- Solo mira cuán hermoso eres... muy hermoso - El espectro deslizó con suavidad su mano por la clavícula descubierta de Percival, que no paraba de temblar. Sentía el corazón latir con más prisa en el pecho a medida que pasaban los minutos en aquella elegante estancia de paredes cubiertas con mármol rosa y de esquinas colmadas de penumbra. Solo la luz parpadeante y mortecina de los cientos de velas que derramaban infinitos ríos de cera a los pies del enorme espejo que reflejaba su pálido cuerpo desnudo. Las garras de aquella cosa eran tan negras como su presencia. Podía sentirlas acariciando sus pezones erectos con el filo de su extremo puntiagudo, rígido; mientras la saliva viscosa que derramaba su larga lengua al lamer el sudor frío de su piel se deslizaba por la columna de su cuello. Quería cerrar los ojos. No quería seguir viéndose y seguir presenciando aquello. No quería seguir viviendo. Pero sus párpados no le obedecían, estaban petrificados, al igual que cada articulación y músculo. Sintió un pinchazo, dos, tres, y luego el olor metálico de la sangre, su sangre, inundó el aire fétido del infierno, mezclándose con el picor del incienso y de otras hiervas que ardían en algún lugar de aquel cuarto sumergido en sombras. Las garras le recorrieron entero y la lengua, larga y fina como un látigo, recogían los hilillos de sangre que brotaban de los cortes. De repente, la figura ya no estaba a sus espaldas, sino frente a él, de rodillas, succionando su miembro y mordiéndolo con aquella boca llena de colmillos. No podía sentir dolor. En su pecho pudo sentir el ardor del jugo ácido subiendo desde el estómago e inundando el esófago, la boca, liberándose con el rugido desgarrador que le sacudió entero. El ácido verde se derramó sobre su pecho y sobre la cabeza de la sombra, que profirió un alarido tan estridente, que el espejo que mostraba el horror explotó en mil pedazos brillantes, mortíferos. El cuerpo de Percival se sacudía en espasmos descontrolados mientras seguía gritando con desesperación. No fue consiente en su delirio de que aquella bestia había desaparecido, al igual que la habitación rosa y las velas. Atrás quedaron los fragmentos del espejo roto, y gruesas gotas de lluvia caían sobre su rostro y cuerpo enredado en las sábanas blancas que cubrían su lecho.
- ¡Percival!, ¡Percy! - Alguien aporreaba la puerta con insistencia. Percival Chesterfield abrió los ojos desorbitados mientras inhalaba con fuerza el aire frío y húmedo que inundó sus pulmones y raspó su garganta en carne viva. Se incorporó como impulsado como un resorte y miró con angustia por cada rincón de su modesta estancia. Las frondosas ramas del pino que antaño adornaba el costado occidental de la casa invadían el espacio junto a su cama, derramando cascadas de agua helada sobre los vidrios rotos desperdigados por el suelo y el lecho. El brillo fantasmagórico de los relámpagos que reventaban el cielo de tormenta invadía de luz blanca en intervalos cada vez más cortos. Percival no podía salir de la cama, temblaba de arriba abajo, esperando a que las sombras tomaran forma y se subieran a su cama para terminar de profanar su cuerpo. El azote a la vieja puerta de madera continuaba, y solo la insistencia del molesto Xavier Olazabal pudo rescatarle de su trance. Tastabillando, se alejó de la cama cubierta de vidrios, ahora mirando con estupefacción el espectáculo que ofrecía el enorme árbol dentro de su habitación.
- ¡Joder, pero que puto desastre! – Exclamó el periodista vasco que ejercía en Londres y que por esos días se hacía pasar por enfermero para recabar en los asuntos privados que los importantes nobles ingleses pretendían esconder en aquel palacio arreciado por la tormenta. - ¡¿Oye, estás bien hombre?!, ¡Joder Percival, reacciona! – El médico de Cornualles oía de lejos la voz de su antiguo compinche, aún envuelto como estaba por la neblina de las memorias horrendas vividas en aquel sueño que cada vez lo visitaba con más y más frecuencia. Seis hombres entraron vistiendo impermeables chorreantes en la habitación. Comandados por Xavier, los sujetos rodearon la cama y se dirigieron hacia donde borbotones de agua de lluvia se escurría a través de las ramas del árbol y se derramaba dentro de la habitación.
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El Don
Mystery / ThrillerLa oscuridad que se cernía sobre el Doctor Percival Chesterfield le consumía más y más mientras que las memorias de su pasado no dejan de parecer retazos borrosos que derivan en oscuras pesadillas; que ahora, tan cerca como está de su nueva paciente...