BIG SMILE

1.1K 123 77
                                        

Las letras se veían borrosas. Frente a él había un caso clínico; sin embargo, a pesar de leer y releer las palabras escritas, no encontraba lógica alguna en ellas. Se rindió y, con un estruendo, dejó la carpeta sobre la mesa. Se frotó las sienes ante su constante desconcentración.

No sabía cómo detener la única palabra que su mente repetía a cada segundo: "Haechan, Haechan, Haechan". Era como si se encontrara bajo el hechizo de un lindo chico que resplandecía cuán girasol.

Una sonrisa se formó en sus labios. En los últimos días sonreía de la nada al tan sólo recordar lo bonito que se veía Haechan en su horario laboral; con su inmaculado rostro lleno de lunares, su castaño cabello ondulado, su linda sonrisa, su perfecto cuerpo y su bonito delantal. Suspiró como un adolescente enamoradizo. De nuevo, se había perdido bajo un tumulto de pensamientos melosos.

Ni siquiera había entablado una conversación profunda con Haechan, pero deseaba volver a escuchar el dulce timbre de su voz. Además, el sentimiento de extrañarlo se acrecentaba conforme pasaban los días. Aunque, también, la timidez era recurrente al imaginar diferentes situaciones en donde sus caminos, por azares del destino, se volvían a cruzar; dado que, era consciente de que, al primer intento que tuviera para entablar una charla con él, su cerebro no procesaría la información y terminaría balbuceando palabras aleatorias. ¡Ah, cómo era posible que fuera tan fracasado hasta en sus propias ensoñaciones!

El sentimiento de vacío regresó.

Desde aquella casualidad en la florería, no supo más de Haechan. Lo añoraba cada día más. No obstante, la carga de trabajo en su clínica había estado al tope, por lo que, no podía dejar sin supervisión a sus peludos pacientes; así que, durante más de quince días, estuvo sin un descanso mínimo.

Se sentía frustrado. Quería salir de su veterinaria lo más pronto posible para correr en dirección de la florería donde el bonito chico trabajaba; pero, en contraparte, se encontraba encerrado en las blancas paredes de su consultorio con toneladas de casos clínicos y pacientes que necesitaban atención médica urgente. Ésa era la razón por la cual no se permitía ser egoísta; al contrario, no importaba la razón, siempre le brindaba la mejor asistencia clínica a cada uno de sus peludos amigos.

Entonces, dejó de lado la pequeña encrucijada mental y suspiró por enésima vez en el día.

A través de la puerta de cristal, observó a su recepcionista salir de la clínica, en vista de que ya era su hora de comida. Su estómago hizo un pequeño ruido, pero hizo caso omiso. Se levantó de su asiento y se acercó a un pequeño Shiba, que tenía por nombre: Max.

Conocía a la perfección cada uno de los protocolos para tratar a un paciente primerizo, así que comenzó con lo necesario para proceder a realizar la consulta del adorable cachorro. Cuando estaba a punto de terminar, su atención se vio distraída ante el sonido de la campanilla que avisaba la presencia de alguien en la recepción. Intentó visualizar quién estaba ahí; sin embargo, la puerta de cristal no mostraba con totalidad el panorama.

Dejó de tomarle la temperatura a su pequeño paciente y se acercó a la puerta, no sin antes decir: «Quédate aquí, Max. En unos momentos vuelvo para ponerte el suero», y recibió como respuesta un ladrido.

Caminó por el pasillo que lo llevaba hacia la recepción y, cuando estuvo cerca, se sorprendió al ver a su mejor amigo.

—¿Jaemin? —El nombrado volteó en su dirección y lo saludó con un movimiento de cejas—. ¡Wow, es una gran sorpresa que estés aquí! ¿Por qué no me avisaste que vendrías?

—Te mandé un mensaje —señaló su celular—, pero no contestaste...

—Oh, ¿en serio? —Revisó la bandeja de mensajes—. ¡Es cierto! ¡Ah, discúlpame, no sé dónde tengo la cabeza últimamente! —El contrario movió las manos, como diciendo: «Está bien, no te preocupes».

EL CHICO GIRASOL | nohyuckDonde viven las historias. Descúbrelo ahora