𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝟏 𝑷𝒓𝒊𝒎𝒆𝒓 𝒆𝒏𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒓𝒐

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𝑺𝒂́𝒃𝒂𝒅𝒐

Louis sentía su corazón latir acelerado contra sus costillas, las ganas de vomitar, el terrible cosquilleo en su estómago le causaba una inexplicable incomodidad y su mente trataba de mantener el control.

—Respira, ya lo has hecho, ya lo has sentido, todo va a salir bien—se convenció a sí mismo en voz baja.

Con manos temblorosas se abrochó el botón de sus jeans mientras se repetía que no debía temer, que todo saldría bien y él en verdad deseaba que no le sucediera nada malo.

La angustia le revolvía el estomagó, así que al agacharse para atar las agujetas de sus tenis comenzó a inhalar profundo y soltar el aire lentamente,pero el cosquilleo persistía.

Por último, se puso un suéter negro con capucha para ocultar su cabello castaño y despeinado.

Su parte racional maldecía a su padre por lo bajo mientras repetía en su cabeza lo que había pasado.

La puerta de su habitación fue tocada dos veces antes de ser abierta.

—Buenos días, ¿puedes ir a la cafetería?— preguntó el mayor con voz cansada.

—Buenos días y no— respondió al sentir unas ligeras cosquillas en su estómago—estoy en pijama—explicó.

—Ve a la cafetería Louis—pidió con su rostro volviéndose neutro.

—No puedo—repitió tratando de calmar su acelerado pulso mientras negaba con la cabeza.

—Pues ya no te estoy preguntando, vas a ir a la cafetería porque te lo estoy ordenando—dijo con enojo—quiero un americano, cuando bajes te doy el dinero.

Y sin esperar una respuesta salió del cuarto azotando la puerta.

Por alguna razón el enojo que sentía hacía que el pánico disminuyera.

Bajó las escaleras con sus manos hechas puños mientras seguía repitiéndose que nada iba a salir mal.

Buscó a Mark en la cocina y lo encontró sentado en el comedor con el ceño fruncido, tecleando con rapidez y agilidad en su computadora.

Al verlo le entregó un billete de diez euros y siguió con lo suyo, ignorando completamente a su hijo.

Louis se dio la vuelta para caminar hacia la entrada principal, salió y cerró la puerta tomando impulso y azotándola levemente.

Empezó a caminar por la banqueta y guardó el dinero en el bolsillo trasero de su pantalón junto al billete de cincuenta euros que llevaba consigo.

El castaño creía que estaba siendo paranoico, siempre sentía eso cada vez que daba un paso afuera de su casa, pero la sensación que lo envolvía al salir era dolorosa, insistente y asfixiante.

Su cabeza le repetía que si daba un paso mal y se doblaba el pie iba a caerse en medio de la calle en donde muchas personas podían verlo.

Que si no llevaba el dinero suficiente tendría que hablar más de lo que podría para decir que tenía que ir a su casa a buscar más dinero.

Porque si alguien que conocía lo veía y él no estaba presentable era algo impensable.

Y su cuerpo resentía sus pensamientos, sintiendo su garganta seca y un dolor en el pecho que lo ponía nervioso.

Todo eso sentía al salir a tirar la basura de noche, al recibir la pizza en la puerta principal y en casos como este, al salir a buscar un simple café a unas cuadras de su casa.

Caminaba rápido por el nerviosismo sin notar el clima soleado a su alrededor, dio un par de buenos días a las personas que se dirigían a él para ofrecerle esas mismas palabras y atravesaba las calles sin ningún problema al no haber tantos carros al ser sábado por la mañana.

Llegó a la pequeña cafetería que había en una calle con algunos otros negocios y al entrar una campana sonó, puede que nadie hubiera volteado a verlo, pero eso sintió, que todo estaban observándolo.

Eso hizo que el molesto cosquilleo creciera, así que con pasos torpes se apresuró a acercarse a la caja para poder ordenar.

Del otro lado de la barra se encontraba Amanda, una compañera de su universidad con la que no hablaba mucho, pero ella siempre se comportaba agradable con él a pesar de no ser amigos cercanos. Llevaba una gorra negra con el logotipo de la cafetería sobre su cabello castaño oscuro, sus ojos aceitunados lo observaban con familiaridad y una sonrisa amistosa se extendió por el rostro pecoso de la chica.

—Hola Lou—saludó amable—que raro verte por aquí, ¿qué vas a querer?— Preguntó con la vista intercalándose entre el castaño y la computadora.

Pero antes de que pudiera decir las palabras que había memorizado en el camino, fue interrumpido por un grito de la cocina.

—¡Amanda ven rápido!—Se escuchó una voz femenina a lo lejos.

La castaña le dio una sonrisa apenada antes de decirle:

—Tengo que ir, pero Harry tomara tu orden—dijo apresurada antes de hacerle algunas ceñas a su compañero que se encontraba limpiando unas máquinas no muy lejos.

—Buenos días—saludó cordial, sin prestar atención—¿qué quieres ordenar?

El ojiazul bajó la vista y después de suspirar y repetir por última vez en su cabeza lo que quería decidió que estaba listo para decirlo en voz alta.

—Quiero un americano a nombre de Louis, por favor—pidió con la vista fija en el suelo.

—Son tres euros—informó distraído.

 Louis ya tenía los billetes entre sus manos, así que con torpeza los separó y deslizó el billete que le había dado Mark sobre la barra.

El chico lo tomó y de igual forma deslizó el cambio y el ticket al mismo tiempo que decía:

—Su cambio es de siete euros, aquí tiene su ticket y en un momento le traigo su café—dijo con voz perezosa.

El castaño le agradeció y mientras esperaba jugaba nervioso con sus dedos.

Escuchaba los líquidos siendo vaciados de un recipiente a otro, pero no levantó la vista hasta que la voz del chico volvió a dirigirse a él.

—Aquí tienes, un americano a nombre de Louis—dijo mientras asentía repetidas veces.

—Gracias.

Alzó la vista para tomar el café y no regarlo, pero al hacerlo se encontró con unos ojos verdes que lo observaban con un brillo acompañado de una sonrisa de hoyuelos encantadores y una expresión que Louis no supo cómo, pero que le causo miles de mariposas y un posible infarto si no se iba de ahí rápido.

—Lindos ojos—menciono el rizado.

—Gracias—dijo perplejo, con sus mejillas calientes y un sonrojo que estaba seguro de que no era para nada discreto.

Y antes de que Harry pudiera decir otra cosa, Louis huyó del lugar.

Al salir pudo ver por el gran ventanal que el ojiverde mantenía la sonrisa en sus labios mientras se daba la vuelta para seguir limpiando las máquinas.

Mientras Louis caminaba, todo lo que había pasado se repetía en su cabeza, se regañó porque algunas cosas las pudo haber hecho mejor y había algo en lo que no dejaba de pensar.

¿Por qué no había seguido hablando con el rizado?

La respuesta estaba más que clara para él, pero simplemente ya no tenía importancia, de haberse quedado pudo haber dicho algo malo o quizás hubieran regañado a Harry por no trabajar, tal vez el ojiverde hubiera dicho algo gracioso y él no sabría qué hacer, había tantas cosas que pudieron salir mal, pero por suerte no fue así, todo había salido bien.

No del todo tranquilo, pero menos nervioso, el castaño caminó hasta su casa a pasos lentos, ya con el café en sus manos y con el cosquilleo en su pecho ya casi inexistente.

 Le entregó su café a Mark, su cambio y el ticket.

—Gracias—dijo con una expresión que Louis conocía muy bien.

Era esa cara que expresado en palabras sería:

 "Ves, no fue tan difícil".

Así que sin decir nada subió a su habitación.

𝐏𝐚𝐧𝐢𝐜, 𝐧𝐞𝐫𝐯𝐞𝐬 𝐚𝐧𝐝 𝐛𝐥𝐮𝐬𝐡𝐞𝐬 || 𝐋𝐚𝐫𝐫𝐲 𝐒𝐭𝐲𝐥𝐢𝐧𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora