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Recuerdo cuando era amiga de Soojin. Con Kihyun todavía tengo contacto pero perdí una parte de Soojin cuando terminé con Hyunwoo y cuando comencé a salir con Hoseok, ella ya no estaba a mi lado. Por eso no la invité a la boda.

Incluso si ya han pasado ocho años, sigo mirando hacía atrás, anhelando todo lo que perdí y preguntándome si tomé realmente la decisión correcta.

La noche que todo terminó sigue viniendo a mí cuando me recuesto junto a Hoseok y miró nuestro techo en la oscuridad. Hoseok me abraza y a veces me acaricia el cabello, esperando calmar mi mente agitada para que duerma al mismo tiempo que él y podamos encontrarnos en el mundo de los sueños. No sabe que después de tantos años, yo todavía pienso en esa noche.

Cuando Soojin entró al dormitorio que compartía con otras chicas en la universidad. Echaba chispas por los ojos y con una voz que nunca antes le había escuchado emplear me gritó:

—¿Qué está mal contigo?

—Soojin —fue mi respuesta, entre sorprendida y avergonzada pues mis compañeras nos veían.

—¿Cómo pudiste?

Tuve que sacarla del lugar, sabía que iba a gritarme y prefería que lo hiciera en un lugar privado, donde no me convirtiera en la comidilla del dormitorio entero. Era enero y estaba helando, pero el frío que sentía no venía de la nieve a nuestro alrededor, si no de los gélidos ojos de la persona que yo consideraba mi mejor amiga.

—Eres una perra, Haeun —me espetó y yo no me defendí—. Él te quiere y tú pagas así, ¿no habías dicho que querías enfocarte en tus estudios?

—No entiendes...

—¡Cállate! —gritó, por un momento temí que fuera a darme una bofetada—. Sólo jugaste con él, nunca vas a dejar de querer a Hoseok apesar de todo.

—No es así —otra vez me interrumpió.

—Eres patética.

Soojin escupió al suelo y se fue de allí, dejándome más sola que nunca. Mas no me quejé, porque me lo merecía.

El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mi ensimismamiento, Hoseok volvía del trabajo con una gran sonrisa que podía iluminar toda la habitación. La  argolla en su mano emitía un fulgor que se entremezclaba con la mía. Me gustaba verlo así de alegre, los años no pudieron arrancar sus facciones aniñadas y sus ojos seguían siendo igual de bonitos, ahora me veía como siempre quise que lo hiciera.

Apenas dejó sus zapatos en el compartimiento de siempre, vino corriendo hacía mí, cargandome sin ningún esfuerzo a pesar de que yo no era tan delgada como antes, incluso si nunca lo fui, pues desde que nos conocíamos yo siempre tuve unos kilos de más. Sólo estuve realmente delgada el día que nos casamos y fue porque me puse terca en entrar en ese precioso vestido blanco de segunda mano que conseguimos por internet.

Nuestra boda había sido todo menos lo que yo habría imaginado cuando niña, no teníamos dinero y Hoseok acababa de terminar su servicio militar, pero queríamos estar juntos, tener un lugar propio y para ello tuvimos que sacrificar la boda bonita que yo quería.

—¿Qué estamos celebrando? —reí cuando él empezó a dar vueltas conmigo en brazos.

—¡Me promovieron!

—¡¿Qué?! —casi grité, ahora estaba más emocionada que él.

Hoseok me dejó en el suelo de nuevo y me abrazó. Gustosa lo correspondí, aliviada por tal noticia ya que las deudas pronto se acumularían si seguíamos con esa vida, nuestros sueldos simplemente nos estaban quedando chicos.

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