Se volvió a cerrar.
De golpe, y sin avisar. Conmigo delante y a mi lado, la mayor impotencia posible ante esa situación.
Oía cada golpe, cada grito e incluso sentía cada lágrima que el derramaba por sus ojos, había dejado de sentirme yo, para sentirme ella, había inhibido cualquier sentimiento hacia el, para no perdonarle nada, para que cuando volviese pidiendo perdón, suplicando ayuda, yo dijese no.
Yo ya no sentía dolor alguno. Ni los rasguños de mis caídas, ni las palizas de los compañeros de clase, ni insultos, nada, como si yo no controlase mi cuerpo, como si lo que tuviese que hacer lo hiciese porque alguien me lo ordenase, para hacer bulto entre tanta persona importante.
Ahora soy yo quien cierra la puerta, pero sin ruido, sin fuerza, sin odio.
Me siento en mi cama, cruzo las piernas y no me sale llorar, no entiendo el porqué de la situación, aunque también sé que debería pararlo, pero sin embargo no hago nada.
Estiro el brazo y cojo la navaja suiza que me trajo el en uno de sus viajes, ni siquiera debería de haberla aceptado, la abro.
A mi alrededor una vidriera de cristal y a mis pies arena, arena maleable que se movía de un lado para otro mientras caía hacia abajo y yo con ella, atravieso un pequeño agujero y caigo en otro habitáculo. Este húmedo en el que la arena había desaparecido, y que poco a poco empezaba a humedecerse, me siento en el suelo mientras el extraño lugar en el que me encuentro se seguía moviendo, y de repente en mi mano cae una gota de agua, nada más caer tiñe de roja mi mano y seguidamente cae el resto.
Parecía un mar embravecido, imparable y que no me ahogaba, en uno de sus impulsos me llevó hasta un extremo, en el que gracias a la cristalera pude apreciar un hombre gigantesco sin rostro ni ropa, que movía su mano a voluntad de arriba abajo y que yo no podía parar.
Volví, por tercera vez, a caer por el mismo agujero salvo que esta vez, no era ni arena ni agua, era fuego, fuego que ardía en mis entrañas, fuego que no veía pero que estaba y que poco a poco me rasgaba por dentro. Al final, volví a caer por el mismo agujero, que me llevo a un parque, verde como el tacto de una manzana y cálido como el cantico de un ruiseñor, era todo tan placido y cómodo.Me desperté, salí de la habitación, mi madre estaba en la cocina preparando el desayuno, fui directo al baño, me limpie el brazo y me puse una sudadera, la cual utilizaba sus mangas para esconder mis manos.
Entre en la cocina, el seguramente ya no está en casa así que le pregunto a mi madre:
-¿A donde ha ido el gilipollas ese?-
-No es ningún gilipollas- replica mi madre.
-A ¿no? Entonces ¿cómo explicas esto? El gato otra vez ¿no?- le digo mientras le cojo su brazo y le muestro los diversos moratones y arañazos.
-No interesa, déjalo, ¡desayuna y vete ya! - me grita con angustia.
Sus gritos, esos sí que me hacen daño, el hecho de que yo le intento enseñar quien es el monstruo con quien se ha casado, y que la tome conmigo, no lo soporto.
Volví a casa sobre las dos como es costumbre, y a sorpresa de mí, me encontré a mi hermano discutiendo con él, y a mi madre llorando en el sofá.
¿Quién puede vivir así? En mi cabeza algo cambio, no sé qué pudo ser, pero me hizo avanzar.
Tire la mochila al suelo, corrí hacia donde mi hermano y él, aparte a mi hermano de un manotazo sin hacerle daño, y le pegue un puñetazo.
Cerré los ojos.
Abrí una puerta, parecía antigua, pero vieja, se nota que había sido usada pero hace mucho que no la abrieron, me cegó una energética luz magenta que provenía de una brillante aurora boreal. A mis pies tierra azul, al igual que a mi alrededor, montañas, montañas de un tenue color azul, nada de eso me sorprendió ni siquiera los millones de globos que se encontraban rodeados por dichas montañas.
Me asomé por el precipicio, y note un pequeño temblor, mi vista se fijó aún más en los globos y a medida que el temblor se hacía más fuerte, estos iban cambiando de color.
Cogí carrerilla, y salté, según bajaba note que su color era rojo, un rojo tenue que empezó a oscurecer mientras descendía. Llegue abajo y la caída fue suave y lenta, me resbalaba hacia abajo y notaba el chirriante abofeteo de los globos contra mi cuerpo, hasta que deje de notarlo.
Abrí los ojos, todo era tenue y acuoso, y extrañamente poco gravitatorio, me di la vuelta y empecé a subir hasta lo que yo pienso que es la orilla de algún lugar.
Dejo atrás diversos animales que me resultan tan extraños como familiares, cangrejos rojos recorriendo a gran velocidad el removido suelo de ese mar, por mi lado peces abisales nadaban como si mi existencia fuera nula, sin contacto visual siquiera.
A medida que me acercaba a la orilla también podía observar criaturas jamás creadas, tenía piernas y en lugar de cuerpo un gigantesco ojo, me aturdía y asustaba el hecho de estar cerca de esa cosa.
Al final pude ver la salida de ese pantano espantoso, al final no solo había orilla, había árboles, árboles gigantescos, con pájaros en lugar de ramas y de los que me agarré para salir.
Bajé por esos árboles, y me fijé en lo distintos que eran, no era madera lo que les componía, si no que parecían ser inexistentes, de ellos veías la noche, el espacio, todo el cosmos, y fuera de ello veías el día y todo lo que tuviese luz.
Seguí bajando por ello sin esfuerzo ninguno, incluso llegué a parar alguna que otra vez para poder apreciar bien las palabras que en forma de ave revoloteaban, y los pensamientos en nubes que los cielos surcaban.
Al final de ellos largas raíces pendían hacia donde nace el sol, así que me descolgué y sin saber que había debajo salte. Caí en dunas de arena que me hicieron botar por encima de un cielo dividido a noche y día, más bien a noches y días, ya que dos lunas y dos soles se evitaban entre sí.
Caí en más dunas, salvo que esta vez no rebote, me dolía el cuerpo y el alma, pero seguía andando.
Llegue al fin, donde mas no había, las dunas se acabaron y a donde ir ya no tenía.Pero a mi salvación otra puerta vino, se encontraba encima de una pequeña isla sin suelo que flotaba por mi cabeza, arrastraba consigo unas ramas rojas que caían de dos cuevas procedentes de la misma isla.
Salte hacia ellas y trepe, hasta llegar a la puerta.
Mire a mí alrededor, no sabía dónde centrar la vista, desde ahí podía ver todo El País de los Globos, y era tan fascinante como imposible.
Decidí abrir la puerta, alce mi mano, gire el pomo y tire.
Y una luz blanca me cegó. Desperté.
-Te vas a poner bien te lo prometo- oí gritar a mi madre con un profundo llanto en la garganta.
Era la primera vez que mi madre no me estaba gritando, luces, luces, solo veía eso, destellos de luz blanca cegadora, no conseguía distinguir a nadie a mí alrededor, de pronto pare y oí:
-Será rápido y no te dolerá -
Era de día, y lo note por la cantidad de luz amarillenta y radiante que entraba en la habitación.-¿Cómo estás?- me pregunto mi madre.
-Estoy bien, creo- le sonrío.
-¿sabes qué?- me preguntó mi madre.
-¿Qué mamá?-
Somos libres...
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El País de los Globos
Short StoryProbablemente las preguntas que te voy formular a continuación ya te las hayan hecho o ya te lo habías preguntado antes, pero esta vez yo no espero una respuesta de tu parte. Solo quiero que leas y reflexiones sobre lo fácil que es la vida. ¿A dón...