26/11/1818

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"En cualquier parte del mundo, en una hermosa mansión. De noche."

Esa noche la mansión estaba iluminada y alegre, lista para recibir a los invitados. Se les envió invitación a todos los miembros de la alta sociedad de todas partes del mundo. Pero esta historia no trata de la mansión, ni de lo grande que va a ser la fiesta esa noche; no, se trata del destino, de lo desconocido, de la ilusión y del engaño que puede lastimar a muchos.

Entre los invitados se encuentra una distinguida señorita, huérfana a muy joven edad, acompañada por su institutriz, y, que a diferencia de la costumbre, siempre llega temprano a cualquier evento social al que se le invita. Aprovechando el tiempo, deciden entrar a conocer la increíble mansión.

Pasadas las horas, muchas horas, llegan increíblemente tarde dos caballeros también invitados a la fiesta. Hermanos, bien parecidos, provenientes del lugar más recóndito del mundo. Frecuentan demasiadas actividades sociales y siempre dejan su marca llegando tarde a cada una de ellas.

Nuestra distinguida señorita, que en breve conoceremos su nombre, se encuentra muy contenta, sola, en medio de la fiesta disfrutando de la música con los ojos cerrados, sin imaginarse lo que pasaría... uno de los dos hermanos que llegaron tarde, por estar saludando a todas las señoritas de la fiesta, no se percató por dónde caminaba y tropezó con nuestra señorita.

-Disculpe, hermosa señorita, ¿se encuentra usted bien?

-Lo disculpo, y ahora disculpe usted mi rudeza pero prefiero que me llamen por mi nombre primero antes de llamarme por adjetivos superficiales y para ayudarle con esa labor, mi nombre es Lucía. Y sí, me encuentro bien, gracias.

-Pues, reitero mis disculpas, señorita Lucía. Un placer.- le besa la mano con coquetería y le guiña un ojo, y ella pone los ojos en blanco –Mi nombre es Manuel.

-Igualmente, un placer conocerlo.- Lucía se sentía extraña, nunca le habían agradado los hombres como él: engreídos, bromistas y conquistadores, siempre se había interesado por hombres serios, inteligentes y educados. Pero había algo en ese tal Manuel que le llamaba la atención.

Después de presentarse, él invitó a Lucía a buscar un mejor lugar para conversar aprovechando que su hermano mayor no lo estaba vigilando. Ella aceptó tomando en cuenta que su institutriz no estaba cerca. Encontraron una habitación apartada de la fiesta y conversaron toda la noche, acompañados únicamente por un ponche ligeramente alcoholizado. Descubrieron que viven en partes totalmente opuestas del mundo y que después de esa fiesta iba a ser imposible volverse a ver pero la conversación había sido tan interesante que llegaron al acuerdo de escribirse lo más frecuente posible. Pero he aquí un predicamento: estos dos jóvenes no se enamoraron esa noche pero tampoco quedaron como amigos cordiales; la química, la chispa tan extraña, que surgió esa noche entre ellos dos fue muy particular. Finalizaron la noche interrumpidos por sus protectores, hermano e institutriz, prometiendo una carta pronto

He aquí un poco de información sobre nuestra querida Lucía: ella vive cómodamente de la casi infinita herencia de sus difuntos padres, a pesar de eso le gusta dedicarse a escribir y pedirle a su institutriz que venda de manera anónima sus escritos a distintos maestros literarios y periódicos. Fue de ella la idea de seguir comunicándose con Manuel por medio de cartas; así que la primera carta fue enviada por ella.

Los escritos entre los jóvenes empezaron con pocas palabras, si acaso unas cuantas líneas educadas acompañadas con unas ligeras muestras de respeto; sin embargo, con el tiempo, las líneas se fueron convirtiendo en párrafos, a tal punto que los sobres en los que se enviaban las cartas incluían varias páginas. Lucía y Manuel no habían notado este incremento importante de palabras intercambiadas, pero si hubo una persona clave que lo notó. Desde un principio no le transmitía confianza la dirección de la cual provenían esas cartas. Ella se preguntaba quién era esa señorita Lucía que escribía de tan lejos y por la que su amo le preguntaba siempre si había una carta de ella cada vez que le dejaba la correspondencia en su oficina. Victoria, no era del todo parte del cuerpo de sirvientes pero sí se mantenía pendiente de las necesidades de los hermanos, dueños de la mansión. Se llevaba bien con los dos, sin embargo siempre había sentido una conexión especial con Manuel, que al ser de edades similares entablaron una cordial amistad, que Victoria interpretaba de una manera muy distinta a Manuel.

Las Crónicas de LucíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora