Los fantasmas de Antonio

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Despertó exaltado por el grito que había escuchado, su corazón estaba acelerado, pero poco a poco fue bajando el ritmo, y esperó pacientemente para escuchar el siguiente grito, y el siguiente y el siguiente. Una vez lúcido recordó el mal que lo acechaba casi todas las noches. Odiaba y amaba ese lugar. 

Antonio vivía en una vieja casona, que fue construida el siglo XVIII y estaba ubicada en el centro de la ciudad.  En el pasado había sido la casa de una acaudalada familia, cuyas malas decisiones los llevo a perder todo lo que tenían, y posteriormente tener que vender la gigante casona. Rubén Cienfuegos, el aristócrata dueño del recinto, no quiso darse por vencido, y se rehusaba a vender la propiedad, esta era enorme, ocupaba un bloque completo. El señor Cienfuegos, haciendo un último esfuerzo por mantener su estatus en la ciudad, comenzó a vender su mansión poco a poco. Para poder permanecer ahí el mayor tiempo posible, en un comienzo vendió el ala norte, luego el ala este de la casa, y cuando ya no pudo sustentar más sus deudas, vendió el resto de su hogar. Con el paso del tiempo la casa fue pasando de dueño en dueño, pero la segmentación que se hizo en la decadencia de la familia Cienfuegos aún se mantenía, dividiendo la mansión en 4 partes distintas e individuales. Se había sellado pasillos, escaleras, habitaciones y túneles para que cada sector de la mansión fuera independiente. 

Actualmente la casa en una de sus divisiones servía de pensión, otra de un local para jugar pool, que solo era frecuentado por los habitantes más decrépitos de la ciudad; Otro de los sectores era ocupado por dos hermanas de avanzada edad, que compartían su viudez en el ala este de la casona, y finalmente la parte contigua a la pensión en donde vivía Antonio, a su pesar, era un manicomio.

 Cada uno de los respectivos dueños fue haciendo modificaciones a su parte de la mansión, lo cual lo transformo en un monstruo de construcción.  A pesar de llevar años viviendo ahí, no se acostumbraba a los gritos, golpes, aullidos y demás extravagantes sonidos que oía casi a diario desde su dormitorio. Para ingresar a la pensión en donde vivía, se accedía por un callejón, en el cual había un muro gigantesco erigido con ladrillos de adobe, en el centro de este, se encontraba una solitaria puerta que era la única entrada a la pensión, al cruzar el portal, se presentaba instantáneamente una escalera para acceder a la segunda planta de la anciana construcción, el acceso por dicha puerta a la primera planta estaba cerrado hace décadas, separando la pensión del manicomio. Como ya dijimos, Antonio odiaba y amaba ese lugar, ya sabemos la razón que lo acomplejaba, pero había una razón para que el no dejase ese lugar por voluntad propia. 

La pensión, a pesar de ser solo una parte de la casa, era inmensa, Antonio nunca había podido enterarse de la cantidad de individuos que la habitaban, pero creía que eran cientos. Veía ir y venir siempre caras nuevas, no conocía a nadie particularmente, salvo a su vecino que habitaba el dormitorio contiguo, el señor Fish, un agradable anciano, que le gustaba contar historias de sus aventuras de juventud, siempre con un toque de fantasía, Antonio, a pesar de estar seguro que muchas veces estaba escuchando solo mentiras, le agradaba la compañía y los relatos del viejo, y ver la emoción en sus ojos cuando contaba aquellas anécdotas del pasado. Dentro de los centenares de personas que habitaban la casa, Antonio no conocía a nadie más, pero había una persona dentro del recinto que nunca le había pasado desapercibida, su nombre era Laura, una joven delgada, de pelo liso castaño, siempre con andar alegre y sonriente. Antonio nunca había tenido el valor de hablarle, siempre la miraba de lejos, como un espectador, sentía que cuando la observaba el tiempo se detenía, desde muy pequeño había sido tímido, recordaba con dificultad momentos felices de su niñez, pues siempre había sido golpeado por sus compañeros en primaria y secundaria, él nunca supo porque, era tranquilo y no molestaba a nadie, pero dicho trauma, formo su carácter y actitud, siendo tímido y solitario al extremo, incluso en la actualidad, prácticamente no salía de su dormitorio, trabajaba redactando informes desde su casa para una empresa de electricidad, se dedicaba a eso todos los días, y cuando finalizaba dejaba el trabajo realizado en el buzón del recinto, para que el cartero lo entregara a la empresa.
Laura era la razón por la cual Antonio no dejaba el lugar, pese a ser una tortura para él, los gritos, sentir la demencia de sus vecinos todos los días, el observar de lejos a su desconocida amada, ese momento que le producía dolor, también era lo único que le otorgaba una pizca de felicidad a su monótona vida. Verla sonreír desde el final del pasillo que llegaba a su dormitorio, contemplarla tomar aire en el balcón mientras miraba con aire nostálgico hacia el vacío, sin comprender su pesar, aunque él estaba dispuesto a averiguarlo.
Los días le parecían todos iguales, redactaba su informe diario, esperaba la llegada de Laura a la casona, y la veía como una comadreja desde la distancia, disfrutaba ese momento al máximo, y cada día se prometía a sí mismo, que el día siguiente, se atrevería a ir a hablar con ella, cada vez que pensaba en eso, le temblaban las manos, y comenzaba a sudar de una forma ridícula. Luego que perdía la oportunidad que había esperado todo el día, volvía a su madriguera a esperar la noche, charlaba con el señor Fish, y después se iba a dormir, con una banda sonora de estridentes gritos y alaridos de dolor, tristeza, felicidad y demencia.
Era tanto el efecto que producía en él esta sucesión de monótonos días, que comenzó a tener pesadillas todas las noches, escuchaba los gritos, y veía como siluetas blancas, que asumían eran fantasmas, entraban a su dormitorio para torturarlo, y siempre cuando estaba teniendo esos sueños, despertaba una vez más con el corazón acelerado, hasta que recordaba el motivo de su pesar.
Cada día se estaba haciendo más insostenible la situación, se sentía enfermo,  ya no recordaba la última vez que había puesto un pie fuera de la casona, no tenía energía para nada, y cada vez que volvía a intentar encontrar el valor para hablar con Laura, era como si su mundo se viniera abajo, se descompensaba, era como si hubiera una barrera que no le dejaba hablar con su platónico amor. Así transcurrían los días, sufriendo por su amor, por la locura que lo invadía todas las noches, por las pesadillas con las siluetas blancas que lo rasguñaban y tiraban de sus extremidades. Por los fantasmas.
Un día decidió que no podía seguir así, sabía que no sería capaz de hablar con Laura, su carácter estaba tan abollado que incluso, pensaba que si lograba hacerlo, se orinaría en los pantalones en el mismo momento que ella le devolviera la palabra, así que, decidió que debía irse del lugar, se lo comento al señor Fish, que era su único amigo, pero ni si quiera él sabía del amor por el cual Antonio sufría todos los días. Este lo alentó a salir de ahí, a arrancar de ese lugar sombrío, a vivir su propia aventura de vida, como él lo había hecho en sus años de juventud.
Tras hacer los preparativos de su viaje, estaba descansando en su silla, aunque no sabía porque se sentía tan agotado, se dio cuenta que prácticamente no tenía casi ninguna pertenencia, ya que como generalmente se lo pasaba encerrado, ni si quiera se cambiaba de ropa.
Desde su silla, pensaba hacia donde podría ir, si debiera ser hacia las lejanas tierras del sur, en donde la gente es más amable y humilde, quizás ahí podría sentirse parte de una comunidad, y con ello llenar el vacío que tenía en su alma, o por el contrario, irse al norte, en donde nadie le prestaría mayor atención, ni si quiera para hacerle sentir mal, podría pasar desapercibido para todos, como ya se había acostumbrado a hacerlo toda su vida.
Cuando reflexionaba sobre esto, ocurrió lo último que él hubiera esperado, pero que era lo que más deseaba, se abrió la puerta de su dormitorio, y sin dar crédito a lo que veía, Laura estaba parada en frente suyo. Fue tanto el impacto para él, que sentía que se desvanecía, y no reflexionaba sobre el porqué ella podría estar ahí en su dormitorio si ni si quiera lo conocía, es más, él siempre había pensado que ella nunca se había dado cuenta de su existencia, ¿Quizás se habrá enterado que me voy de este lugar? ¿Notaba ella mi presencia todos los días? ¿Me observaba también ella a mi sin darme cuenta? Un millón de ideas volaban por su cabeza, pero en realidad nada le importaba, Laura estaba en frente suyo, y le dedicaba toda su atención, ella, lentamente dio un par de pasos hacia donde estaba sentado Antonio, tomo su mano y levanto su rostro para mirarlo directamente a los ojos. No era como la recordaba, no era como la había visto todos los días, quizás el verla diariamente de manera fugaz había creado una imagen distinta a la que realmente tenia, pero no cabía duda, era ella, hermosa, perfecta. Pero al ver su rostro, noto que por las mejillas de la joven caían grandes lágrimas, y al mirar sus ojos, noto que estos estaban cristalizados por la pena que escapaba de ellos. ¿Por qué estás triste pregunto Antonio? Sentía que la barrera se había desvanecido, por primera vez se sentía cerca de Laura, que estaba a su alcance, ella respondió, "por nada, al fin nos conocemos", intentando esbozar una sonrisa mientras las lágrimas caían más abundantemente por sus mejillas.

Laura era una joven estudiante de pedagogía, que arrendaba una habitación en una vieja casona, a pesar de ser un lugar lúgubre, no podía darse el lujo de permitirse un lugar mejor, puesto que era bastante barato pagar una habitación allí, mucho más que en cualquier otro sitio de la ciudad, la razón era porque a la gente no le acomodaba vivir al lado del manicomio que estaba debajo de la casa, construido en 1940. Su lugar favorito de la casa, era el balcón, pues podía escarpar un momento de la sombría morada, para ver los árboles, respirar y escuchar el cantar de los pájaros, era un hábito que tenía a diario, llegar de la universidad e ir al balcón, desde este podía observar el patio del manicomio, en donde los pobres residentes de ese lugar, deambulaban erráticamente, gritando, arañándose, riendo sin razón; Todos parecían estar totalmente locos, menos uno, todos los días, cuando se paraba en ese mismo lugar, había un anciano que miraba hacia el balcón, con mirada triste,   estaba siempre solo, y se dedicaba a escribir en hojas blancas que le proporcionaban las enfermeras que cuidaban el lugar. Un día decidió ir a conocerlo, las enfermeras le dijeron que era peligroso, se llamaba Antonio, era un anciano cuyo origen nadie recordaba, al parecer estaba desde su juventud en el manicomio, y nunca se le habían conocido pariente alguno, le contaron que en sus delirios las había atacado muchas veces alucinando con fantasmas, y que se lo pasaba todo el día escribiendo historias sin ningún sentido, de fantasía y totalmente irreales siempre interpretadas por un personaje que había inventado, "el señor Fish". Laura no hizo caso a las advertencias, y a pesar del carácter violento que supuestamente tenía el anciano Antonio, fue a conocerlo, cuando se presentó frente a él en el patio, este la miro directamente a sus ojos, y ella vio en ellos una felicidad inexplicable, la conmovió el hecho que una persona que llevaba encerrada prácticamente toda su vida, pudiera reflejar una felicidad tan grande,  nunca lo había visto sonreír hasta ahora, y mientras las lágrimas caían de sus ojos, se dio cuenta que el anciano que había visto por 10 años desde su balcón, lo único que esperaba, era ese momento.

Antonio que no podía con su felicidad, empezó a temblar, sintió un frio escalofriante y callo de su silla, no sentía sus piernas ¿Qué demonios le estaba pasando? De repente vio como llegaban las siluetas blancas y tomaban fuertemente a su amada y se la llevaban forcejeando, empezó a patalear y forcejear con todas sus fuerzas, pero era como si su cuerpo no le respondiera, de repente todo se oscureció. Despertó nuevamente en su dormitorio, entre los gritos de los desquiciados inquilinos que habitaban el piso inferior, una nueva pesadilla, ya no lo soportaba, pero a pesar de todo, aún podía saborear el momento de aquel terrible sueño, cuando en el mundo onírico, conoció a su amada, era tan hermosa, fue tan real, que casi podía sentir el calor que había dejado su mano al tocarlo.


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⏰ Última actualización: Sep 07, 2015 ⏰

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