Justicia

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El chirrío de la puerta de madera sonaba como si una risa macabra se escapase de ella, como si supiese lo que iba a pasar minutos después entre las paredes de aquella vieja biblioteca. Marcus la cerró tras él sin mucho cuidado, dio unos pasos sobre el parquet y observó a su alrededor. Unas luces lúgubres y cálidas iluminaban decenas de estanterías que subían hasta prácticamente tocar el techo, llenas de libros, en su mayoría medio amarillentos, que transportaban ese olor a papel y tinta que tanto detestaba Marcus.

Se hizo a un lado para dejar paso a una niña que salía feliz con algún cuento absurdo en las manos. Dio unos pasos que hicieron crujir la ya desgastada madera y en dos zancadas se plantó en el mostrador. Un hombre de gesto amable y de una edad razonable levantó la cabeza de aquel escritorio antiguo.

—Buenos días caballero, ¿en qué puedo ayudarle?

—Lo sabe muy bien, señor Galván —dijo Marcus levantando una carpeta que llevaba en la mano—. Vengo a que firme su salida de este local. Ya se lo dije, siento mucho tener que construir aquí mi...—El Sr. Galván lo interrumpió poniéndose de pie y arrastrando hacia atrás su silla con tanta fuerza que levantó astillas. El ruido obligó a Marcus a callarse.

—No diga que lo siente —dijo mientras lo apuntaba con el dedo—, sabe que no es verdad. Ha sido usted el que no ha parado hasta que me ha echado de aquí para ampliar su asquerosa empresa —dijo echando hacia atrás su pelo blanco. Marcus sabía que eso era cierto, también sabía que había mentido diciendo que sentía mucho el cierre de su negocio. ¿Quién hoy en día iba a una vieja biblioteca? Si no cerraba él su tiendecita, sería el tiempo el que lo hiciera. Todo está en internet.

—Bueno, pues tiene que irse —insistió enfadado Marcus—, y tiene que ser ya —plantó el dedo índice encima del escritorio.

—Nunca me iré, Marcus, nunca. No voy a permitirle cerrar este sitio —miró fijamente a los oscuros ojos de Marcus. Este, incómodo, subió el mentón sacando ese porte empresarial que lo había hecho triunfar. O tal vez no fue eso.

—Si no se va, tendré que avisar a las autoridades para que lo saquen a la fuerza —amenazó al Sr. Galván, que permanecía impasible.

—A la fuerza... haga lo que tenga que hacer, Marcus, pero no me moleste más —dijo antes de darse media vuelta y dejarlo plantado. Se adentró entre los estrechos pasillos de la biblioteca, plumero en mano para limpiar el polvo que se posaba en algunos tomos. A veces se le metía por la nariz y le hacía estornudar con fuerza al menos tres veces seguidas. Esa era una de las cosas que más divertía a su hija Elena cada vez que iba a pasar tiempo con él en el negocio.

—Maldito viejo —masculló Marcus entre dientes—, será ignorante.

—¿Ignorante? —repitió el Sr. Galván desde el pasillo. Marcus retembló al darse cuenta de que el viejo lo había oído—. Leo sobre muchísimos temas, muchísimas historias a través del tiempo llegan a mis manos. Llámeme cualquier cosa, pero le ruego que no me llame ignorante.

Marcus levantó las cejas, «en fin» pensó. Se recolocó la americana y se fue a grandes zancadas hacia la puerta. Una voz tras de sí insistió.

—Carla no estaría orgullosa de cómo habla, estoy seguro, Marcus —se escuchó desde el fondo del pasillo en el que el Sr. Galván estaba limpiando el polvo. Marcus se plantó en el umbral de la puerta y giró la cabeza confuso.

—¿Cómo ha dicho?

—Lo que ha oído. Su mujer, Carla, no estaría nada orgullosa de cómo le habla a la gente mayor, ni de cómo le arrebata usted de forma sucia sus sueños para hacer crecer su empresa, ni de... —Marcus no permitió que continuase semejante enumeración de idioteces. Estaba harto de ese viejo, ahora sí que había tocado su punto de dolor.

JusticiaWhere stories live. Discover now