Mirame

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Acatar una orden era algo que Shang Qinghua hacía sin objetar. Temeroso siempre de recibir un castigo, trataba de hacer todo al pie de la letra, sin objetar ni opinar.

La palabra desobediencia no estaba en su ser, así lo había planteado su rey.

La habitación estaba siendo iluminada por una simple vela, a duras penas se podía divisar la cama de al lado y sus sábanas. Había cerrado con previsión las cortinas del balcón, aun sabiendo que no iban a poder amortiguar los gritos que se le iban a escapar, pero su rey adoraba —aunque no lo admitiera— escuchar sus desgarradores chillidos de placer que solo él, con sus frías manos y profunda voz, podían sacar a la luz.

El pudor que tenía hace mucho su rey lo había destruido.

La noche era joven, y el cuerpo de Shang a pesar de saber que estaba a punto de pasar vibraba de anticipación y nerviosismo. Esperar en el lecho de su rey era una orden que no debía ser dicha antes de que él la obedeciera, pero todavía quedaban secuelas de sus instintos preventivos que tenía, como estremecerse cuando su rey levantaba la mano o cubrirse cuando se acercaba bruscamente. Ahora, después de algún tiempo, esas acciones seguían ahí.

Pero su rey había agregado unas nuevas.

La relación entre ellos había progresado —sorprendentemente— bien. Shang Qinghua no se podía quejar, tenía un cuarto cómodo, una gran biblioteca y libertades muy favorables gracias a su rey. Aunque la personalidad de este no le ayudaba, el pasar los días con él lo hizo entender muchas cosas que como escritor no podía ver. Y otras tantas que en su opinión era mejor que no las hubiera entendido.

La vela temblaba, y con ella toda la iluminación. Se sintió un poco inquieto estando sólo él en una gran habitación; se acercó a las puertas que dirigían al balcón y miró a través de estas. Los copos de nieve iban cayendo sobre el reino, muchos de ellos ya habían caído sobre los principales caminos, escondiendolos de la vista. El reino apenas podía verse a lo lejos, siendo únicamente iluminado por la luna.

No le gustaba mucho el frío, pero debía admitir que traía consigo buenas vistas.

Se estremeció, una ola de viento helado le recorrió de pies a cabeza; confundido y volteo la cabeza. Un cuerpo mucho más musculoso y alto que el suyo estaba tranquilamente reposando en la puerta de la habitación, gracias a la poca iluminación Shan Qinghua no podía verlo claro pero sentía su intensa mirada sobre sí. No había necesidad de decir quién era, nadie más podía estar en esa habitación a excepción de ellos, todos sabían eso.

Shang recobró su compostura, dejó de mirar afuera e inmediatamente se inclinó ante la persona.

—Dawang, no sabía que ya habías llegado.

Su rey no respondió. Se acercó lentamente y Shang no pudo evitar retroceder un poco, Mobei-Jun tenía esa mirada que hacía al menor sentirse pequeño, oprimido y ansioso; esos ojos azules que brillaban bajo el sol eran tan oscuros en la noche que podían facilmente parecer negros.

La vela apenas podía alumbrar su largo cabello negro, que con los movimientos, se había movido ligeramente. Su rey extendió la mano y ligeramente la posó en su mejilla, Shang ya no temía a esos toques y se dejó hacer mientras sentía como otra mano se deslizaba en su cintura.

Sus ojos se conectaron y Qinghua no pudo mantener el contacto por mucho tiempo, la vergüenza teñía de rosa sus mejillas y la pena le hacía encogerse en sus brazos. Pronto, la gentil mano que acariciaba su mejilla paso a agarrar firmemente su mandíbula, Shang pudo sentir el aliento pesado de su pareja incluso a una distancia considerada y cuando Mobei-Jun rozo su garganta con unos de sus largos y fríos dedos, Qinghua pudo sentir sus piernas a punto de ceder ante la creciente excitación que crecía en su interior.

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⏰ Última actualización: Jan 23, 2022 ⏰

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