Yin se levanto y abrió la caja de cerillas, parecían todas iguales pero, por alguna razón, rebusco en la caja hasta encontrar una que parecía distinta. Cualquier otra persona hubiese dicho que aquella no se diferenciaba en nada del resto, pero ella sabía que no era así, ella lo sentía, era inexplicable, pero siempre había sentido cosas que el resto no parecía poder. El tipo de persona que era alguien sin siquiera conocerle, los motivos ocultos de alguien, la razón de cosas sin sentido...
Desde bien pequeña había sido capaz de notar ese tipo de cosas. Pero nunca se había atrevido a comentarlo con nadie, ya que aquello le parecía demasiado raro, como tantas otras cosas que le encantaba hacer.
A Yin le gustaba el aroma de un libro nuevo, ver como el agua de las ollas burbujeaba hasta empezar a hervir y sentir como en la oscuridad de la noche con la música taladrando sus tímpanos todo el mundo desaparecía a sus pies y delante suyo sólo existía un inmenso vacío que ella llenaba con sus miles de ideas y fantasías que conformaban lo que para ella era su mundo interior.
En verdad Yin sabía que aquello no era normal, pero como muchas otras cosas en la vida, lo maquillaba con otras preocupaciones como para darle a la importancia a ello.Raspo la cerilla contra el borde de la caja y el fósforo emitió un suave siseo mientras se hacía la luz en la penumbra de la habitación. Era una tarde perezosa de invierno y en la habitación de Yin, en el ático del edificio de pisos, tenía los últimos rayos del sol invernal, el cual, por alguna razón hoy se sentía distinto.
Era como si el mundo hubiese decido que aquel día iba a ser distinto, no iba a ser un día más en aquel eterno ciclo de día y noche.Yin acercó la cerilla a la vela y embelesada vio como las llamas danzaban hipnoticamente mientras la mecha de la vela se encendía lentamente. Era otra de las cosas que a Yin le encantaba, ver cómo el fuego se hacía poco a poco más lento y como iba poco a poco enegrciendo la madera del fósforo hasta llegar a consumirlo por completo haciendo que en pocos segundos su apariencia cambisd por completo, sin dejar rastro alguno del objeto que era antes.
Yin muchas veces había deseado ser una cerilla, estas, según su razonamiento, sabían cual era su función y qué papel debían desarrollar en aquel tiovivo infernal que era la realidad. Su vida era corta, pero si belleza, inimitable. A Yin le parecía que el fuego era precioso, pero que más lo era el de las cerillas, por la efimeridad del mismo, el saber que aquel fuego duraría solo unos segundos, le parecía hermoso, como el destello de una estrella fugaz en el cielo de verano, saber que solo lo podría ver una vez y que aunque hubiese muchas mas cerillas, aquel fuego sería único, y solo se podría apreciar su llama unos pocos segundos. Era algo indescriptible, otro nivel de belleza.
Sin embargo uno de los grandes problemas de Yin era que se perdía en sus pensamientos, y por eso mismo, la cerilla le quemo los dedos.
Esto hizo que reaccionaste y se apresura se a soplar el fósforo antes de llevarse los dedos a la boca, la verdad que las quemaduras eran el tipo de herida que más odiaba. De pequeña se quemó al posar una mano sobre un fogón aún caliente y aún recordaba ese dolor latente que había sentido por días y que por muchas pomadas que el médico le recestase no era capaz de arrancar. Hubiese deseado poder abrir su mano y sacar aquel dolor, como si no fuese más que un bicho enquistado en la palma de su mano.
Pero ella sabía que no podia, del mismo modo que no podría saltarse los reglamentarios dos minutos de cagarse en todo por haberse quemado los dedos por estar embobada.
En general no le solía poner mucha atención a sus rutinas, o al menos eso era lo que parecía desde fuera. No había conseguido entrar a la universidad así que su vida ese año había consistido en dormir cuando quería y luchar contra el deseo de perderse en el mar de sabanas que la rodeaba.
No hacía nada más que levantarse y mover la ropa de la silla de su escritorio a su cama y luego de vuelta a la hora de dormir. No había nada de riguroso en aquella rutina, o eso decía la gente. Pero ellos no estaba en la cabeza de Yin.
No sabian que todos los días se levantaba por la mañana y tenía que tomar en cuenta que estaría 10 minutos delante del espejo del baño observando su cara de recién levantada, valorando si en verdad estaba viva o solo estaba en su lecho de muerte y estaba reviviendo todos sus recuerdos y dándose cuenta de que nada tenía pies ni cabeza, tampoco sabían que cada día se preparaba un tazón de cereales pero nunca les echaba la leche, ya que cuando la iba a sacar de la nevera decidía que no le apetecian y los devolvía a su bolsa como si nada hubiese pasado. Y tampoco sabrjan nunca que todas las tardes que se quedaba sola encendía una vela, se quemaba la punta de los dedos con la cerilla y se dedicaba a tontear con la idea de desparecer de aquel universo y construir el suyo propio en una realidad alternativa mientras miraba el techo.A Yin no le gustaba la gente, no había una razón traumática para ello, no había sido alguien que se usase como mono de feria en el colegio, no había sido el centro de miradas en ninguna ocasión y su existencia en general pasaba desapercibida. Y la verdad ella lo preferia así. Si, a veces se sentía sola, pero eso no significaba que no estuviese agusto con ello. La gente la sobrecargaba, el tener que responder a interminables mensajes completamente vacuos de interés o significado, aguantar las eternas retahílas de detalles escalabroso de la última relación o chisme del instituto, o el simple hecho de tener que esperar a que la otra persona llegase al lugar donde habían quedado era algo que perturbaba mucho la paz de Yin. Obviamente ella no lo mostraba, como muchas otras cosas, pero en verdad le molestaba en sobremanera. A Yin le gustaba el poder escuchar los ruidos y no pensar en nada; Yin pensaba demasiado, y no en el buen sentido. En el mundo que había dentro de la cabeza de Yin siempre había un grupo de adolescentes con pintas de yonkis que se sentaban en medio del prado en donde sus pensamientos vagaban y ponian a todo volumen una playlist de pensamientos intrusivos, a cada cual peor, como si fuesen en una escala de calidad similar a la de la calidad de las discotecas. Al principio. Cosas suaves, que iban anegando su paz mental y cuando ella ya empezaba a alterarse empezaban a resonar pensamientos terribles, que ni ella lograba entender del todo.
Pero desde fuera eso no se veía, desde fuera solo se veia a una chica alta y delgada, con unos ojos surcados de profundas ojeras y el pelo enmarañado del color más extraño que pudieses imaginar. Te da chica simplemente estaba sentada con su móvil en la mano y los cascos bien incrustados en las orejas, mirando a la pantalla de inicio del teléfono, sin hacer nada, pero muy muy concentrada en ella.
Era algo que también molestaba mucho a Yin de la gente, la necesidad que tenían de hacer algo, no eran capaz de sentarse y escuchar música sin hacer algo más, o simplemente disfrutar de una escena bonita en medio del caos que les rodeaba sin ponerse a hablar de lo bonito que era, estropeado la belleza del momento. Que pereza daban, que pereza daba todo.
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Velas
Teen Fiction¿Que hay en la cabeza de la gente? ¿Somos todos tan parecidos como creemos o solo fingimos serlo? Son solo algunas de las preguntas que todos nos hacemos pero no nos atrevemos a formular