Capítulo único

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Era una tarde como cualquier otra en la gran ciudad de París. En la habitación de una casa que se ubicaba arriba de una famosa panadería, dos adolescentes conversaban tranquilamente mientras hacían distintas cosas.

—¡Tengo hambre! —se quejó un jovencito rubio de ojos verdes que estaba tirado en el sillón-cama de la habitación.

—Sabes que te escuché las primeras diez veces que lo dijiste, ¿verdad? —respondió un tanto cansada una muchacha de ojos azules y cabello azabache, que se encontraba sentada frente a su escritorio—, además, lo que tú tienes no es hambre, es apetito de dulces. 

El chico abrió la boca para contradecirla, pero al instante la volvió a cerrar. 

—Está bien, tú ganas, tienes razón —admitió, habían comido hace poco y no tenía hambre, pero los olores que llegaban de abajo, provenientes de la panadería de los padres de la chica, hacían que despertara su instinto glotón—. Me conoces demasiado bien. 

—De algún lado logré obtener el título de mejor amiga, ¿no lo crees? —bromeó la ojizarca, aunque en el fondo la palabra "amiga" no era la que le hubiese gustado utilizar. 

El rubio la miró en silencio "amiga", "amigos", durante un tiempo había amado aquellas palabras, pero ahora ya no era así. Desde que la azabache y él se habían vuelto más cercanos, lo que sentía por ella había cambiado, tardó un tiempo en darse cuenta que ella era mucho más que solo una amiga. 

—¿Adrien? Hola, ¿me escuchas? Tierra llamando a Adrien —el muchacho la miraba, pero no parecía escuchar nada de lo que estaba diciendo. 

Tomó un peluche y se lo tiró, para su suerte, este le dio justo en la cara. 

—¡Hey! —reclamó Adrien, reaccionando al fin —¿Y eso por qué?

—Parecías estar en un viaje astral o algo así —contestó encogiéndose de hombros. 

El chico de ojos verdes rodó los ojos y soltó una risa divertido. 

—Tan solo estaba pensando en algo —dijo. 

—¿Ah, si? ¿En qué? —preguntó curiosa. 

Un leve sonrojo apareció en las mejillas del rubio, no podía decirle.

—E-em, nada importante —respondió titubeante, debía desviar la conversación hacia otro lado— ¿Qué estás haciendo Mari? 

—Oh —arqueó las cejas con sospecha, había notado el cambio de tema, pero prefirió hacer como si no—, pues resulta que el otro día me regalaron este brillo de labios que, al parecer, tiene sabor a fruta, pero no he logrado descifrar a qué sabe.

Ante lo dicho, levantó un pequeño tubo que contenía un líquido color rojo, para que su amigo lo pudiera ver. 

—Ya veo —observó el brillo con atención. Si se hubiese tratado de otra persona, el joven hubiera preguntado por qué se preocupaba por algo así, pero él sabía que su amiga era muy curiosa y que no podía quedarse con la duda de nada, por lo que siempre tenía que averiguar la verdad para resolver su duda, incluso si tenía que ver con el sabor de un brillo de labios—, ¿acaso en el empaque no dice el sabor?

—No, eso es lo raro —contestó observando el tubito con intriga—. Creo que sabe a fresa, pero no estoy segura.

La chica de cabello azabache observó el producto durante unos segundos más, antes de abrirlo para aplicar un poco de aquel intrigante líquido sobre sus labios. Se acercó el tubito a la nariz un leve instante.

—El aroma tampoco dice mucho —declaró, después tomó la tapa y lo cerró. 

El muchacho de ojos verdes observaba todo atento, no había podido evitar dirigir sus ojos hacia los labios de la ojizarca varias veces, a medida que esta probaba el producto intentando resolver su gran incógnita. Por su mente había pasado una idea que lo había hecho sonrojarse, no pensaba hacer eso, claro que no...¿o sí?

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