9-4-2015
Ya han pasado dos semanas desde el 25 de marzo , uno de los peores días (o tardes, porque fue a las 19:30 más o menos cuando me enteré) por los que he pasado.
Ya han pasado dos semanas desde que One Direction puso un comunicado en su Facebook diciendo que Zayn Malik dejaba la banda. Mi banda favorita y la de millones de chicos y chicas más.
Ya han pasado dos semanas desde que docenas de chicas se suicidaron o cortaron o maltrataron sus cuerpos por esto.
Han pasado dos infiernos de semanas desde que me partieron el corazón y destrozaron mis esperanzas por primera vez.
Empezaba a volver a ser la yo de antes, esa chica alegre, divertida y que no tenía que fingir su alegría, su felicidad.
Llevo dos semanas con ganas de llorar casi a todas horas sin motivo aparente, aunque sé cuál es.
A la gente le parece una tontería, que no es algo por lo que sufrir, pero es que ellos no conocen lo que es estar triste y escucharles y que te alegren el día, o la semana.
No conocen lo que es hacer amigos de otras ciudades, o países, o continentes gracias a ellos.
No conocen la sensación de hacer lo que sea necesario para conseguir una entrada para su concierto, donde se llevan a cabo proyectos organizados por un grupo de jóvenes y realizan miles de ellos. Donde olvidas todos tus prejuicios y perjuicios.
No conocen el sentimiento que sube por las venas, desde los dedos de los pies hasta las puntas del pelo, cuando sale el vídeo de la intro, justo antes de que salgan a hacer lo suyo, a hacer a miles de adolescentes, las personas más dichosas de todo el planeta en el tiempo que están sobre el escenario. Y no solo ahí. También cuando están en la cola, cuando llegan al estadio y se abrazan a esas personas de las que se han hecho tan amigos por Internet, o simplemente, el día en que consiguen la entrada. Y todo gracias a ellos.
Eso no lo conoce la gente que se ríe de nosotros, que nos llama obsesas, locas.
Y me da igual, porque yo sí lo hago, y es uno de los mejores sentimientos que he podido tener nunca.