De todas las sensaciones que se pueden experimentar, si pudiese eliminar tan solo una elegiría la falta de aire.
Sentir el pecho comprimido como si te ahorcaran. Como si los árboles no dieran más oxígeno y en cada intento de respirar se te apagara la vida un poco más.
Y es simplemente el miedo. El miedo que no incluye fantasmas, aquel que no te espanta y no te mata.
Pero que aún peor, en un mísero suspiro, te roba la esperanza y se lleva el alivio; incluso a veces te olvidas lo que es estar vivo.
¿Acaso es tan grande el vacío de mi alma? ¿o será que mi paz decidió marcharse hace tiempo, y aún su ausencia se siente en cada latido? En cada nostalgia por una persona que perdí, o por un amor que no me fue correspondido. En cada puerta que me cerraron en la nariz o en cada brisa que apagó la llama de mi última ilusión.
¿Será que el olvido me curará? ¿Podrá la frialdad rescatarme de este infierno o terminaré incendiada entre los escombros del miedo?
Y entonces no sólo me quedaré sin aire. Ahora incluso mis restos se convertirán en cenizas.