Las flores marchitas también pueden renacer

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            Mi nombre es Ángela y hoy es mi cumpleaños. Un año más que ha pasado ante mis ojos sin darme cuenta. Cincuenta y cinco es el número esta vez, aunque reconozco que hace tiempo que dejé de sumar, pero eso nunca se olvida. Ya sólo me quedan cinco para ser una completa anciana, ya que estaré más cerca de mi jubilación y del esperado fin de mis días. Lo peor de todo esto es que no me ha dado tiempo a hacer todo lo que quería, no he podido vivir mi vida a mi manera, como decía Frank Sinatra. Me hago cada vez más vieja, y no tengo a nadie a mi lado.

            Vivo sola en una humilde casa en Zaragoza, es un recuerdo de mi familia, un tesoro que se me presentó en forma de herencia. Mi tía vivía aquí cuando enviudó, creyendo que con esta casa reconstruiría su vida como una mujer independiente, qué curioso que pensará eso. Mi tía era la única familia que me quedaba, con ella se fue toda la compañía que tenía. Bueno, en realidad también tengo una hermana, pero con ella no me hablo desde hace trece años, sí, trece años sin hablarnos ni vernos, bueno yo sí que la he visto alguna vez por el centro, pero cada vez que la veía intentaba mirar a otro lado como si no la hubiera visto. Se me hace muy incómoda su presencia. De este modo hemos estado trece años tratándonos como extrañas por un trozo de tierra, por mi hogar.

            Mi tía sí que tuvo una vida interesante, luchaba a pesar de lo difícil que era para una mujer vivir sin un hombre a su lado que la ayudará económicamente. La he admirado siempre, a pesar de no llegar a tener las metas a las que aspiraba. Siempre era bueno pensar que existían mujeres como ella en aquellos tiempos difíciles.

            Cuando mi tía murió, tuve que enfrentarme a mi hermana por esta casa. Ella siempre lo ha tenido todo, pero no porque tuviera unos padres que se lo pudieran permitir, sino porque hacía lo que fuera para poder conseguir lo que se le antojara. De pequeñas, mi hermana y yo solíamos jugar a las tabas, ella siempre quería tener más que yo, y se enfadaba cada vez que perdía, y como no, como yo era la hermana mayor tenía que responder ante eso, y muchas veces la dejaba ganar o simplemente le daba alguna de mis tabas para que no se enfadara. Siempre salía perdiendo yo. Ella solía poner nombre a todo, incluso a sus tabas, porque se pensaba que si le ponía nombre le pertenecía, como a los hijos, cuando un hijo nace son los padres los que elijen el nombre. Ella tenía unas ideas un tanto raras y muy particulares. Aunque teníamos la misma habitación, ella fue la que la dividió en dos, dibujó una línea imaginaria para separar su parte de la mía. Cuando lo hizo nos convocó a todos los de la casa diciendo que esa parte de la habitación era suya y que sólo podía pasar ella. Todas sus cosas las tenía muy bien guardadas y controladas para que nadie las tocara. A pesar de cómo era, fue en la infancia cuando más comunicación tenía con ella. Desde que pasó lo de la casa, ya no hemos vuelto a hablar, ni siquiera he vuelto a pronunciar su nombre.

            Naci alejada de las malas influencias y de los ideales revolucionarios que destacaban en aquella época, pero no por no ir con ellos tenía diferente forma de pensar. Mis padres siempre estuvieron a un lado de los dos bandos, no quisieron posicionarse ideológicamente, pero nunca se negaron a cualquier hecho importante en dar la cara por el Generalísimo. Para ellos lo más importante era tener una vida en la que toda su familia estuviese unida, no nos querían perder de su lado.Pero a pesar de todo eso, fue la negativa a separarse de nosotros lo que nos hizo perderlos. Todo pasó cuando llegó un comunicado a casa donde obligaban a mi padre a unirse a las tropas militares. Ese hecho nos trastocó a todos, y fue la última vez que estuvimos todos juntos.

            Mis padres murieron y fue mi tía la que se ocupó de nosotras. Vino a nuestra casa, ahora mi casa, y cuidó de nosotras hasta que se casó con su marido. Los dos nos trataron como si ellos fueran nuestros padres, pero por parte de nuestro tío, aunque nos quería mucho, se podía notar su tristeza interior por no poder tener hijos. Todos sabíamos que lo que más deseaba en este mundo era tener su propio hijo. Siempre estuvieron preocupados por ese hecho, pero parece que nuestra presencia les hacía olvidarse de ello. Durante todo ese tiempo fuimos felices con ellos, hasta que mi tío murió. Mi tía nos sacó adelante ella sola, y cuando empezó a enfermar mi hermana se casó. Yo seguí viviendo con mi tía hasta el día de su muerte, la cuidé y atendí la casa mientras ella estaba enferma, además iba a trabajar para poder contribuir en los gastos del hogar, pues con la pensión que recibía mi tía no teníamos suficiente. Puedo afirmar que toda mi vida la he pasado en esta casa.

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