Jueves.
Era tarde ya. Ni siquiera los vecinos del piso de arriba continuaban con su habitual escándalo.
Me senté en el escritorio frente al ordenador. Mi cuerpo, agotado, clamaba por descanso. Ignoré el malestar, el picor de la barba de varios días creciendo sobre mis mejillas, la ropa repleta de manchas, la sangre seca sobre mi piel.
Hice clic sobre el ícono del navegador. Aguardé hasta que hubo cargado el programa. Me dirigí hacia el historial bajando hasta encontrar la hora exacta del día de ayer.
Apareció frente a mí la peculiar dirección: http://you.
Abrió una nueva pestaña. Un fondo negro era lo único que había dentro del sitio. Lentamente, mas detalles comenzaron a aparecer. Un sofá, una vieja cama con montones de ropa encima. La sombra de una silueta que se dibujaba contra una luz, moviendo sus manos en inquietante frenesí encima de algo.
Forcé la mirada para observar con mayor detalle conforme sentía como el puente de las gafas se encajaba dolorosamente contra el dorso de mi nariz.
La imagen se movió, podía verla con claridad ahora. La maraña de cabello, las torcidos anteojos, la piel colgando caquexicamente sobre los huesos. Ahí estaba yo, de nuevo, tecleando sin parar la misma palabra sobre un ordenador.
AYUDA.
Rezaba el texto.
AYUDA.
Se repetía en interminable sucesión.
Mis manos empapadas por la transpiración resbalaban sobre el teclado. Sentía el miedo devorándome por dentro. Me obligué a continuar, había llegado demasiado lejos. Presioné las teclas.
AYUDA, escribí.
La pantalla quedo a oscuras nuevamente. Un cursor de texto comenzó a parpadear intermitentemente al ritmo de los latidos de mi corazón.
Un solitario mensaje apareció:
¿AYUDA?
Contuve la respiración. Un frió sudor empapó mi cuerpo entero. Mi visión era borrosa y mis manos temblaban ahora sin control. Logré reponerme lo suficiente para escribir de nueva cuenta.
AYUDA.
Por lo que pareció una eternidad nada sucedió, todo se mantuvo en inquietante calma. El blanco del texto emergió de entre la penumbra.
NO MIRES ATRÁS.
No planeaba hacerlo, pero sentía el impulso aumentar con cada segundo.
NO MIRES ATRÁS.
La necesidad de mirar sobre mi hombro se antojaba imperiosa.
NO MIRES ATRÁS
Comencé a escuchar pasos a mis espaldas.
NO MIRES ATRÁS.
Sentí una fría respiración sobre mi oido al tiempo que percibí un pútrido aliento que la acompañaba.
NO MIRES ATRÁS.
Me rendí. Giré en redondo, listo para salir pitando del departamento.
Frente a mi no había nada. Mis cosas seguían regadas por el suelo, la sangre manchaba la alfombra en su usual sitio y la comida en descomposición yacía sobre la mesa. Todo parecía estar en su lugar.
Miré de nuevo hacia el ordenador.
Mi rostro me observaba desde la pantalla, pero distinto. Mis ojos se habían tornado completamente negros y un oscuro fluido emanaba de mi boca. Comencé a mostrar unos afiladísimos dientes en una macabra sonrisa.
TE DIJE QUE NO MIRARAS ATRÁS.
Una grotesca mano con enormes dedos emergió de la pantalla y me arrastró hacia la negrura, hacia el final de un nuevo día.
Viernes
Era tarde ya, ni siquiera los vecinos del piso de arriba continuaban con su habitual escándalo...