Parte Única

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Notas:

Advertencias de contenido: abandono y hambre de un (tipo de) cónyuge, asesinato en masa, mentir y mantener a alguien encarcelado por buenas razones (pero aún un poco malas), abuso de espadas espirituales.

***

Durante semanas pensó que moriría allí, entre los escombros de la decrépita casa donde había sido abandonado. Su hermano siempre había dicho que era demasiado testarudo para su propio bien. Después de todo, había prometido que seguiría las reglas y haría lo que le dijeran.

Pero eso era cuando esperaba soportar atrapado bajo un cuerpo corpulento y sudoroso unas cuantas noches miserables, esperaba intrigas internas de palacio y astutas maniobras políticas.

No había esperado que lo llevaran a un edificio en ruinas y le ordenaran quedarse allí. Fuera de la vista, fuera de la mente y, aparentemente, fuera de la memoria.

Durante los primeros años, más o menos, hubo entregas regulares de comida. No era suficiente para mantener a una persona normal, pero él había practicado la inedia, había tenido reservas de energía espiritual lo suficientemente profundas como para que fuera suficiente. No era suficiente si todavía estaba entrenando, pero le habían quitado la espada, después de todo. Suficiente si pasaba la mayor parte del tiempo en meditación. Intentó pensar en aquello como un retiro de meditación, para disfrutar del silencio y la quietud.

Luego las entregas de comida habían disminuido, lo suficientemente despacio como para que no supiera cuánto tiempo había pasado desde la última entrega. Meses por lo menos. Tal vez medio año. Lo suficiente como para poner a prueba incluso al mejor de los cultivadores, lo suficiente como para que los músculos que le quedaban estuvieran consumidos por ella, las uñas astilladas y los labios agrietados, la piel siempre fría y el pelo cayendo.

Lo suficiente como para saber que estaba empezando a morir.

Y hasta ese último momento pensó que simplemente lo aceptaría. Mantener los ojos cerrados y dejar que ese último aliento saliera de él. Un final para esto - el hambre, el frío, la soledad. Un final para la nada de su vida.

Pero cuando llegó el momento en que podría haber cerrado los ojos por última vez, descubrió que no podía. Una fuerza de voluntad hasta entonces desconocida se impuso y se encontró de pie por primera vez en quizás semanas, tambaleándose sobre piernas atrofiadas, parpadeando ante el brillo de un cielo que no había visto en... no lo sabía. No sabía de dónde le venían las fuerzas para empujar la pesada puerta, para tambalearse por el desigual camino de losas.

La terquedad, tal vez. Levantó la barbilla aunque la vista le daba vueltas y se volvía borrosa. No iba a morir.



Wei Ying, Wei Wuxian, antes llamado el Laozu de Yiling, ahora llamado el Emperador de Yiling, se deslizó en sus habitaciones tan discretamente como pudo, teniendo en cuenta que había media docena de guardias vigilándolo a cada momento de cada día.

"Voy a, ah, hacer algo", dijo, "pero no necesito ayuda, ¡gracias!"

Se quitó el ridículo sombrero de cuentas (¿Corona? Estúpido era lo que era. ¿Cómo iba a concentrarse en algo con esas estúpidas cuentas repiqueteando en su cara?) y se quitó la túnica bordada de los hombros y la arrojó lo más lejos que pudo, que no fue mucho. Pesaban mucho. Se frotó los hombros un momento antes de sacar su sencilla túnica de su escondite y vestirse lo más rápido que pudo, deshaciendo el cabello hasta que le cayó sobre los hombros y pudo recogerlo en una simple coleta.

Sonrió al ver su reflejo en el espejo, suspirando felizmente por lo ligero que se sentía, y luego se escabullo por el pasillo secreto que había detrás de su estantería, estornudando en el aire polvoriento del pasaje, hasta que salio por detrás de un enorme arbusto de azaleas, riéndose para si mismo mientras caminaba por el sendero, todos los cortesanos y sirvientes y guardias apartaban la vista de él, complaciéndolo con la cortés ficción de que no sabían quien era para que pudiera pasar unas horas en paz.

El Último ConcubinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora