Sin salida.

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La deslumbrante mansión de los Nielsen no escapó esta vez al reclamo del Imperio. El agitado timbre sonó expulsando el silencio que reinaba en la casa. Otto el mayordomo, caminó sorprendido y pensó ¿Quién será tan temprano? Oskar, el señor de la casa, que desayunaba en esos momentos sintió una fuerte presión en su pecho al escuchar el ruido proveniente del vestíbulo. Todo su ser grito a sordas voces: Thommen. Sin terminar su desayuno el señor Nielsen salió al encuentro de la visita inesperada.
Todos los periódicos nazis celebraban el avance del Ejército Imperial del Führer en el Frente Oriental. El Ministro de Propaganda del Tercer Reich Joseph Goebbels enmascaraba de forma magistral la realidad. En la ciudad soviética de Stalingrado, se sucedía una despiadada batalla por el control de la urbe industrial. El destino de la guerra sufrió un giro dramático para el Alto Mando Alemán y especialmente para Hitler. El Ejército Rojo haciendo acopio de fuerzas, coraje y un desesperado salvajismo logró hacerse de la supremacía en el combate. La grave derrota de la Alemania Nazi en esta ciudad, significó un punto clave y de severa inflexión en los resultados finales de la guerra y representó el principio del fin del nazismo en Europa, pues la Wehrmacht nunca recuperaría su fuerza anterior ni obtendría más victorias estratégicas en el Frente Oriental..
En las calles de Berlín se advertían cambios que desequilibraban la aparente normalidad. El ir y venir de caravanas militares y la aparición nuevamente, de las comisiones de reclutamiento demostraban que algo salía mal.
Al llegar al vestíbulo encontró a dos soldados de pie junto a la puerta. En el cómodo sofá estaban sentados dos oficiales; eran un Oberstleutnant (teniente coronel) de la Wehrmacht y el otro un Hauptsturmführer (capitán) de las SS. Al acercarse, Oskar notó el sobre de color amarillo con el conocido sello del Tercer Reich. Las sombras de la tristeza nublaron su sano juicio, justo cuando el mayor de los dos oficiales fue a ponerse de pie dijo:
- ¿Qué desean señores oficiales? - Dijo de forma educada, pero con rudeza.
- Se nos ha dado la misión de entregar esta orden de movilización a su hijo, Señor Nielsen. - Respondió el capitán, con la típica marcialidad de un militar de academia.
- Pero mi hijo Kurt ya fue llamado. - Respondió Oskar, con cierta pericia.
- Por favor, lea el documento. - Dijo el oficial de más jerarquía.
El señor Nielsen tomó el sobre, su mente y su corazón presagiaban el contenido. Apenas tuvo que leer el documento, sus ojos se posaron sobre el nombre del destinatario: Thommen Nielsen. Oskar sabía que, aunque ofreciera toda su fortuna a los emisarios del Reichstag, su hijo menor no tenía salida. En su mente fantaseaba con la posibilidad de que todo esto fuera una pesadilla, pero era la cruda realidad. Su segundo hijo era enviado hacia el espectáculo más temido por los hombres: la guerra.
Al despedir a los oficiales, Oskar cerró la puerta tras ellos y también sus ojos, no quería creer lo que había sucedido. Su hijo mayor había sido arrancado del seno familiar, en el fondo de su ser no estaba de acuerdo con esta guerra y no le importaban los sonoros éxitos de la Blitzkrieg (guerra relámpago) a lo largo de toda la campaña. Solo le importaba que Kurt no daba noticias desde la Batalla de Moscú y ahora Thommen era llamado al servicio militar. Todo su cuerpo se estremecía de pensar en perder a sus dos hijos en la contienda. Mientras el señor Nielsen pensaba en todo esto, sintió una mano en su hombro y la voz de Thommen:
- Padre cuando debo partir. – Dijo el hijo.
- Aunque pudiera impedir que te marches, no puedo. No pienses que esta guerra es como la que tú y Kurt jugaban. Esta es en la que mueren muchos hombres, estarás solo y no podrás confiar en nadie ciegamente. – Agregó Oskar.
- Padre ya soy un hombre, usted mismo nos enseñó que un verdadero hombre no rechaza el llamado de su Patria. Contesta sin remordimientos, sé que ustedes lamentan todo esto, pero no tengo salida. - Contestó Thommen.
Oskar Nielsen era un hombre muy recto, honorable y sensato. Recordaba las enseñanzas de su padre y su deber de transmitirlas a sus propios hijos. Debía aceptar amargamente los frutos de su educación. Sus dos hijos pensaban igual que él. En silencio, pues cualquier palabra que sonara en contra del Partido Nazi desencadenaba una feroz persecución, inculcó un sano patriotismo a sus hijos y lo aprendieron bien. Ambos, Thommen y Kurt, se abalanzaban hacia la guerra. Gracias a Dios nunca observó un ápice de simpatía por la ideología fascista en sus hijos, a pesar de su pureza racial nunca permitió que la superioridad fuera parte de la vida en su casa. Todos los esfuerzos de Oskar y Elsa en la educación de sus hijos varones, era premiada con la inevitable participación de ellos en lo que era ya una guerra mundial. A fin de cuentas, Thommen estaba sin salida.

El lado bueno del mal.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora