ᵘⁿᵒ

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Yo intento vivir en un tipo de vida romantizada, levantándome como si al abrir la puerta de mi casa fuese a recibir un Darcy, perfecto; sumergido en su traje y su buena templanza. Tal vez la verdadera perfección es subjetiva o no existe, y es todo obra de mi cabeza.

La cuchara gira dentro de la taza de té en la dirección de las agujas del reloj, es relajante. Miro el reloj y aún tengo tiempo de sobra para tomar ese té junto a mis tostadas sin prisa alguna. Mi casa huele bien después de haberme pasado todo el domingo limpiando hasta las esquinas más remotas de mi apartamento, es reconfortante vivir en una casa ordenada. Aunque pensándolo bien, debería de ser así de organizada conmigo misma, y darme ese tiempo para reflexionar, pero no, no hay tiempo, cojo mi bolso y bajo las escaleras del edificio dando saltos sobre mis tacones.

Llego a tiempo a la oficina, aún no ha llegado, es perfecto para darme un paseo y ponerme al día. El bufete es un auténtico cahos algunos días, pero es casi un hogar en días de poco trabajo como estos, y más aún acercándose las navidades.
Giro sobre mi silla cogiendo algunos papeles que salen de la impresora y antes de girarme escucho esos pasos que no fallan jamás, JAMÁS. Me coloco en mi escritorio y le veo pavonearse hasta su mesa.

-Buenos días Rose.

-Ya te he dejado en tu escritorio los documentos que debes sellar. Que te sea leve -. Dije sonriendo falsamente.

Se inclinó hacia mí apoyándose en mi mesa gesticulando muy cerca de mi cara, acentuándose sus ojos azulados repletos de rencor y odio al verme.

-Lamento comunicarte, que estaré muy ocupado en mi nuevo caso -. Se levantó yéndose a su mesa, pero regresó-, no, no, es el caso. Aquel que intentaste conseguir, pues lo llevaré yo.

-¿Qué? Eso es imposible-. Me levanté dirigiéndome a su mesa, donde él ya estaba sentado apoyando su espalda al respaldo de la silla -. Yo hablé con el cliente, lo tenía en mis manos, era mío ese caso -. Di un golpe en la mesa descolocando el cúmulo de papeles.

-Tranquila. Impregna toda esa rabia acumulada, y esa... envidia -,susurró-, sobre estas hojas mientras los clasificas -. Cogió la montaña de hojas y me lo entregó con esa cara de satisfacción.

Lo cogí y nada más sentarme en mi escritorio apareció emocionado, incluso dando saltos; el señor Kennedy. Ni me dio los buenos días, fui invisible, pero envolvió en halagos a James.

-James, sabía que te llevarías ese caso. Confío en ti. ¿Estás listo para empezar a trabajar?

-Por supuesto. Cuando quieras -. Se inclinó hacia un lado, riéndose de mí.

Yo estaba a lo mío, ni siquiera quería escucharles, pero se me hacía imposible. Finalmente concluyeron su absurda conversación por lo que me levanté a tomarme un café. Todos me saludan con alegría al igual que a él.

-Veo que aún no sabes ir solo a los sitios, pero yo hace años que me independice de mis padres -. Antes de acabar de hablar estaba junto a mí adelantándome con sus largas piernas.

-Es una auténtica pena que tenga que compartir café contigo.

-Pues niño rico, vete a la cafetería de la esquina, y pídete uno de esos cafés aguados sin gracia, como tú.

-¿Yo poca gracia? -Expulsa una carcajada irónica agarrándose del pecho -. ¿Acaso te has visto? Vistes como una bibliotecaria, todos los días te presentas con bizcochos caseros. Heidi, perdona, Rose. Solo te falta saltar de prado en prado con tus botas rojas, esas que chirrían tanto.

-¡Cómo te atreves don perfecto! La gente te saluda por pena, ya que solo consigues entablar conversación con el director, porque ni contigo mismo eres capaz de mantener una conversación. Eres insufrible James.

Nos enfrentábamos frente a todo el mundo, como de costumbre. Intentaba irme con mi taza de café y pastel, pero él continuaba.

-Parecéis un matrimonio.

-¡Cállate Carol! -Dijimos ambos al unísono.

Todo quedó en silencio por un minuto, minuto que aproveche para irme a mi despacho.
Sentada y con el aire recuperando en mis pulmones, retomé el trabajo que debió hacer él en un principio. Los documentos bien colocados en sus archivos y clasificados, listos para guardar. Con fuerza lo tome en mis brazos dirigiéndome al ascensor. Dentro, pulse el botón de la siguiente planta. Camino el largo pasillo, vacío sin un solo alma deambulando por aquella planta. Dentro de la habitación donde guardábamos los archivos tampoco había nadie, así que cogí por mi misma la banqueta para subirme y alcanzar el otro taco de hojas para organizar.

-No llego... -Me estiraba todo lo posible, pero mi altura media no conseguía alcanzarlo.

Tropecé al estar al filo de la banqueta, antes de caer me agarraron en el aire. Cerré los ojos esperando aparecer en el hospital, o durmiendo después de una larga pesadilla.

-¿Estas bien? -Abrí los ojos y me le encontré, a James sujetándome.

-Si, ya puedes soltarme -. Me levanté acomodándome la camiseta y el pantalón.

-¿Quieres que te lo coja? -. Sin necesidad de banqueta cogió lo que necesitaba.

-Gracias.

Su voz era más suave, mucho más que la de antes.

-Sean está organizando una cena de navidad, ¿vendrás?

-Dirás el señor Kennedy, aunque ya veo que os tuteáis.

-Si, el señor Kennedy. Por dios -, me sujeto antes de que saliera por la puerta -, ¿cuándo va a acabar toda esta guerra entre nosotros?

-Cuando dejes de creerte superior a mí, cuando dejes de ser don perfecto, y cuando dejes de replicarme todo lo que digo.

-Sabes que no puedo -. Ríe.

-Esa risa -, me acerqué a él señalándole-, no sé si es una risa sincera, o simplemente te ríes de mi, pero ya basta. Me pone nerviosa.

Continué mis pasos hacia fuera de la habitación.

-Te pone nerviosa la risa, ¿o te pongo yo nerviosa? -Me detuve como si desde mis oídos me hubiese congelado todo el cuerpo, salvo mis mejillas.

Tu sonreíste; y yo me enamoré Donde viven las historias. Descúbrelo ahora