Prólogo

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Reagan Campbell tiene un secreto.

Desde el momento de su nacimiento, Reagan ha guardado un secreto sobre su propia identidad y realmente no desea que nadie lo sepa, mucho menos Julia Hill, su mejor amiga.

Todo comienza en 2004, en medio de una noche tormentosa del mes de noviembre; cuando Christine Campbell entra, inesperadamente, en trabajo de parto de su hijo primogénito a las prematuras treinta y dos semanas de embarazo.

Los alaridos de dolor de la mujer resuenan por toda la habitación y se escapan a través de las rendijas de la puerta hasta el enorme salón en el primer piso, donde Jack Campbell se pasea de un lado a otro con las manos escondidas en los bolsillos de su pantalón, y su labio atrapado nerviosamente entre sus dientes.

Su cabello, una vez pulcramente peinado, está ahora revuelto; y el sudor le recorre la cara. Su respiración se vuelve forzosa y cada vez que los alaridos de su esposa se vuelven feroces, él se detiene y siente su corazón golpearle el pecho dolorosamente.

Vuelve a escuchar un grito y dirige su mirada al gran ventanal en el centro del salón. La lluvia cae sin piedad y golpea con fuerza el vidrio. No hay forma de que el doctor llegue esta noche, sin embargo, ahora su esposa está en manos de la vieja ama de llaves de su casa, que alguna vez en su juventud asistió de partera.

Ring. Ring. Ring.

El sonido del teléfono lo hace saltar y lleva su mano al pecho para calmar la sensación dolorosa. Da un par de pasos y atrapa el auricular, llevándolo directamente a su oído.

-Residencia Campbell -dice en tono entrecortado.

-Jack -reconoce enseguida la voz de su mejor amigo, y exhala un suspiro.

-Oye Marcus -responde y lanza una mirada hacia el pasillo que dirige a las escaleras al segundo piso, de donde provienen más gritos.

-¿Está todo bien? -pregunta la voz al otro lado del auricular -¿Cómo están Christine y el bebé?

Jack toma un suspiro y regresa la mirada, fijándola en sus dedos jugueteando con el cable del teléfono.

-Bien -responde dudosamente-. Celia se está haciendo cargo ya que el doctor no pudo llegar por la tormenta.

Escucha la suave respiración de su mejor amigo a través del auricular, y hay una segunda voz, más suave y delicada, que logra percibir.

-Todo saldrá bien -dice Marcus después de unos segundos-. Nadine y yo intentáramos ir apenas la tormenta nos lo permita.

-Eso sería genial -asiente Jack-, pero es preferible que Nadine descanse.

-Ya se lo dije -responde Marcus y Jack detecta la diversión en su voz -, pero ya sabes cómo se ponen de histéricas con estas hormonas del embarazo.

Jack sonríe divertido también.

-Lo sé ...

El sonido de un llanto feroz rompe el hilo de pensamiento de Jack, deteniendo su conversación.

-¿Eso fue ...? -la pregunta de Marcus queda a la deriva.

-Si -responde Jack y deja caer el auricular para correr en dirección de las escaleras.

Cuando llega a la puerta de su habitación, sus manos están temblando y empapadas de sudor. El llanto es tan fuerte que traspasa las gruesas paredes de la habitación y lo congelan momentáneamente. Toma dos largas inhalaciones y calma el incesante latir de su corazón, posando una mano sobre su pecho.

Finalmente abre la puerta y la atraviesa. Christine está en medio de la enorme cama, rodeada de almohadas y sostiene un pequeño bulto envuelto en mantas.

Jack se acerca con pasos inseguros a la cama, viendo a su esposa agotada, sudorosa y con el rostro enrojecido, pero con una gran sonrisa brillante. Ella levanta la mirada y la posa sobre él.

-Ven aquí, cariño -lo llama con la voz ronca por el esfuerzo de gritar.

Mira brevemente hacia la esquina de la cama, donde la anciana ama de llaves junto a un par de ayudantes se encargan de limpiar todo.

-¿Estás bien? -pregunta suavemente y se inclina con las manos sobre el colchón.

-Estamos bien -responde Christine-. Celia dice que no hay peligro.

Jack finalmente deja escapar un suspiro de alivio y se sienta en la esquina de la cama, acurrucándose contra el costado de su esposa para poder mirar por encima de su hombro.

El bebé tiene los ojos cerrados y su piel es tan blanca como la porcelana, enmarcada por una abundante cabellera negra.

-Ella es hermosa -susurra Christine sonriente.

-¿Ella? -pregunta Jack, parpadeando hacia su esposa.

-Si -asiente-. Celia dice que tuvimos una niña.


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