba rebelde sobre su cabeza, impulsado por el viento salado del mar. Se apartó su larga melena chocolateada que le impedía bajar la vista para contemplar la guadaña que le quitaría la vida.
El instinto le insistía en dar un paso atrás, pero se obligó a acercarse más al bordillo al recordar porque se encontraba allí. Recordó horrorizada los hechos, y mientras lo hacía, alzó un pie en el aire mientras contenía el aliento.
***
Recordé todos los hermosos momentos que vivimos juntos. La primera vez que le vi fue en un parque. Yo me encontraba en un columpio, me balanceaba suavemente mientras las lágrimas salían una tras otra. Él se sentó a mi lado y me dijo lo hermosa que me veía con lágrimas en los ojos. Pero, que me vería más hermosa, incluso, si dejaba de hacerlo. Poco a poco fui dejando de llorar conforme él me contaba chistes malos como, "vivo con el miedo de que Pitbull me diga ya tú sabes, y yo no sepa". Sus ojos brillaban divertidos y su sonrisa se veía deslumbrante. Simplemente no lograba entender porque un chico tan hermoso y amable como él iba ha fijarse en un chica tan fea y torpe como yo. Tanto se notaba, que la gente nos miraba extrañados. Algunos incluso se rieron. Me sentía inferior a él a tantos niveles que cinco minutos después, me levanté y me fui de allí sin decir palabra alguna.
La segunda vez que le ví fue en el biblioteca de mi instituto. Para mí era normal cruzarme con alguien conocido por allí, la mayoría del tiempo me gustaba estar entre libros. Fuimos a coger el mismo libro y nuestras manos se tocaron. Una especie de corriente eléctrica subió por mi cuerpo y activó mis sentidos hasta límites insospechados. Me di la vuelta para irme en cuanto reconocí esos hermosos ojos azules como el mar, pero algo me lo impidió. Miré hacia mi muñeca, de la que alguien se había ocupado de agarrar fuertemente.
- No te vayas.
Palpó mis muñecas mientras fruncía el ceño. Aquel día debí haberme puesto más pulseras.
Miré hacia ese joven, pude ver determinación en su mirada. Estaba claro que tenía preguntas a las que necesitaba respuestas, respuestas que sólo yo podía darle. De las cuales me negaba informar.
Me quedé quieta en el sitio pero no dijo nada. Sólo se limitaba a observarme, como un lobo a su presa. Estudiándome con la mirada. Su mano me seguía sosteniendo y no parecía tener intención de soltarme. Por un momento quise quedarme allí. Donde alguien se daba cuenta de mi existencia. Hasta que un sentimiento de opresión me comenzó a picar en la nuca.
No sabía que hacer o que decir pero me sentía muy incómoda. No me gustaba ese sentimiento, lo detestaba. Mi ansiedad fue creciendo hasta que explotó. No me sentía bien al verme observada por alguien, menos un hombre. Menos uno con el que me fascinaba.
- ¡Suéltame! - dije y tiré fuerte de mi muñeca-.
Conseguí soltarme a la primera y corrí hacia los baños. No pude evitar que la gente me mirase, simplemente no lo soportaba. Me daba mucho terror pensar en eso. Podía oír sus susurros, todos y cada uno de ellos. Sentía que cualquier día me volvería definitivamente loca. Pero, ¿acaso no lo estaba ya? Me adentré en los baños. Había tres chicas mayores fumando pero no me importó. Tampoco me importó que se riesen de mí. Ya estaba más que acostumbrada a las risas que producía con mi patético aspecto.
Entré en el primer baño que ví con la puerta abierta, ni siquiera miré si había alguien o no, solamente entré. Cerré la puerta con el pestillo tras de mí y me acurruqué en la esquina, como hacia siempre. Traje mis rodillas al pecho e introduje mi cabeza entre estas. Me abracé a mí misma y comencé a llorar desconsolada.
No sé cuantas horas estuve allí. No me preocupaba. Me iba fatal en el instituto y no tenía casa, puesto que mis padres habían muertos hace ya un año. Desde entonces medio vivía en la escuela, medio en un vertedero detrás del instituto. Convertí mi infierno en mi hogar.
Me escondía en los baños y allí pasaba algunas noches. Me duchaba en las duchas de los vestuarios. No tenían agua caliente durante el invierno, pero, sinceramente, no me importaba. Aunque tuviesen, mi cuerpo se negaba a entrar en calor.
Cuando me quedaba dormida, si lo lograba, eran solo unas horas y tenía la misma pesadilla una y otra vez. Siempre intentaba buscarle un significado pero nunca se lo encontraba. Leía libros sobre interpretación de sueños pero tenía la vista tan borrosa por las lágrimas que me resultaba prácticamente imposible leer nada. Igual me pasaba durante las clases, al leer. Los compañeros de mi curso me miraban, susurraban, me criticaban, me juzgaban,... Todo el tiempo, antes, durante y después de las clases.
Hasta que llegó Steven, fue la única persona que se interesó por mí. Poco a poco nos fuimos conociendo, pero sobretodo yo a él. No era capaz de expresar mis opiniones o sentimientos, simplemente me quedaba sin voz cuando abría la boca para decir algo. Le tenía miedo, terror lo que las demás personas pudiesen decir o pensar de mí. Pero con él, era diferente. Por una vez en mi vida me sentía... cómoda;... cómoda con alguien. Pude responder algunas preguntas de sí o no, algo que claramente jamás había logrado hacer con nadie, ni siquiera incluso con mi psicólogo. Psicólogo con el que tenía una sesión esa misma tarde; a la que, claramente, como era costumbre, no quería ir. Odiaba que siempre me mirase con superioridad, con la cabeza alta y me preguntase cosas de mi vida que parecían que él debiera saber y que quería olvidar pero que se tomase la molestia de recordármelo todo el tiempo. ¡No es mi madre! ¡ Yo no le importaba, solo lo hace por el dinero! ¡Era su jodido trabajo! Odiaba que me mirase con sus ojos azul eléctrico llenos de dudas, exigentes de respuestas, muy diferentes a los de Steven. Sus ojos azul cielo me miraban con adoración, como si fuese un regalo del cielo para él. Alguna que otra vez le había pillado mirándome así y no sé como siempre conseguía que me sonrojase, entonces me recordaba lo bonita que me veía con las mejillas carmesí. Y me sonrojaba un poco más.
Tocó el timbre de salida a las tres como todos los días, sacándome de mis pensamientos.
Me dispuse a salir hacia la clínica de mi psicólogo pero habían atrancado la puerta desde afuera. Me empezé a asustar...El tiempo pasaba y yo me encontraba atascada en aquella puerta del mismo modo que me atascaba en la sociedad. El espacio empezó a encogerse y me sentía asfixiada. Me empecé a ahogar, el aire no quería entrar. Me fui agobiando más y más, y el aire entraba cada vez menos y menos. Grité como una maniática y le pegué con todas mis fuerzas a las puertas, pero nadie venía a ayudarme ni la puerta parecía tener intención de querer abrirse, como en mi vida. Mi ansiedad fue en aumento y empecé a sentir mi cuerpo demasiado pesado para poder sostenerme en pie. Entonces empezé a verlo todo borroso. Las lágrimas me tapaban la visión. Y lo último que recuerdo es mi cara estampándose contra el suelo.