SIEMPRE

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Por LAURA

CAPÍTULO 1

Le miraba con una insondable expresión de tristeza reflejada en el rostro. Una tristeza desconocida para él pero que le partía el alma. Ya le había dicho que no le acompañaría a almorzar pero él había hecho oídos sordos.
- Vámonos Beatriz. Tenemos que hablar- Insistió pero fue como si le hablara a la pared. Beatriz no se movió.
Furioso y otra vez fuera de sí, descolgó el teléfono.
-Patricia- Bramó ante la atenta mirada de Beatriz que se preguntaba que haría él a continuación. Parecía desesperado y realmente lo estaba pero ni siquiera Betty acertaba a adivinar cuanto.
- Llama a la empresa de hilos y anula el almuerzo. Diles que no puedo ir.
- ¿Y porqué no los llama Betty?
- ¡Haz lo que se te ordena idiota!- Chilló y hasta las líneas telefónicas retumbaron.
Beatriz se removía inquieta en la silla mientras pensaba que iba a hacer a continuación. Armando había soltado el teléfono y la miraba inquisitivo, echando chispas por los ojos y supo en ese instante que no podría negarse a salir con él.
-¿Y bien?- Le escuchó decir.
- Iré con usted ya que insiste tanto.
Aun furioso pero satisfecho, Armando abandonó el despacho sin dirigirle siquiera una mirada.
El alivio que sintió al verse sola fue indescriptible. Mil y un sentimientos se cruzaron velozmente por su cabeza y por su corazón. Sentía miedo, angustia y unas ganas inmensas de llorar.
Hasta ese momento había creído ingenuamente que podría manejarle a él y manejar sus propios sentimientos como sí tal cosa. Pero se estaba engañando así misma. No era tan fuerte ni tan valiente. Lo único que quería cuando le tenía delante era gritarle a la cara que lo sabía todo y desaparecer de allí para siempre, llevándose su dolor con ella, llevándose también su amor.
No sabiendo muy bien porque lo hacía, abrió la bolsa donde guardaba la siniestra carta de Calderón y la guardó en su bolso antes de salir. Llevando encima esa prueba se sintió más segura, como si de un arma defensiva se tratara. Un arma y un recordatorio, en eso se había convertido ese trozo de papel para ella. Cada vez que él la mirara como lo había hecho hace un momento, con fuego en los ojos, cada vez que su voz expresara ese anhelo falso por estar juntos que le hacía latir el corazón aun sabiendo que mentía, tendría cerca de su pecho las palabras que habían roto en pedazos ese mismo corazón. Y eso le impediría flaquear una vez más.
De camino al restaurante los dos se habían calmado bastante. Armando se sentía feliz de que ella hubiera aceptado al fin salir con él y ella hacía esfuerzos comportarse como si nada pasara aunque iba mucho más callada que de costumbre y eso Armando si lo notó.
La miraba de reojo todo el tiempo y le sonreía de vez en cuando aunque ella apenas le respondiera. No había mencionado donde iban y ella no se lo había preguntado aunque le preocupaba el hecho de que se estuvieran alejando demasiado de la oficina.
El restaurante resultó estar a las afueras, tal y como Betty pensaba. Era pequeño, sencillo y modesto para lo que Armando acostumbraba a frecuentar, pero bonito comparado con los tugurios que había visitado con Betty. "El lugar perfecto, discreto e íntimo para iniciar la reconquista. Seguramente una idea más del inefable doctor Calderón", pensaba Betty mientras sentía el resentimiento crecer como la espuma dentro de ella.
Cada vez le costaba más disimular la ira que la invadía. No dejaba de pensar que en otro tiempo, hacía apenas unos días, todos esos gestos de su parte le habrían llenado de una alegría indescriptible. Antes nunca había cancelado un almuerzo por ella, ni la había llevado a ningún sitio a la luz del día, ni se había mostrado tan atento y solícito como se mostraba en ese momento. "Está tan desesperado por su empresa que sería capaz de cualquier cosa", se dijo así misma.
Armando seguía hablando sin parar de la empresa y de otras cosas, como si no le importara recibir solo monosílabos como respuesta.
Al mirarle a los ojos Betty sentía como la ira se disipaba. Ya solo sentía pena por él, por lo equivocado que estaba y por sí misma, por haber permitido que las cosas llegaran tan lejos. Hasta había desechado la idea de mostrarle la carta. No sabía a quien avergonzaría más su contenido, sí a ella misma o a él. Para lo que no estaba preparada es para lo que vendría a continuación.
Le seguía mirando con aquella tristeza cuya causa Armando no podía determinar. Desde su llegada a aquel sitio no la había escuchado ni una sola risa, ni un gesto espontáneo de cariño de esos que hasta hace poco le incomodaban tanto. No sabía que los extrañaría tanto hasta ese momento. Por eso alargó su mano para tocar la suya. Fue un gesto instintivo, no lo pensó. El alma y el cuerpo le pedían a gritos algún tipo de contacto por leve que fuera que les devolviera la calidez perdida, quien sabe donde.
- Mi amor, ¿qué té pasa, estás bien?.
Betty retiró la mano en ese momento como si hubiera recibido una descarga eléctrica mientras Armando la miraba cada vez más asustado y confuso. Ya había sido bastante duro sentir su caricia, pero fue su tono de voz, tan amoroso, lo que la destrozó.
Betty lloraba muy quedo, sin poderse contener. Armando ni siquiera se atrevía a hablar de nuevo. Las gentes de otras mesas comenzaban a mirarlos pero ellos no se daban ni cuenta.
- Beatriz, dime que pasa por favor- Suplicó él en un momento dado.
La seguía tuteando y su tono era igual de tierno que lo había sido hasta hace un momento. Betty solo deseaba que aquella tortura parara de una vez.
- No pasa nada- Le dijo- Pero tengo que irme ya.
- ¿Irse, a dónde?.
- No me encuentro bien. Necesito estar sola- Se maldecía por ser tan débil pero no podía evitarlo.
- De ninguna manera se va a ir sola de acá. Yo voy con usted- Armando se levantó e hizo una seña al maitre para que le trajera la cuenta.
- ¡Doctor se lo suplico, déjeme en paz!.
- Usted no se puede ir sin darme una explicación, sin decirme que le está pasando, que le hice para que me mire así como lo está haciendo.
Impotente Betty se había vuelto a sentar en la mesa.
-¿Qué quiere de mi doctor?- Volvió a decir Betty.
- Quiero que salgamos de aquí y que vayamos a algún lugar donde podamos hablar, donde podamos estar tranquilos y solos.
- ¿Qué clase de lugar propone?.
- A mi apartamento por ejemplo.
Betty se sonrió entre las lágrimas porque eso ya lo esperaba. El plan de ataque seguía en pie, las maniobras de seducción nunca cesaban ni cesarían mientras él sintiera en peligro sus intereses.
Beatriz quería terminar con todo aquello, sabía como hacerlo además. Bastaría con deslizar el papel que guardaba en su bolso, por encima de la mesa, bastaría con mostrarle a él la prueba de su delito y todo habría terminado.
Podía hacer eso o podía seguirle el juego una vez más aunque eso significara rebajarse. Sin embargo la habían humillado tanto Calderón y él, que un poco más ya no tenía importancia para ella. Podía irse con él y comprobar de cuanto era capaz por su empresa. Podía dejarse seducir, engañar, caer otra vez en la trampa de sus brazos. Pero esta vez no habría engaño, esta vez ella llevaría las riendas del juego....
Mientras Armando la miraba expectante, Betty ya había tomado una decisión....

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