TEDDY BEAR

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Caminó a través de las desoladas calles en dirección al parque cercano a su departamento. Arrastraba los pies en un cansancio visible. La opción de regresar por donde vino y acostarse sobre su acogedora cama sonaba tentadora; sin embargo, y con todo el pesar del mundo, no dio marcha atrás a lo que llamó: "Un pequeño cambio, para grandes resultados".

Minutos después, llegó a su destino. La brisa matutina mecía las hojas de los árboles y, frente a él, un camino por ser recorrido le esperaba. Bostezó en una enorme inhalación. Las lágrimas se arremolinaron en las esquinas de sus ojos y las limpió con un ligero gimoteo. Movió su cuerpo de un lado a otro, para entrar en calor; puesto que, no quería que el ejercicio le provocara alguna lesión. La pereza recorrió su cansado cuerpo, así que trotó sobre su propio eje y emprendió marcha a través del polvoso sendero.

Inició lento y ganó velocidad conforme avanzaba hasta que, en algún punto, sus bronquios dolieron, debido al aire frío que entraba por sus fosas nasales. En busca de inhibir tal incomodidad, observó a su alrededor. Los árboles estaban frondosos, acompañados de distintas variedades de flores que, con el pasar de los días, se esparcirían en lindos colores.

Siguió corriendo a través del largo camino; no obstante, en lo más alejado de aquel parque, se encontró con un campo lleno de retoños verdes, pulcros y listos para crecer con el tardío verano.

Al no poder dar otro paso más, culpa del cansancio, se rindió y cayó sobre sus rodillas mientras clamaba por un poco de aire para sus, todavía, dolientes pulmones. Entre su cómica desesperación, el sonido de una ligera risa llegó a sus oídos, suave como la brisa y cálida como el amanecer.

Movió la cabeza en búsqueda del posible dueño. Un atisbo de curiosidad se instaló en su pecho. Y ahí, a la orilla del campo, divisó a un bonito chico de piel tostada con destellos dorados.

Parpadeó. Y parpadeó. Y volvió a parpadear. Incrédulo. La belleza de aquel ilustre joven lo atrajo como abeja a la miel. Lo miró por varios segundos, que parecieron horas. No sabe qué sucedió. Algo desconocido hizo estragos en su ilusionado corazón.

A pesar de su obvia fascinación, el chico no lo miró ni una fracción de segundo y, por el contrario, mantuvo la mirada fija en una vieja libreta mientras escribía algo sobre ésta. Parecía sereno, ajeno al presente. Y lo admiró por un par de centésimas más. Grabó en su mente ese bonito rostro, que relucía en compañía de un suéter amarillo, un pantalón de vestir café y zapatos negros, los cuales, a pesar de estar en contacto con el fango, estaban boleados en una pulcritud inconcebible.

Apartó la mirada y recuperó el aire que, en algún momento, había escapado de su cuerpo.

«Lee Jeno, regresa a tus sentidos», pensó, aturdido, pero ya no había vuelta atrás.

Aquel brillante chico iluminó su corazón.

🌻

El tiempo pasó. Las mañanas se volvieron rutinarias. Se acostumbró a recorrer el forraje del abandonado parque. Así, siempre que Jeno salía a correr se encontraba con el mismo chico. Ese bonito chico al cual, en secreto, le regalaba silenciosas miradas y estrepitosos latidos.

Cada amanecer dirigía la vista en busca del apuesto joven, quien parecía estar embelesado con los brotes cultivados en aquel llano, que día a día crecían y florecían en exuberantes girasoles.

En diversas ocasiones llegó a pensar que los admirables retoños amarillos combinaban con la apariencia dulzona del joven y proyectaban en él una candidez enigmática. Quizá esa era la razón por la cual seguía trotando a su alrededor.

EL CHICO GIRASOL | nohyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora