Prólogo

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Prólogo: Impotencia.

Era de madrugada en la casa Loud, precisamente la 1:27. Era un clima frío, la temperatura probablemente estaría abajo de los diecinueve grados. Todos en la casa estaban algo fríos, aún en sus respectivas camas.

Todos excepto dos personas en la casa.

Ellos se encontraban en una habitación pequeña, ambos arriba de la, igualmente, pequeña cama. Uno de ellos era un niño de apenas doce años de edad, con cabello blanco como la nieve y pecas en sus mejillas. Pero, en contraste con su edad, lo que el niño estaba haciendo no era para nada infantil, al contrario, era una práctica que era extremadamente mal vista si se realizaba a tan corta edad.

Su acompañante era más grande que él, le sacaba una cabeza de altura y su cuerpo estaba mucho mejor formado en comparación con el enclenque y escuálido cuerpo del niño frente a ella. Su cabello, negro como la noche, se camuflaba perfectamente con ésta. Tenía una piel muy pálida, que resaltaba sus generosos atributos, los cuales no tenían nada que envidiar a los de una mujer madura.

Ambos jóvenes eran tan diferentes de apariencia, que perfectamente podían ser la reencarnación del Ying y el Yang respectivamente.

No obstante, a pesar de ser tan distintos, ambos estaban en la misma cama, con el chico apoyado en la fría y dura pared, dando leves gemidos, mientras que la chica estaba encorvada, con su boca pegada al caliente cuello del joven albino, dándole chupetones por aquí y por allá.

— Maggie... No podemos seguir con esto... — su tono de voz fue bastante amortiguado por sus propios gemidos.

Su acompañante no respondió, estaba demasiado ocupada como para hacerlo. En vez de eso, su respuesta fué chupar con más ganas el delgado cuello del albino, quien se contraía y tenía pequeños espasmos debido a la excitación que sentía. Él odiaba con todas sus fuerzas hacer esto, pero su cuerpo no era tan determinado como él.

Pasaron largos minutos para que la chica finalmente se aburriera de su cuello. Levantó la vista abruptamente, dejando un fino hilo de saliva entre su húmeda boca y el ahora marcado cuello del pequeño.

— Sabes que no puedo hacer eso. — respondió finalmente, con un tono lujurioso y levemente agitada.

La pelinegra usó sus dedos para tomar el mentón del pequeño y alzarlo contra su voluntad, a pesar de que no opuso ninguna resistencia.

Ahora estaban frente a ojo, ojo a ojo, boca a boca. El joven albino palideció, trató de mirar a otro lado, pues tenía demasiada vergüenza y miedo a la vez como para mirar a su cazador a la cara.

Esto no le gustó nada a la pelinegra, quién frunció el seño y jaló al pequeño de su mejilla.

— Mírame cuando te hablo. — su tono de voz cambió drásticamente. De un momento a otro pasó de ser cariñoso, cálido y lujurioso, a posteriormente ser uno totalmente frío.

El peliblanco no tuvo otra opción más que asentir, tenía demasiado miedo como para decir cualquier cosa, y mucho menos enfrentar a su acompañante.

Maggie sonrió. Se deshizo totalmente del rostro frío de hace un momento, como si de un actor de élite se tratase.

— Así me gusta.

Nuevamente, tomó de su mentón al pequeño, quién ahora no se movió en absoluto. Bueno, casi, sus nervios seguían ahí y, por más quisiera, no pudo dejar de temblar levemente.

Fué ahí donde Maggie se puso a apreciar el rostro del albino con detenimiento. Miró sus labios de color rosado, su perfecta y pequeña nariz, sus mejillas temblorosas, adornadas de unas pecas que le daban personalidad. Y sus ojos, ohhh esos ojos. Cada que miraba esos bellos ojos azules se embriagaba. No podía detenerlo, ya lo intentó varias veces, y fracasó estrepitosamente en cada uno de sus intentos.

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