Emmett tenía quince años y descubrió cosas sobre Hunter. La primera era que no tenía dinero, o al menos no el suficiente como para pagar la matrícula del West. Apenas llegaron a su barrio lo vio como una opción. Era esa clase de barrio al que su madre rica no se hubiera acercado sin un guardaespaldas. La clase de barrio en el que no necesitabas meterte muy profundo para ver a personas intercambiando cosas y a algunas otras gritando incoherencias.Milo dejó su auto caro en una zona medianamente segura y tuvieron que caminar un par de cuadras. Era mediodía y el lugar en si no lucia peligroso, pero se oían sirenas de policía a lo lejos y los grupos de jóvenes mirando fijamente sus pertenencias seguían estando. Caminaron al rededor de tres cuadras cuando por fin llegaron al lugar que Hunter le dió a Milo en caso de emergencia. Su cumpleaños lucia como una emergencia según él.
Era un bar. Esa clase de bar qué hay en las películas, con hombres decepcionados de sus vidas ahogando sus penas, grupos de amigos festejando y gente durmiendo sobre las mesas luego de, seguramente, una fuerte noche de tragos. Emmett no sabía exactamente qué buscaban, puesto que eso lucia como un bar y no un lugar en el que Hunter estaría por gusto propio. Milo al parecer tampoco.
Pero, aún así, hizo lo que Milo haría: se dirigió a la barra con paso seguro y la cabeza en alto, con su espalda erguida de una forma en la que su entrenamiento se hacía notar. Se detuvo frente a un hombre con cabello negro y con tantos tatuajes como para contar miles de historias. Lucia unos ojos castaños que no parecía tener maldad, más bien picardía. Estaba limpiando con un trapo la barra de madera y reía de algo que gritó uno de sus clientes.
—Buenos días—habló su mejor amigo con un tono elegante y educado.
Eso los hacía resaltar aún más de lo que querían. El hombre los miró con sospecha a los cuatro chicos. Harry, junto a él, cruzó sus brazos amenazante y lanzó una mirada dura que no podría mantener por más de cinco minutos. Tom parecía relajado, como todo lo que representaba él.
—Hey, tú—saludó el hombre tal vez remarcando demasiado el tono, diciéndole indirectamente a su amigo que su forma de hablar era de imbecil. Lo era, la gente con dinero era imbecil.
Emmett no pudo soportarlo más. Las miradas, Milo tratando de buscar una solución y el hecho de que era 10 de agosto. Pasó apresurado por el piso de madera crujiente y manchada, para luego mirar fijamente al tatuado. De cerca, lucia menos intimidante. Sus ojos eran burlones, divertidos, ningún rasgo de maldad o perversidad. Eso era bueno, en algún modo. Los ojos son lo primero que conoces de una persona.
—¿Sabes donde se encuentra Hunter Lockwalter?—preguntó directamente.
El hombre frunció las cejas, Emmett no logró identificar si con confusión o disgusto. Pero, aún así, las manos venosas del hombre se apoyaron en la barra y sus ojos pasaron a ser más oscuros si era posible. Analizando la habitación, notó que un par de personas se detuvieron a escuchar. Él no sabía si oyeron el nombre de su amigo o se concentraron en la posición amenazante del hombre.
—¿Quien pregunta?
Su voz ahora sonaba más dura, menos amigable. Emmett se volvió consiente de los pectorales anchos y de los brazos gruesos. No tembló, nunca temblaba.
Tiembla cuando ya hayas recibido la paliza, Mett. Solía decir Hunter cuando le preguntaba porque no se defendía. Al principio no lo entendió, hasta que vió a Rick molestar a su amigo y este no se mosqueo. Se quedó tan duro como una piedra, tan feroz como un león que el chico se cansó y lo dejó.
Tiembla cuando ya hayas recibido la paliza. Repitió mentalmente viendo los brazos flexionados del hombre.
—Amigos de la escuela—contestó del mismo modo.
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Sonrisa de astros
Teen FictionEmmett amaba la luna. Podía llorar con ella, abrazarse a ella y sentirse completo con solo un pedazo poco visible en el cielo. ••• Hunter era como la luna.