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El viento tocaba su cara y el olor a campo le invadía la nariz mientras  bajaba sus maletas del auto que lo había llevado hacia su destino. La luz del sol era tan brillante que hacía que entrecerraras los ojos y pusieras la mano por arriba de estos.

—¡Mi niño!—escuchó la voz de Eunyong a lo lejos, con ese entusiasmo que la caracterizaba en la familia. A lo lejos pudo ver su brillante cabello castaño y su famoso overol manchado de tierra.

—Tía, que gusto verte— dijo el pelinegro mientras se acercaba a ella para abrazarla. Hacía años que no venía a visitarla.

—Dios, pero mira que cambiado estás. Seguro tu madre está igual, cuéntame, ¿Qué tal la ciudad? ¿Cómo los trata?— dijo mientras tocaba sus mejillas con emoción. —Mira nada más como tienes ese cabello, he visto en fotos todas esas veces que te lo has teñido, tienes que dejarlo descansar.

Yoongi soltó una pequeña risa mientras miraba hacía el suelo con timidez.

—Estoy bien. Estamos bien. Seúl es una ciudad increíble, pero, nada se compara a estar aquí, con este aire fresco y cielo azul. 

—Tu madre me dijo que estás intentando publicar un libro—su mirada se tornó un poco preocupada —¿Cómo vas con eso?

Sonrió y caminó hacía la entrada de la casa con sus maletas. 

Todo seguía como lo recordaba, la sala de sillones anaranjados y llena de plantas, un comedor de madera pintada de color menta y una cocina repleta de vegetales. Eunyong vivía a las afueras de una ciudad pequeña al sureste del país, un pueblo donde los campos eran verdes y llenos de flores, los cielos eran más azules que en cualquier parte del mundo y todo el mundo sabía quién era quién y a qué se dedicaba, un lugar pequeño pero lleno de vida.

—¿Qué hay de nuevo por aquí?— dijo el chico batallando mientras trataba de subir sus maletas por las escaleras.

—Oh, Yoongi, deja eso, ya tendrás tiempo para subir esas maletas— la mujer le dio un golpecito en el brazo .—Nada nuevo a decir verdad, las mismas personas, los mismos negocios y lo mismo de siempre— con sus manos delicadas sirvió dos vasos de agua helada.

—Nunca cambia este lugar ¿eh?

—Hoy es el festival del inicio de verano, ¡deberías ir conmigo! podrías ayudarme a preparar mi famoso dak galbi para la venta de hoy; además, estoy segura que tus viejos amigos estarán allí—Eunyong abrazó una vez más al muchacho, su sobrino adorado estaba de vuelta en el pueblo, y ya era todo un jovencito apuesto y educado. La última vez que lo vio, tenía tan solo 17 años, y su familia y él se mudaron a Seúl en busca de una mejor educación; verlo perseguir su sueño de ser escritor le hacía sentir orgullo y a la vez un poco de angustia.

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El calor comenzaba a pegarle, ¿este lugar siempre había sido así de caluroso? Realmente se había convertido en un muchacho de ciudad, con sus manos trataba de soplarse mientras ayudaba a su tía a acomodar las mesas en la plaza del pueblo, preparándose para comenzar la venta en el festival.

—¿¡Yoongi?!— escuchó una voz a lo lejos, una voz que reconoció a la perfección.

—¡Namjoo!—dijo al ver a su amigo acercarse apresuradamente, ambos se abrazaron y rieron.-Wow, que fuerte te has puesto, incluso tengo miedo de que me quiebres una costilla con este abrazo.

—No seas ridículo— rio el moreno—Seokjin se va a morir cuando te vea.

—¿Dónde está?

—Está en el puesto del señor Park, haciendo fila para el odeng— ambos rieron —¿vienes?

—Lo siento Joonie, tengo que ayudar a mi tía con la ven-

Margaritas y vino. «taegi»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora